Felurian y yo caminábamos hacia la laguna cuando percibí una sutil diferencia en la luz. Miré hacia arriba y me sorprendió ver la pálida curva de la luna asomando entre las copas de los árboles.
Era solo un finísimo creciente, pero supe que era la misma luna que yo había conocido toda la vida. Verla en aquel lugar extraño fue como encontrarme lejos de casa a un amigo al que no hubiera visto desde hacía mucho tiempo.
«¡Mira!», dije señalándola. «¡La luna!»
Felurian sonrió, indulgente, «eres mi precioso corderito recién nacido, ¡mira! ¡aquí también hay una nube! ¡amouen! ¡danza de alegría!» Se rió.
Me sonrojé, avergonzado. «Es que no la veía desde…» No terminé la frase, pues no tenía forma de calcular el tiempo. «Desde hace mucho tiempo. Además, aquí las estrellas son diferentes. Creía que la luna también sería otra.»
Felurian me acarició el pelo, «dulce iluso, solo hay una luna, estábamos esperándola, ella nos ayudará a imbuir tu shaed.» Se deslizó dentro del agua, grácil y lustrosa como una nutria. Cuando salió a la superficie, el cabello se derramaba por sus hombros como la tinta.
Me senté en una piedra de la orilla de la laguna con los pies colgando. El agua estaba caliente como la de una bañera. «¿Cómo puede estar la luna aquí», pregunté, «si este es otro cielo?»
«aquí solo hay un pequeño fragmento», me contestó Felurian. «la mayor parte está ahora en el cielo de los mortales.»
«Pero ¿cómo?», pregunté mirándola con los ojos muy abiertos.
Felurian dejó de nadar y se quedó flotando boca arriba, contemplando el cielo, «oh luna», dijo con tristeza, «necesito besos, ¿por qué me trajiste un hombrecito con ojos de mochuelo cuando lo que yo deseaba era un hombre?» Suspiró y, burlona, canturreó: ¿cómo, cómo, cómo?».
Me metí en el agua; quizá no fuera tan ágil como una nutria, pero besaba mejor.
Al cabo de un rato estábamos tumbados sobre una roca plana y lisa en la parte más baja de la laguna, cerca de la orilla, «gracias, luna», dijo Felurian contemplando el cielo con satisfacción, «por este hombrecito dulce y lozano.»
En la laguna había peces luminosos. No eran más grandes que una mano, y cada uno tenía una franja o un lunar reluciente de diferentes colores. Los vi salir de sus escondites, sorprendidos por las turbulencias del agua: anaranjados como brasas ardientes, amarillos como ranúnculos, azules como el cielo a mediodía.
Felurian se deslizó otra vez dentro del agua y me tiró de una pierna. «ven, mi mochuelo besador», me dijo, «y te enseñaré las obras de la luna.»
Me metí en la laguna y la seguí hasta que el agua nos llegó por los hombros. Los peces se acercaron a explorar; los más valientes, lo suficiente para nadar entre nosotros. Con su movimiento revelaban la silueta de Felurian bajo el agua. Pese a que yo ya había explorado su desnudez con todo detalle, de pronto me fascinó su forma, apenas insinuada.
Los peces se acercaron un poco más. Uno me rozó, y noté un suave pellizco en las costillas. Di un respingo, a pesar de que aquel mordisco era más flojo que el golpecito de un dedo. Nos rodearon más peces, y de vez en cuando alguno nos mordisqueaba.
«a los peces también les gusta besarte», comentó Felurian acercándose a mí hasta juntar su cuerpo con el mío.
«Creo que les gusta la sal de mi piel», dije observándolos.
Felurian me dio un empujón, enojada, «sí, a lo mejor les gusta el sabor a mochuelo.»
Antes de que pudiera replicar apropiadamente, Felurian se puso seria, extendió una mano y la sumergió en el agua entre nosotros, con la palma hacia abajo.
«solo hay una luna», dijo, «se mueve entre tu cielo mortal y el mío.» Apoyó la palma de la mano en mi pecho; luego la retiró y la apoyó sobre su pecho, «oscila, va y viene.» Se interrumpió y me miró frunciendo el ceño, «fíjate en mis palabras.»
«Ya me fijo», mentí.
«no, te fijas en mis pechos.»
Era verdad. Coqueteaban con la superficie del agua. «Merecen toda mi atención», dije. «No fijarse en ellos sería un insulto terrible.»
«te hablo de cosas importantes, cosas que debes saber si quieres regresar sano y salvo.» Dio un suspiro exagerado, «si te dejo tocar uno, ¿prestarás atención a mis palabras?» «Sí.»
