Capítulo 94

Una de las líneas de emergencia del teléfono del Despacho Oval se iluminó justo cuando Roger Castle se disponía a descolgarlo. El presidente pretendía comunicarse con el director de la Agencia Nacional de Seguridad. Los primeros datos captados por las sondas STEREO ya estaban sobre su escritorio, pidiéndole a gritos que tomara una decisión. «STEREO -rezaba el correo electrónico enviado desde la sala de control del Centro Espacial Goddard- ha calculado el punto de impacto de una primera ráfaga de dos mil millones de toneladas de protones de alta energía sobre el hemisferio norte. Se producirá en un área de quince millones de hectáreas entre Turquía y las repúblicas caucásicas. El impacto lo sentiremos en las próximas cuarenta y ocho a setenta y dos horas. -Y añadía-: Nuestra recomendación es que se informe a través de Naciones Unidas y el mando supremo de la OTAN de la necesidad de desconectar todos los sistemas eléctricos y de telecomunicaciones de la región hasta que cese la tormenta de protones. Y también que se mantenga a nuestros satélites lo más lejos posible de esa área de influencia.»

– ¿Sí? -Descolgó el auricular de mala gana.

– Soy Bollinger, presidente.

– ¡Andy! -La nube que se había instalado en la mirada de Roger Castle se disipó-. Santo Dios. ¿Has leído el comunicado del centro Goddard?

– Por eso te llamaba. Esa erupción no es como las demás. Ha sido provocada, presidente.

Un silencio de plomo enmudeció la línea.

– Sé de lo que hablo -prosiguió-. Mis equipos encontraron la huella electromagnética de tus dichosas piedras y han descubierto que las emisiones X que habéis captado tenían un destinatario: el Sol.

– ¿Estás seguro?

– Completamente. No eran señales para un planeta lejano. Además, no te hablo del Sol como una abstracción. Esas señales apuntaban a un punto ubicado a sesenta grados oeste de longitud solar. La mancha 13 057. Justo la que acaba de estallar.

El presidente guardó otro prudente silencio. Intuía que su amigo no había terminado sus explicaciones.

– Pero te llamo -añadió- porque creo que los cálculos del Goddard sobre esa erupción y su tiempo de llegada a la Tierra están equivocados.

– ¿A qué te refieres?

– Las STEREO han estimado que la erupción solar ha sido de clase X23. ¡Clase X23! No hay precedentes para eso.

– ¿X23?

– Las erupciones solares se clasifican en ligeras, de clase C; medianas, de clase M; y fuertes, de clase X. La que en 1989 dejó a oscuras la mitad de Canadá era de clase XI9, y es la más alta que tenemos clasificada hasta el momento. ¡Ésta le saca cuatro puntos! Y, créeme, lo que puede provocar va más allá de unas bonitas auroras boreales a la altura de Florida o unos cuantos millones de nuevos cánceres de piel…

– ¿Qué quieres decir?

– He hecho algunas averiguaciones, Roger. He consultado los archivos del Escuadrón Meteorológico de la Fuerza Aérea en Colorado y hablado con varios colegas climatólogos, y me han recordado algo importante. -El tono de Bollinger se hizo más sombrío-: En 2005, cuando se produjo el último gran pico de actividad del Sol, las tormentas de principios de ese año nos golpearon lateralmente y provocaron el calentamiento de la corriente del Golfo que desembocó en los peores huracanes del siglo. ¿Recuerdas el Katrina?

El presidente se aferró al teléfono sin decir nada.

– Aquello lo desencadenó una sola mancha solar. Ahora estamos razonablemente seguros de que fue la 720. He repasado los datos de aquella anomalía magnética, que alcanzó el tamaño de Júpiter y fue de clase X7, y las noticias no son buenas.

– No te entiendo…

– ¿Cuánto tiempo te han dicho que tardará la tormenta de protones en llegar a la Tierra?

– De dos a tres días.

Andrew resopló en el auricular.

– Eso es lo estándar, en efecto. Pero en 2005, por causas que todavía desconocemos, la erupción de 720 sólo tardó media hora en alcanzarnos. ¡Treinta minutos! En vez de viajar a una velocidad de entre mil y dos mil kilómetros por segundo, aquella cosa lo hizo a setenta y cinco mil. A una fracción de la velocidad de la luz. Dios, Roger. Esa masa podría estar a punto de golpearnos… ¡ahora!

– Sabemos que, de momento, no impactará contra los Estados Unidos -replicó sin rastro de alivio en su voz-. Lo hará en territorio de un país aliado.

– Déjame adivinarlo, Roger: ¿Turquía?

– Sí…

– Eso es porque la Eyección de Masa Coronal está siguiendo la señal de las piedras. Actúan como un sistema de guía. Sólo Dios sabe qué puede pasar cuando los protones solares entren en contacto con ellas.

– ¿Podemos hacer algo?

La pregunta de su amigo sorprendió a Andrew Bollinger.

– No mucho. Vigilar y rezar, presidente.

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