Capítulo 54

– ¡Doctor Scott! ¡Tiene que ver esto de inmediato! ¡Aquí fuera hay unos idiotas que no me dejan pasar a verle!

El monitor del videoteléfono de sobremesa de Edward Scott se iluminó sin previo aviso, sobresaltando a los tres hombres que aún concentraban sus miradas sobre fotos satelitales del norte de España. Por obvias razones de seguridad, aquel despacho de la Oficina Nacional de Reconocimiento había sido blindado por cuatro agentes del servicio secreto que no dejaban acercarse a ningún empleado a menos de quince metros. Sin embargo no les había dado tiempo a suprimir ni a filtrar las comunicaciones internas entre esa estancia y el resto del edificio.

– ¡El HMBB acaba de detectar una nueva emisión X! -gritó aquel tipo a la desesperada.

– ¿Emisión X? -Michael Owen levantó la vista de la mesa con su cara convertida en un puro interrogante. El operario de la NRO había logrado acceder al sistema de transmisiones interno del edificio, dejando que su rostro redondo, enrojecido por la urgencia, brillara en el intercomunicador.

– Está bien, Mills -respondió tranquilo su director-. Ahora mismo salgo.

El máximo responsable de la Agencia Nacional de Seguridad torció el gesto:

– Un momento. ¿Qué demonios es una emisión X? ¿Y adonde se supone que va usted?

– Llamamos así a la señal detectada hace unas horas en Santiago. Si lo que acaban de encontrar es otra de esa clase y dura tan poco como la primera, será mejor que corramos a la sala de control para verla. Pueden acompañarme o esperar aquí sentados, lo que deseen.

– Si al presidente no le importa… -terció Owen.

Roger Castle ya se había puesto en pie y caminaba detrás de Scott.

– Vamos -los animó.

Los tres cruzaron la pasarela metálica que separaba la zona de administración y despachos del área técnica. Scott se identificó frente al lector de iris situado junto a una puerta blindada, y tras un leve zumbido penetraron en un salón presidido por una enorme pantalla de plasma. Las luces estaban amortiguadas y la habitación olía a café recién hecho. La noche se anunciaba larga. Alrededor de los paneles de control no habría más de una decena de personas, lo que hizo que el presidente se sintiera cómodo. Con suerte, ni se darían cuenta de su presencia.

Pero no tuvo tanta. El gordito que habían visto unos segundos antes por el videoteléfono se les acercó a toda prisa y se detuvo en seco al reconocer al presidente.

– ¿Señor? -titubeó ante su fastidio.

– Este es Jack Mills, señor, nuestro jefe de monitorización -intervino el doctor Scott, salvándole del apuro.

– ¡Es un honor, señor presidente!

– Le ruego que baje la voz y guarde discreción -respondió Castle.

– ¡Naturalmente, señor presidente!

En ese momento, la pantalla gigante mostraba un mapamundi sobre el que se adivinaban las órbitas numeradas y en colores de varios satélites geoestacionarios, y bajo ellas, sobre el mapa, diversos códigos que Owen y Roger Castle interpretaron como objetivos a rastrear desde sus posiciones.

– ¿Dónde está la emisión X? -preguntó Castle a Mills.

– Rastreamos su señal desde hace unos seis minutos, señor. La verá mejor en los monitores pequeños.

Los cuatro se inclinaron sobre una de las consolas de la sala en la que se veía una imagen a tiempo real de la península Ibérica. Mills apartó los restos de su último tentempié y tecleó unos comandos en el teclado adjunto. La imagen comenzó a desplazarse con suavidad mientras la zona seleccionada se ampliaba poco a poco, con total definición.

– ¿Otra vez Santiago? -preguntó Castle al ver hacia dónde se movían los cursores.

– No, señor presidente -masculló-. Ahora estamos recibiendo dos señales casi simultáneas. La primera la ha detectado el HMBB en la cornisa norte de España, en una localidad llamada Noia. A nuestra hora cinco y cuarenta y siete. Hace tres minutos.

– ¿Noia?

– Se encuentra a unos cuarenta kilómetros al oeste de la señal anterior, señor.

– ¿Y la segunda?

– Ha empezado veinte segundos más tarde. Otro de nuestros «ojos», el KH-19, acaba de situarla en las inmediaciones del monte Ararat. Acabamos de fijar sus coordenadas y se corresponden con un área cercana a la frontera entre Irán y Turquía.

– ¿No es ahí donde fue secuestrado…?

– Muy cerca, señor presidente -lo atajó Owen, tratando de controlar una información que no deseaba dejar correr fuera de los cauces que él controlaba. Castle captó el gesto.

– ¿Y usted sabe quién puede estar emitiendo esas señales?

La nueva pregunta del presidente hizo que Jack Mills se encogiera de hombros y esbozara media sonrisa de disculpa. Quería asignar nombre y rostro al enemigo de la Operación Elías, pero nadie se lo ponía fácil:

– No tenemos ni la menor idea, señor.

– ¿Rusos? ¿Iraníes?…

– No lo sabemos, señor -insistió.

Roger Castle se giró entonces hacia el director de la Agencia Nacional de Seguridad y lo interrogó con severidad:

– Respóndame usted, señor Owen: ¿qué probabilidad existe de que esas anomalías las estén provocando alguna de esas piedras que busca su proyecto?

– Muy alta, señor.

– ¿Y tenemos algún plan para recuperarlas?

– Por supuesto. El NRO se encuentra conectado a nuestro centro de datos y a la unidad de intervención rápida de la Marina. En este momento, si todo funciona de acuerdo con el protocolo, ya se habrá dado orden de rastrear la zona al comando que esté más cerca de ambas áreas geográficas.

Roger Castle se apartó con gesto preocupado del monitor y dirigiéndose hacia la puerta de entrada pidió a Michael Owen que se aproximara. Necesitaba preguntarle algo más; algo que le rondaba desde la última vez que habló por teléfono con su asesora Ellen Watson, que ahora estaba en Madrid, no demasiado lejos de la zona en la que acababa de detectarse aquel haz electromagnético.

– Michael, por culpa de esas piedras han desaparecido dos personas, y una es ciudadano estadounidense. Espero que consiga algo más que mover satélites en sus órbitas y no me traiga sólo fotos al Despacho Oval.

– Entendido, señor.

– Manténgame informado. En cuanto a ustedes -dijo elevando la voz y dirigiéndose a los dos científicos-, confío en que sabrán guardar en secreto esta visita. Debo hacer algunas llamadas.

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