Me cogió una mano y la colocó, ahuecada, sobre uno de sus pechos. «haz olas sobre las azucenas.»
«Todavía no me has enseñado olas sobre las azucenas.»
«en ese caso, lo dejaremos para más tarde.» Volvió a poner la mano con la palma hacia abajo en el agua, entre nosotros dos; entonces dio un débil suspiro y entrecerró los ojos, «ah», dijo, «oh.»
Los peces volvieron a salir de sus escondites.
«mi mochuelo distraído», dijo Felurian con cariño. Se sumergió hasta el fondo de la laguna y emergió con una piedra lisa y redonda en la mano, «ahora presta atención a mis palabras, tú eres el mortal y yo, la fata.»
«aquí está la luna.» Colocó la piedra entre su palma y la mía y entrelazó nuestros dedos para sujetarla, «está atada por igual a la noche fata y a la noche mortal.»
Felurian dio un paso adelante y presionó la piedra contra mi pecho. «así se mueve la luna», dijo comprimiéndome los dedos, «ahora, cuando miro al cielo, no veo el resplandor de la luz que anhelo, en cambio, como una flor abierta, su cara brilla en tu mundo descubierta.»
Se retiró, y nos quedamos con los brazos extendidos y las manos entrelazadas. Entonces tiró de la piedra hacia su pecho, arrastrándome por el agua, «ahora suspiran todas tus mortales doncellas, porque es en mi cielo donde está la luna llena.»
Asentí. «Por los Fata y los hombres amada. ¿Acaso es una trotamundos algo descarada?»
Felurian negó con la cabeza, «ojalá así fuera, no es una trotamundos, aunque sea viajera, se mueve, pero no cuando ella quisiera.»
«Una vez me contaron una historia», dije. «Sobre un hombre que robó la luna.»
Felurian adoptó una expresión solemne. Soltó sus dedos de los míos y miró la piedra que tenía en la mano, «eso supuso el fin de todo.» Suspiró, «hasta que él robó la luna, había alguna esperanza de paz.»
Me impresionó la crudeza de sus palabras. «¿Cómo dices?», pregunté, aturdido.
«el robo de la luna.» Me miró ladeando la cabeza, intrigada, «me has dicho que lo sabías.»
«He dicho que me habían contado una historia», aclaré. «Pero era una historia absurda. No una historia verídica. Era un cu… Era una historia como las que les cuentas a los niños.»
Felurian volvió a sonreír, «puedes llamarlos cuentos de hadas, los conozco, son fantasías, a veces nosotros contamos a nuestros niños cuentos de hombrecitos.»
«Pero ¿es verdad que robaron la luna?», pregunté. «¿Eso no es una fantasía?»
Felurian me miró con el ceño fruncido, «¡te lo estoy enseñando!», dijo, y batió la superficie del agua con la palma de la mano.
Sin proponérmelo, hice el signo de disculpa por debajo de la superficie del agua, y entonces me di cuenta de que no servía de nada. «Lo siento», dije. «Pero si no sé la verdad de esta historia, estoy perdido. Te ruego que me la cuentes.»
«es una historia antigua y triste.» Se quedó mirándome, «¿qué me ofreces a cambio?»
«El ciervo silencioso», contesté.
«me estarías haciendo un regalo que es un regalo para ti», objetó Felurian con aire de superioridad, «¿qué más?»
«También haré un millar de manos», prometí, y noté que su expresión se suavizaba. «Y te enseñaré una cosa nueva que se me ha ocurrido a mí solo. Lo llamó balanceo contra el viento.»
Se cruzó de brazos y desvió la mirada adoptando una expresión de profunda indiferencia, «quizá sea nueva para ti. seguro que yo la conozco por otro nombre.»
«Tal vez», concedí. «Pero si no aceptas el trato, nunca lo sabrás.»
«muy bien», convino con un suspiro, «pero solo porque eres bastante bueno haciendo un millar de manos.»
Felurian levantó la cabeza y contempló un instante el creciente de luna. Entonces dijo: «mucho antes de las ciudades de los hombres, antes de los hombres, antes de los fata. había quienes paseaban con los ojos abiertos, sabían todos los nombres profundos de las cosas». Hizo una pausa y me miró, «¿sabes qué significa eso?»
«Cuando sabes el nombre de una cosa, tienes dominio sobre ella», contesté.
«no», replicó Felurian, y me sorprendió el tono de reprimenda de su voz. «el dominio no lo adquirían, ellos tenían el conocimiento profundo de las cosas, no dominio, nadar no es tener dominio sobre el agua, comer una manzana no es tener dominio sobre la manzana.» Me miró fijamente, «¿me entiendes?»
