Capítulo 80

Haci era un magnífico piloto. Para sacarnos de allí había maniobrado su helicóptero lejos de las líneas de alta tensión y por debajo del alcance de los radares militares. Sabía que su vuelo no estaba registrado ni contaba con la autorización del espacio aéreo español y que la mejor opción para pasar desapercibidos a las autoridades militares locales era intentar moverse sin ser detectado. Por eso, antes de que nos diéramos cuenta, dejamos de costear y encaramos nuestro pájaro de metal hacia el noreste, sobrevolando pazos y aldeas del interior de Galicia mientras saboreábamos las primeras bocanadas de libertad. No dejaba de sorprenderme que un sentimiento así pudiera brotar con tanta espontaneidad. Visto desde fuera, mi panorama no era precisamente halagüeño. No había pegado ojo en toda la noche. Me habían disparado dos veces. Tenía aún contusiones en el cuello y en los músculos de las piernas y había estado sólo a un paso de la muerte, tal vez incluso dentro de ella. Y todo -o casi todo- por culpa del individuo que ahora dirigía nuestra expedición.

Aun así, saberme rumbo a Martin, al fin, me hacía enterrar cualquier reproche y sentir un creciente agradecimiento hacia Artemi Dujok y sus hombres.

«Un síndrome de Estocolmo de libro -me dije-. Pero ¡qué más da!»

Estábamos relajados, contemplando el paisaje que se extendía bajo nuestros pies, cuando uno de los paneles de la cabina de mando se encendió, soltando una cadena intermitente de silbidos.

– Maestro -dijo Haci en inglés-. Hemos sido localizados por un haz de radar.

– ¿Puedes deshacerte de él?

– Lo intentaré.

El Sikorsky X4 descendió otra vez hasta rozar las copas de los eucaliptos. La máquina zumbó como un abejorro sobre caminos y pequeñas construcciones, pero el panel se mantuvo en rojo.

– ¿A cuánto estamos de la costa? -preguntó Dujok.

– A unos tres kilómetros, maestro.

– Bien… -Dujok cruzó sus manos pensativo-. Señorita Watson, ahora sabremos si ha merecido la pena aceptarla en este viaje. Si su jefe da la orden a tiempo, podremos salir de ésta. Si no, es más que probable que nos disparen en los próximos segundos. Lo sabe, ¿verdad?

– Confío en mi presidente, señor Dujok -dijo Ellen, sosteniéndole la mirada-. Nos ayudará.

– Eso espero.

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