Capítulo 103

Como lo más natural del mundo

Pasaba el tiempo. Felurian me llevó Hacia el Día, a una parte del bosque aún más antigua y más espectacular que la que rodeaba el claro del crepúsculo. Una vez allí, trepamos a árboles altos y anchos como montañas. En las ramas más altas, notabas que el enorme árbol oscilaba mecido por el viento como un barco en el mar embravecido. Allí arriba, con solo el cielo azul alrededor y el lento movimiento del árbol, Felurian me enseñó hiedra en el roble.

Se me ocurrió enseñar a Felurian a jugar a tak, y descubrí que ya sabía. Me ganó con facilidad, y jugó una partida tan bonita que Bredon habría llorado si la hubiera visto.

Aprendí algo del idioma fata. Un poquito. Cuatro cosas sueltas.

Bueno, para ser sincero tengo que admitir que fracasé estrepitosamente en mi intento de aprender el idioma fata. Felurian no era precisamente una maestra muy paciente, y el idioma era de una complejidad desconcertante. Mi fracaso superaba la mera incompetencia, hasta el punto de que Felurian me prohibió expresamente que intentara hablarlo en su presencia.

En total adquirí unas pocas frases y una buena dosis de humildad. Ambas cosas me parecieron útiles.

Felurian me enseñó varias canciones faen. Me costaba más recordarlas que las canciones de los mortales, porque sus melodías eran sinuosas y escurridizas. Cuando intentaba tocarlas con el laúd, las cuerdas parecían raras bajo mis dedos, y me hacían vacilar y tropezar como un muchacho del campo que nunca hubiera tenido un laúd en las manos. Me aprendía las letras de memoria, pero no tenía ni la más remota idea de lo que significaban las palabras.

Y mientras seguíamos trabajando en mi shaed. O mejor dicho, Felurian trabajaba en él. Yo hacía preguntas, observaba e intentaba no sentirme como un niño curioso en la cocina. A medida que íbamos sintiéndonos más cómodos uno con otro, mis preguntas se hicieron más insistentes…

«Pero ¿cómo?», pregunté por enésima vez. «La luz no pesa, no tiene sustancia. Se comporta como una onda. En teoría no puedes tocarla.»

Felurian había terminado con la luz de estrellas y estaba entretejiendo luz de luna en el shaed. No levantó la cabeza cuando contestó: «demasiados pensamientos, mi kvothe, sabes demasiado para ser feliz».

Aquel comentario se parecía demasiado a algo que habría podido decir Elodin, y eso me hizo sentir incómodo. No me dejé distraer. «En teoría no puedes…»

Me propinó un ligero golpe con el codo y vi que tenía ambas manos ocupadas, «dulce llama», dijo, «acércame eso.» Apuntó a un rayo de luna que traspasaba las copas de los árboles hasta llegar al suelo y caer a mi lado.

Su voz tenía aquel tono de sutil autoridad, y sin pensarlo, cogí el rayo de luna como si fuera un racimo de uva que colgara en una parra. Lo sentí brevemente en los dedos, frío y efímero. Perplejo, me quedé inmóvil, y de pronto volvió a ser un rayo de luna normal y corriente. Lo atravesé varias veces con la mano, pero no noté nada.

Felurian sonrió, estiró un brazo y cogió el rayo como si fuera lo más natural del mundo. Con la otra mano me acarició la mejilla, y entonces volvió a concentrarse en la labor que tenía en el regazo y entretejió la hebra de luz de luna en los pliegues de sombra.

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