Capítulo 47

– «Se te da visionada.» «Juan de Estivadas.» «Sadavitsed Naoi.» ¿Es que no lo ve?

Sacudí la cabeza, sintiéndome fuera de juego. El armenio me miraba con sus ojos vivarachos, como si le costara admitir que nuestras lógicas fueran tan diferentes.

– ¡Es un anagrama!-exclamó Dujok-. ¡Si está clarísimo!

– ¿Está seguro?

– Totalmente. La frase que Martin le envió en el vídeo es un anagrama del nombre que figura en esta tumba. ¿No se da cuenta? Utilizó las mismas letras pero en un orden distinto. Martin no podía decirle a las claras dónde tenía que mirar para encontrar la piedra, pero le sugirió en clave que viniera a esta iglesia y que mirara en esta tumba. Su adamanta está aquí.

– Su aplomo me asombra.

– Conozco la mente de Martin, señora Faber. Se ha valido de uno de los sistemas de encriptación más viejos de la Humanidad. Si usted cambia el orden de las letras de ese nombre puede formar la frase que le ha enviado su marido con una precisión absoluta. ¿Recuerda cuáles fueron las últimas palabras de su marido?

– S… Sí, claro -tartamudeé-. «La senda para el reencuentro siempre se te da visionada.»

– Pues traducida como yo le propongo, su sentido resulta más que evidente: «La senda para el reencuentro», esto es, para que lo localice, «es Juan de Estivadas». ¿Lo entiende ya? «Juan de Estivadas» y «se te da visionada» se forman a partir de las mismas letras. Ni una más, ni una menos.

Me rasqué la cabeza algo perpleja.

– Lo que no entiendo, señor Dujok, es qué tiene que ver Estivadas con Noé.

– Eso tendría que preguntárselo yo. Antes dijo que lo sabía todo sobre él.

– Casi todo -precisé-. En Noia existe incluso una calle que lleva su nombre. Fue el antiguo bodeguero del pueblo. Nació en la época de los Reyes Católicos, justo antes del descubrimiento de América, y estuvo casado con una mujer de buena cuna que se llamaba María Oanes. Eso es lo más destacado de su biografía. Como comprenderá, un personaje que vivió en el siglo XVI no es un buen candidato a ocupar el lugar de Noé…

– ¿Usted cree?-sonrió Dujok-. Piénselo. Si presta atención otra vez, todo está en los datos que acaba de darme.

– Sigo sin entenderle…

– Es muy fácil, señora. Es más que probable que el tal Estivadas no existiera nunca. Que fuera un símbolo. Su profesión de bodeguero se parece mucho a la de Noé, que fue cultivador de vides. Incluso el apellido de su esposa tiene claras resonancias antediluvianas. Los babilonios llamaban Oannes al dios Enki. ¿Conoce la Epopeya de Gilgamesh?

Me sobresalté.

– Pues claro -dije.

– Entonces no tengo que explicarle que Enki avisó al Noé mesopotámico, Utnapishtim, para que no pereciera bajo las aguas. Y, además -dijo golpeando la lápida-, aquí está escrito el nombre de pila de Estivadas, Juan, loan, al revés: Naoi. Noé. Definitivamente es el sepulcro que buscábamos.

Lo miré atónita, sin saber qué decir.

– ¡Vamos, señora! -me jaleó-. Dígame, ¿qué hay dentro de esa tumba?

– Nada… que yo sepa. Cuando la trasladaron desde su emplazamiento original en la iglesia de San Martiño ya se encontraba vacía.

– Pues ahora es muy probable que contenga algo. ¿Me ayuda a mover la tapa?

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