Capítulo 102

Santiago de Compostela, España.

Tres días más tarde


– Eres un ingenuo, Antonio. Un completo y jodido ingenuo.

El rostro de Marcelo Muñiz había enrojecido de manera notable después de la tercera cerveza y el segundo plato de pulpoa feira que compartía con su amigo inspector. El joyero era quizás el único amigo fuera del «caso Faber» con el que Antonio Figueiras podía desahogarse.

– Pero ¿es que no lo ves? -le insistió-. Me cuentas que Julia Álvarez ha regresado ya de su cautiverio en Turquía, y te mosqueas porque a la primera persona con la que concierta una entrevista es el padre Fornés y no tú.

– ¿Y dónde carallo está mi ingenuidad?

– Que esa mujer trabaja para el cabildo, Antonio.

– Pero ¡yo soy la autoridad!

– Que es restauradora en su catedral -le picó Muñiz-. Su fidelidad está con ellos y no con la policía, ¿no lo entiendes? Y aunque sepa Dios lo que habrá visto durante su secuestro, a ti no te lo va a contar si antes no le dan permiso sus jefes. Y no la culpo -rió-. Con ese aspecto desaliñado que te gastas, tampoco yo me fiaría.

– ¿Qué quieres decir?

– Mírate bien, hombre. Llevas una semana sin afeitarte, las ojeras te llegan a los tobillos y hasta se te ha descolgado la mandíbula. Este caso va a matarte.

– Ya no tengo caso, Marcelo… -dijo, como si le arrancaran una muela.

– ¿Cómo que no? Esa mujer tiene mucho que contarte. Deja pasar unos días y vuelve a llamarla…

– Lo he hecho esta mañana. Es la cuarta vez que hablo con ella desde que llegó. Y me ha dicho que tiene una cita con el deán… -Figueiras echó un vistazo a su reloj-justo ahora.

– Pues tendrás que obligarla -dijo Muñiz llevándose otro pedazo de tentáculo a la boca-. La muchacha fue testigo del asesinato de cuatro hombres en Noia. Cuatro soldados norteamericanos. Marines. ¿No? Cúrsale una orden de detención y ya está.

– Ojalá fuera tan fácil. La investigación la lleva ahora la OTAN. Nos han dejado fuera.

– ¿En serio? ¿Y tú te quedas ahí, tan tranquilo?

– Me han pedido que mantenga mis narices lejos de allí. La orden viene del Ministerio de Asuntos Exteriores. No puedo hacer nada, Marcelo.

– ¡Joder!

– Los Estados Unidos van a pagar la restauración de la iglesia de Santa María y harán una generosa donación al pueblo. También han ofrecido un dinero a las viudas de los dos policías asesinados en Santiago. A cambio, dicen que no van a facilitarnos pistas del caso hasta que no lo resuelvan. Secreto de sumario. Cabrones.

– ¿Y eso no te parece raro?

– Es lo que hay, Marcelo. Me he quedado sin caso. Aunque te diré algo: eso no es lo más extraño de este asunto.

– ¿Ah, no?

Figueiras apuró el resto de su cerveza de un sorbo, como si con ese gesto pudiera olvidar los agravios que se acumulaban en su mesa.

– No. -Reprimió un eructo-. ¿Y sabes qué? Lo primero que hizo Julia al regresar a España fue acercarse al retén de policía del aeropuerto y retirar la denuncia de desaparición de su marido que nosotros practicamos de oficio.

Los dedos del joyero bailotearon nerviosos sobre la mesa.

– ¿Y dijo por qué?

– En su formulario explicaba que lo había encontrado en Turquía y que allí decidieron separarse de mutuo acuerdo.

Muñiz se atusó la pajarita, con cara de no terminar de comprender.

– ¿La crees?

– Y yo qué sé -gruñó-. No entiendo a las mujeres. Son más raras que tus historias de talismanes y símbolos.

– ¡Hombre! Ya que sacas el tema, ¿sabes qué ha pasado con las piedras?

– Se las ha quedado él, supongo. Es otro tema tabú. Nadie quiere hablar de ello.

– ¿Y ha explicado esa mujer por qué se la llevaron a Turquía?

– Ésa es buena. Ahora dice que no se la llevaron, Marcelo. Que se fue por su propio pie. Lo único que esa tipa me ha pedido es que retire también la denuncia de su propio secuestro. Desde Madrid, el ministerio ha dicho lo mismo. ¡Y hasta la embajada de Estados Unidos ha hablado con el comisario para que les entreguemos nuestro dossier de los Faber!

– Al menos Julia te habrá dicho qué fue a hacer a Turquía, ¿no?

– Eso sí -resopló, con cierta indignación-. A buscar el Arca de Noé. Joder, Marcelo. No se le podía haber ocurrido una mentira más estúpida. Tú me dirás qué pinta una experta en el Pórtico de la Gloria, restauradora de arte románico gallego, buscando una cosa así.

– No… Si tampoco yo me lo explico.

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