Capítulo 60

Nick Allen llevaba años sin encontrar las palabras exactas para describir qué le sucedió en aquel agujero cercano al Ararat en el verano de 1999. Lo único que pudo decir en su informe para la Agencia fue que una especie de turbina colosal, una esfera del tamaño de un edificio de seis plantas, emergió del fondo de un cráter, dando vueltas sobre sí misma y quedándose ingrávida a pocos metros de la torre picuda y del grupo.

En un primer momento, el vendaval que levantó aquella cosa le hizo creer que se trataba de un avión de despegue vertical. Pero la verdad es que no era ni remotamente parecido. El vocabulario de Allen no disponía de un nombre para aquello. Y menos aún cuando lo tuvo cerca y comprobó que estaba hecho de una sustancia que no parecía metálica. Aquel tubo -o lo que diablos fuera- parecía una especie de cordón umbilical hecho de paredes acuosas y deslumbrantes. Y por si fuera poco, emitía una gama de frecuencias acústicas y cromáticas que alteraron profundamente sus sentidos.

La vista fue la primera que comenzó a suministrarle impulsos erróneos. Las siluetas de los guerrilleros yezidís que los habían encañonado aquella noche en la frontera turco- armenia se volvieron sinuosas de repente, y hasta los rasgos afilados de su propio rostro comenzaron a diluirse como la mantequilla derretida.

«No es verdad -se repitió Allen una y otra vez para mantener la calma-. No está ocurriendo. Es una alucinación.» Pero la boca se le secó de golpe, dándole la impresión de que su lengua se había soldado al paladar.

En cuanto al oído, todo lo que alcanzó a escuchar fueron los ecos de las frases lanzadas en su lengua natal por sus captores.

– ¡He aquí la Gloria de Dios! -Escuchó en la lejanía, sofocado por los chirridos de aquella cosa.

– ¡La Gloria! -coreaban los demás.

Allen hizo entonces lo imposible por echarse a tierra. Su enorme cuerpo había perdido la noción de gravedad. Sabía que estaba al borde del abismo y que un paso en falso podría despeñarlo. Por eso, aunque le costó un esfuerzo enorme descubrir hacia dónde debía dejarse caer, buscó el suelo con todas sus ansias. Aquello flotaba a pocos palmos de su cabeza. Se había desplazado sobre la posición que ocupaban Martin y él girando a una velocidad endiablada y absorbiendo piedras y matorrales del lugar a su paso. Si no hacían algo, pronto los devoraría también a ellos.

Entonces vio desplomarse a uno de los milicianos.

Y a Dujok convertirse en una fina línea horizontal en algún punto de su campo de visión.

Y mientras su mundo se evaporaba, aquel enorme globo alargado que gravitaba en su vertical comenzó a iluminar los alrededores como si el día hubiera vuelto a ellos.

Pero la Gloria de Dios, por alguna extraña razón, no lo mató.

Es más, al sobrepasar su posición todavía pudo escuchar cómo Martin Faber increpaba a aquella cosa. Lo hizo con palabras extrañas. Ininteligibles para él. Vocablos que el viento arrastró por toda la planicie mientras engullía a su compañero y a él lo dejaba a un lado, como si no le sirviera para nada.

Ya no lo volvería a ver más. Por eso ahora que sabía que estaba vivo y que los satélites de su gobierno lo habían localizado en el otro extremo del continente, tenía una poderosa razón para vivir.

Necesitaba hablar con Martin. Aunque sólo fuera una vez. Y preguntarle qué le ocurrió en el vientre de aquel engendro.

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