Capítulo 74

Estaba muerta de miedo. Aun así, la curiosidad terminó por vencer al temor y me asomé a la calle en la que había oído los disparos. Habían pasado dos minutos desde que tronara el último. Nadie había vuelto a apretar el gatillo. Era una buena señal.

Entonces la vi.

El motorista era una mujer que descendía por la cuesta del teatro Noela con los brazos en alto. Daba pasos muy lentos. Estaba sola.

– ¡He tirado mi arma!-gritó en un inglés perfecto, que rebotó en las paredes de piedra de su derredor-. ¡No disparen! ¡Trabajo para la Oficina del Presidente de los Estados Unidos! ¡Sólo quiero hablar con Julia Álvarez!

Al oír mi nombre di un respingo.

¿Había dicho que trabajaba para el presidente de los Estados Unidos?

– Mantenga los brazos en alto y no haga ningún movimiento brusco -la amenazó Dujok, enseñando la boca de su arma por encima del capó tras el que se había parapetado-. ¿Lo ha entendido?

La mujer asintió.

El sheikh quiso saber si yo conocía a esa mujer, pero lo negué. No la había visto en mi vida. Era una chica morena, atractiva, que no hubiera borrado tan fácilmente de la memoria si me la hubiera cruzado en alguna parte.

– ¡Puedo serles de ayuda!-gritó otra vez-. ¡Sé dónde está Martin Faber! Tengo sus coordenadas. Sólo quiero estar segura de que la señora Faber se encuentra bien y sigue con ustedes la piedra que buscan los agentes del Proyecto Elías.

– ¿Qué sabe usted de eso? -reaccionó Dujok.

Ellen sonrió. Había dado en el clavo.

– Soy asesora del presidente, señor. Sé que ese proyecto no está autorizado por él. Si ustedes tienen problemas con ellos, nosotros también.

Esta vez fue Dujok quien sonrió. Tuve la impresión de que acababa de ocurrírsele algo. De un brinco abandonó su parapeto y se encaminó hacia la joven con el cañón apuntando al suelo:

– ¿Y si yo le cuento lo que el presidente necesita saber de Elías? -dijo-. ¿Usted nos garantizaría su protección hasta completar nuestra misión?

– ¿Misión? ¿Qué misión?

– Llegar a Turquía, rescatar a Martin Faber y poner a buen recaudo las adamantas. Eso es todo.

– ¿Me llevarán con ustedes?

– Si es lo que quiere, adelante.

Ellen le extendió la mano. Era su mejor baza para estar cerca de las piedras.

– Trato hecho, señor. ¿Con quién tengo el gusto de colaborar?

– Con Artemi Ivanovich Dujok. Baba sheikh de la muy respetable y antigua fe de Malak Taus. Somos yezidís.

– He oído hablar de su religión…

– Pues ahora nos conocerá mejor. ¡Vámonos de aquí!

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