Capítulo 73

A nueve mil kilómetros de distancia de la costa gallega, una supercomputadora de la Oficina Nacional de Reconocimiento recogía y analizaba todas y cada una de las informaciones que el satélite HMBB grababa desde el espacio.

– ¡Por todos los santos! ¿Y ahora quién ha disparado a S23?

S23 era el nombre en clave del sargento Odenwald. Una gota de sudor nervioso se escurrió por la frente oscura de Michael Owen, que había decidido quedarse frente a los monitores de la sala de control para seguir la evolución de la dichosa emisión electromagnética. «Por suerte, el presidente no ha visto esto», pensó. El icono que figuraba bajo el nombre clave del soldado había virado a rojo. Estaba muerto. Las noticias que llegaban a tiempo real desde la costa norte de España no podían ser más catastróficas. El capitán del USS Texas, fuera de sí, acababa de cerrar una videoconferencia con él, furioso por no haber conseguido una autorización especial para desembarcar un nuevo contingente de hombres en la ría de Noia. Owen no había querido arriesgarse. «Tendría que darle demasiadas explicaciones a Castle», razonó.

A su lado, sobrecogido, Edgar Scott se quitaba las gafas para enjugarse los ojos con un pañuelo de tela.

– Señor. -El director del NRO parecía agotado. No le había sido fácil mantener el tipo ante el presidente de la nación sin darle la información comprometedora que solicitaba-: No quisiera parecerle inoportuno pero ¿no cree que debió compartir con Castle todo lo que sabemos?

– ¿Qué quiere decir con todo?

– Le recuerdo que esa fuente magnética -dijo señalando otro indicador en el gran monitor de la sala- no ha sido la única que hemos detectado en las últimas horas. De hecho, otros puntos han registrado emisiones parecidas, aunque de menor intensidad. Jerusalén. Arizona. El caso de Noyon, en Francia, la pasada madrugada, fue importante.

– Y ya está bajo control, Scott. No vamos a dejar que se desate otra crisis de las catedrales como la de 1999, ¿verdad?

El director del NRO no parecía estar muy seguro.

– Eso fue hace mucho tiempo, señor…

Lo que Owen llamaba la crisis de las catedrales le traía recuerdos funestos. Aquel año, al tiempo que Nicholas Allen y Martin Faber trataban de hacerse con una roca magnética de la familia de las adamantas en Echmiadzin, un científico del Centro Nacional de Estudios Espaciales de Toulouse descubría, mientras procesaba imágenes de un satélite de la serie ERS, seis emisiones de «categoría X» procedentes del subsuelo de otros tantos templos góticos del norte de Francia. Del «gótico temprano», recordó. El caso es que aquel ingeniero, un tipo afable llamado Michel Temoin, tropezó con sus superiores por culpa de un hallazgo fortuito similar a lo que ahora estaban detectando sus equipos. Ninguno quiso entonces investigar el asunto y el ingeniero terminó haciendo averiguaciones por cuenta propia que resultaron de lo más incómodas. Nadie lo avisó de que el caso estaba relacionado con un proyecto de alto secreto que estudiaba esa clase de fuentes energéticas anómalas. Fue en Amiens, en la misma fachada de uno de los templos afectados, donde aquel ingeniero recuperó una piedra que jamás debió ver sin permiso del Proyecto Elías, poniéndolos en un serio aprieto. Nadie quería que algo tan delicado, que podía generar tanta curiosidad científica, histórica y política, acabara siendo de dominio público. Por fortuna para Elías, en 1999 las señales del cambio climático aún eran escasas y la prensa pasó por alto esas emisiones. Pero ahora la situación era distinta. Si un nuevo científico independiente lograba relacionar la activación de todas esas antiguas balizas de piedra con la proximidad de un evento geológico severo -eufemismo para una catástrofe global-, podrían tener problemas. Y muy serios.

– ¡Eso no puede ocurrir!-lo atajó Owen con displicencia-. Lo de 1999 nos pilló a todos por sorpresa. Las emisiones se produjeron justo después de ciertas anomalías en la corona solar potenciadas por el eclipse de agosto sobre Francia. El que predijo Nostradamus, ¿recuerda? Lo de Noyon, aun siendo en la misma zona, podría ser algo puntual. Descubrimos la emisión. Enviamos un equipo. Y la piedra magnética que alguien enterró en la cripta de su catedral está ya en nuestro poder. Asunto cerrado.

– ¿Y va a poder hacer lo mismo con esto? -dijo señalando la pantalla en la que el HMBB volcaba sus barridos de la costa septentrional española.

Una última información acababa de ser procesada por el satélite. Owen la interpretó estupefacto.

– No es posible…

Edgar Scott se apresuró a contradecirlo:

– Sí lo es, señor.

El ordenador acababa de triangular la posición del tirador que había acabado con la vida de S23. En el lugar estimado el satélite había filmado el perfil de una persona enfundada en un mono de motorista blanco y gris, que ya había renderizado y pasado por el filtro de identidades de la Agencia Nacional de Seguridad. Una foto, un nombre y una ubicación bastaron para dejar a Michael Owen derrumbado en su butaca. «Ellen Leonor Watson.»

«Oficina del Presidente, Casa Blanca. Washington D. C.»

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