No lo entendía. Pero de todas formas asentí con la cabeza, porque no quería ofenderla ni distraerla de la historia.
«esos antiguos conocedores de nombres se paseaban libremente por el mundo, conocían al zorro y conocían a la liebre, y conocían el espacio que los separa.»
Inspiró hondo y soltó el aire en un suspiro, «entonces llegaron aquellos que veían una cosa y querían cambiarla, ellos sí pensaban en términos de dominarla.
«eran modeladores, orgullosos soñadores.» Hizo un ademán conciliatorio. «y al principio no era todo malo, había maravillas.» Los recuerdos iluminaron su rostro, y me agarró por el brazo, emocionada. «una vez, sentada en los muros de murella, me comí un fruto de un árbol plateado, brillaba, y en la oscuridad podías distinguir la boca y los ojos de todos los que lo habían probado.»
«¿Murella estaba en Fata?»
«no», dijo Felurian frunciendo el ceño, «ya te lo he dicho, esto pasó antes, solo había un cielo, una luna, un mundo, y en él estaba murella, y el fruto, y yo, comiéndomelo, y mis ojos brillaban en la oscuridad.»
«¿Cuánto tiempo ha pasado?»
«mucho», contestó Felurian encogiendo los hombros.
Mucho tiempo. Mucho más del que pueda recoger cualquier libro de historia que yo haya visto o del que haya oído hablar. En el Archivo había ejemplares de historias de Caluptena que se remontaban dos milenios, y en ninguno aparecía ni una sola referencia a las cosas de que hablaba Felurian.
«Perdona que te haya interrumpido», dije tan educadamente como pude, e hice una reverencia procurando no sumergirme del todo en el agua.
Aplacada por mi disculpa, Felurian continuó: «la fruta solo fue el principio, los primeros pasos inseguros de un niño, se volvieron más atrevidos, más valientes, más salvajes, los antiguos conocedores dijeron "basta", pero los modeladores se negaron, se pelearon y lucharon y prohibieron a los modeladores, rechazaban esa clase de dominio». Sus ojos centelleaban, «pero ¡oh!», suspiró, «¡qué cosas hicieron!»
Y eso lo decía una mujer que me estaba tejiendo una capa de sombra. No entendía de qué se maravillaba. «¿Qué hicieron?»
Abrió un brazo señalando el entorno.
«¿Arboles?», pregunté, atónito.
Felurian rió. «no. el reino de los fata.» Hizo un amplio ademán con el brazo, «labrado según sus deseos, el más grande de todos lo bordó en una tela, un lugar donde podían hacer lo que desearan, y cuando terminaron todo el trabajo, cada modelador forjó una estrella para llenar aquel cielo nuevo y vacío.»
Felurian me sonrió, «entonces sí hubo dos mundos, dos cielos, dos juegos de estrellas.» Levantó la piedra redonda y lisa, «pero una sola luna, redonda y entera en el cielo mortal.»
Su sonrisa se desvaneció, «pero uno de los modeladores era más grande que los demás, a él no le parecía suficiente hacer una estrella, él impuso su voluntad por el mundo y la arrancó de su casa.»
Felurian alzó la piedra hacia el cielo y cerró un ojo con cuidado. Ladeó la cabeza como si tratara de hacer encajar la curva de la piedra con los cuernos vacíos del creciente que brillaba en el cielo, «ese fue el momento crucial, los antiguos conocedores comprendieron que hablando no conseguirían detener a los modeladores.» Metió la mano en el agua, «él robó la luna, y entonces llegó la guerra.»
«¿Quién? ¿Quién la robó?», pregunté.
Sus labios dibujaron un amago de sonrisa, «¿quién, quién?», canturreó.
«¿Fue alguien de las cortes faen?», pregunté.
Felurian negó con la cabeza, divertida, «no. ya te he dicho que fue antes que los fata. el primer modelador, el más grande.»
«¿Cómo se llamaba?»
Felurian negó con la cabeza, «no se pueden decir nombres, no hablaré de aquel, aunque esté encerrado tras las puertas de piedra.»
Antes de que pudiera hacer más preguntas, Felurian me cogió la mano y volvió a encerrar la piedra entre nuestras palmas, «ese modelador del ojo oscuro y cambiante estiró la mano hacia el negro firmamento. arrancó la luna, pero no consiguió que se quedase, por eso ahora ella se mueve entre el mundo fata y el perecedero.»
