Capítulo 53

Al abrir los ojos, noté que tenía una terrible jaqueca y que las náuseas se me habían instalado en la boca del estómago.

– ¿Se encuentra bien, señora?

La cara de Artemi Dujok estaba inusitadamente cerca. Enseguida comprendí que me habían tumbado en el suelo de la iglesia de Santa María y que el armenio se había apresurado a atenderme. Su gesto, sin embargo, no era de apremio. Y eso me tranquilizó.

– ¿Qué… qué ha pasado? -balbuceé.

– Felicidades. Ha logrado activar la adamanta -dijo con una sonrisa.

– ¿De veras?

– Sí.

– De repente todo desapareció a mi alrededor -gimoteé-. Se volvió oscuro. Y pensé… pensé…

– Cálmese. No le ha pasado nada, señora. Tan sólo que, al exponerse a su fuerte campo electromagnético, se ha desvanecido. Suele ocurrir. En cuanto se incorpore y beba algo de líquido, se recuperará enseguida.

Pero no era mi salud lo que más me importaba en ese momento.

– ¿Y ahora qué va a pasar? -pregunté.

– Muy fácil. Su piedra nos ayudará a cumplir con lo que todo fiel busca en un templo como éste -sentenció-. Hablar con Dios.

Mi mueca de disgusto no le pasó desapercibida.

– Pensé que a quien buscábamos era a Martin -protesté.

– Dios lo es todo, señora. Y eso incluye también a su marido. Por eso, gracias al don que duerme en su interior, le hemos enviado una señal.

– ¿Una señal? -Palidecí-. ¿A Dios?

– Ya la piedra de Martin, naturalmente.

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