Capítulo 82

Tres minutos más tarde, la señal roja del panel de mandos del Sirkovsky se había apagado por completo. Haci y yo fuimos los primeros en darnos cuenta.

– Los hemos perdido, maestro -informó el piloto.

Artemi Dujok enarcó una ceja, incrédulo.

– ¿Está seguro?

– Totalmente. El haz de radar ya no nos sigue.

El sheikh se giró ufano hacia Ellen Watson.

– Gracias, señorita Watson. Nos ha brindado un servicio excelente.

– Y ahora que le he demostrado mi voluntad de cooperación -aprovechó ella, disimulando su alivio-, ¿me contará todo lo que quiero saber sobre el Proyecto Elías?

Me fijé en la expresión de Dujok. El armenio le debía una explicación a su huésped y confiaba en que se la diera sin darme de lado.

– ¿No prefiere relajarse y dormir unas horas antes de llegar a nuestro destino?

– Habrá tiempo para eso. Ahora me gustaría conocer qué sabe usted de ese programa secreto.

– Muy bien -asintió-. Se lo ha ganado. Tenemos varias horas de vuelo por delante. No veo por qué razón no habría de compartir con usted todo lo que sé.

Ellen sintió que había llegado su momento.

– Verá, señorita: hasta donde conozco, el Proyecto Elías es una vieja iniciativa de los servicios secretos de su país. Quizás una de las más antiguas, porque implica la seguridad colectiva de su nación. Naturalmente, en las últimas décadas ha pasado por fases más activas que otras. Nosotros, los yezidís, supimos de su existencia hace mucho tiempo. Fue, como les he dicho, gracias a su suegro, a las advertencias de los rusos y también por culpa de unas viejas fotos del monte Ararat. Fueron tomadas poco después de estallar la Revolución bolchevique en Moscú, durante una expedición en la que participaron porteadores de nuestra religión. Desde entonces, nadie que las haya visto ha vivido lo suficiente para contarlo. Pero en ellas descansa la verdad última de lo que persigue ese proyecto…

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