Me miró con gesto solemne, algo poco común en su hermoso rostro. «tu cuento ya tienes, tus cómos y tus quiénes, pero aguza ese oído de mochuelo, que hay un último secreto.» Sacó nuestras manos entrelazadas a la superficie del agua, «ahora viene la parte en la que has de estar atento.»
Los ojos de Felurian eran negros en aquella penumbra, «tu mundo y el mío, seducidos, tiran de la luna como los padres de un hijo; no quieren soltarlo, se niegan a dejarlo.»
Se retiró, y nos alejamos tanto como pudimos sin soltar la piedra atrapada en nuestras manos, «cuando está dividida, y una mitad en tu cielo, ya ves lo lejos que de ti quedo.» Felurian estiró la mano que tenía libre hacia mí y la agitó sobre el agua como si intentara en vano asir algo, «no importa si besarnos es nuestro deseo; el espacio entre tú y yo no está maduro para eso.»
Felurian avanzó hacia mí y apretó la piedra contra mi pecho, «y mientras tu luna va creciendo, los feéricos notamos que nos va atrayendo. nos arrastra hacia vosotros mientras brilla, ahora, una visita nocturna es más sencilla que cruzar una puerta a la ligera o saltar de un bote a la ribera.» Me sonrió, «estaba llena cuando, errando por la espesura, encontraste, hombrecito, a Felurian y su laguna.»
La idea de todo un mundo de seres fata atraído por la luna llena era perturbadora. «Y eso, ¿a todos los Fata les sucede?»
Felurian encogió los hombros y asintió con la cabeza, «si saben el camino y quieren, acontece, lo cierto es que existen un millar de puertas, que llevan de mi mundo al tuyo al estar entreabiertas.»
«¿Cómo es que nunca me había enterado? Se diría que alguien debiera de haber notado que a la hierba de los mortales los Fata iban a danzar…»
Felurian rió. «pero ¿acaso no acaba de pasar? el mundo es grande y el tiempo es largo, pero tú dices que oíste mi canto, antes de verme en el calvero, acariciando la luz de la luna en mi pelo.»
Fruncí el entrecejo. «Sin embargo, me parece que debería de haberme tropezado con más señales de los que se pasean de un mundo al del otro lado.»
Felurian encogió los hombros, «casi todos los fata son gente sutil y ladina que hacen menos ruido que el humo de la cocina, algunos se mueven entre los tuyos shaedados, glamorados como una Mula cargada de fardos o ataviados con ropajes dignos de una duquesa.» Me miró con franqueza, «sabemos impedir que se nos vea.»
Volvió a cogerme la mano, «a muchos de los más oscuros les divertiría de vosotros hacer uso. ¿qué les impide traspasar, luego? hierro, espejo, fuego, olmo y cenizas y cuchillos de cobre, esposas de granjeros con el corazón de roble, que saben las reglas de los juegos a que jugamos y nos ofrecen pan para alejarnos, pero lo que más teme mi gente es la parte de nuestro poder que se pierde cuando pisamos vuestra tierra perecedera.»
«Damos muchos problemas, no merece la pena», admití sonriendo.
Felurian estiró un brazo y me acarició los labios con la yema de un dedo, «puedes reírte cuanto quieras mientras llena perdura, pero que sepas que hay una mitad más oscura.» Se separó de mí sin soltarme la mano y tiró de mí por el agua formando un perezoso espiral, «un mortal sagaz teme la noche que ni una pizca de esa dulce luz derroche.»
Se llevó mi mano hacia el pecho, girando y arrastrándome por el agua hacia ella, «un paso u otro en una noche así, tan negra, podría meterte en la mitad oscura, o en su estela, y llevarte hasta fata, aunque sea involuntariamente.» Se interrumpió y me miró con seriedad, «donde tu estancia deberá ser permanente.»
Felurian dio un paso hacia atrás en el agua, tirando de mí. «y en un terreno tan extraño e inusual, ¿cómo no va a ahogarse un ser mortal?»
Di otro paso hacia ella y no encontré nada bajo los pies. De pronto la mano de Felurian ya no estaba entrelazada con la mía, y el agua negra se cerró sobre mi cabeza. Atragantándome, ciego, empecé a agitar desesperadamente los brazos y las piernas tratando de salir a la superficie.
Tras un largo y aterrador momento, las manos de Felurian me sujetaron y me arrastraron hasta la superficie como si yo no pesara más que un gatito. Me acercó a su cara, ante sus ojos oscuros, duros y centelleantes.
Con voz nítida, dijo: «hago esto para que escuches y no te quepa duda alguna, un hombre sabio contempla con temor la noche sin luna».