Capítulo 79

En el puente de mando del submarino más moderno de la flota de los Estados Unidos cundía la desesperación. Dos de los tres grandes monitores que servían de panel de comunicaciones entre el «vientre de la ballena» y el exterior habían recibido las imágenes satélite en las que se veía a su unidad de asalto caer bajo el fuego enemigo. Todos a bordo estaban consternados. El HMBB había captado el preciso momento en el que un vehículo no identificado entró en la zona de combate y decidió la suerte del sargento Odenwald, certificando el fracaso de la misión. Y para empeorar todavía más las cosas, el capitán de la nave había interrumpido de malas maneras su conferencia con el director de la NSA cuando le ordenó que se quedara de brazos cruzados.

Ahora se le abría un nuevo frente.

– Capitán, aquí sonar.

La imagen del oficial responsable de los equipos de detección apareció en el tercer monitor junto a una gráfica que reproducía la costa de la ría de Muros y las embarcaciones que a esa hora la transitaban. El capitán Jack Foyle acercó la nariz al plasma para verlo mejor.

– ¿Qué ocurre, sonar?

– Una detección sospechosa, señor. Un helicóptero sin número de serie y con el transpondedor desconectado ha abandonado Noia hace unos minutos. Vuela rumbo noroeste.

– ¿Y bien?

– Acabamos de cruzar su posición con las coordenadas que da el satélite a la anomalía. Señor -el tono del oficial se volvió sombrío-: la «caja» va a bordo. La lectura electromagnética no deja lugar a dudas.

– ¿A cuánta distancia se encuentran de nosotros?

– A menos de diez millas.

La enorme torre de acero, su sofisticada antena de captación de señales y parte del lomo del USS Texas despuntaban sobre las aguas del Adán tico. Por muy rápida que fuera su navegación, les iba a resultar imposible interceptar aquel pájaro.

– ¿Quiere que lo derribemos, señor?

La pregunta de uno de los oficiales que acompañaban a Jack Foyle se adelantó a sus pensamientos. Era un joven contramaestre recién salido de la Academia que seguía sin pestañear las evoluciones del caso en el puente de mando.

– Nuestras órdenes son recuperar esa caja intacta, soldado. Si abrimos fuego contra ellos la perderíamos. Además, ¿ha pensado qué implicaciones tendría que nos cobrásemos más víctimas en un país aliado? Las del pesquero de esta mañana ya han sido suficientes…

El contramaestre no replicó.

– Sonar, ¿sabemos si el helicóptero mantiene su rumbo?

La nueva pregunta del capitán los devolvió a los monitores.

– De momento van costeando en dirección a La Coruña, señor.

– ¿La Coruña?

– Es una ciudad de tamaño medio al norte de nuestra posición.

– ¿Dispone de aeropuerto?

El oficial titubeó. Se dirigió hacia su monitor y tecleó varias instrucciones en la computadora antes de responder.

– Así es, señor.

– Comunicaciones -dijo el capitán Foley, virando sobre sí mismo y clavando sus ojos en una mujer morena que sostenía un teléfono inalámbrico en las manos-. Llame a la NSA y pídales que bloqueen ese aeropuerto y que den la alerta a las autoridades locales para que controlen estaciones de tren y autobuses. Enviaremos enseguida un equipo al lugar.

En vez de regresar a su puesto de control y acatar la orden, la militar dio un paso al frente tendiéndole el auricular:

– Señor, tiene una llamada.

– ¡Que espere! -gruñó.

– Lo siento, señor. -La mujer estaba rígida, pálida-. Ésta no puede hacerlo.

Загрузка...