Capítulo 59

Propósito

Al dejar los aposentos del maer me planteé si debía enviarle antes a Caudicus un mensajero con mi tarjeta y un anillo, pero descarté esa idea. Dado que le estaba haciendo un mandado al maer, podía infringir el protocolo.

Gracias a la rumorología, sabía que el arcanista de Alveron formaba parte de la corte del maer desde hacía más de doce años. Pero aparte de eso y de que vivía en una de las torres meridionales del palacio, no tenía ni idea de qué podía esperar de él.

Llamé a la gruesa puerta de madera.

– Un momento -respondió una voz débil. Oí que descorrían el cerrojo, y al abrirse la puerta vi a un hombre delgado con la nariz alargada y aguileña y el pelo negro y rizado. Llevaba una prenda larga y oscura que me recordó vagamente a las túnicas de los maestros-. ¿Sí?

– ¿Puedo robarle un momento de su tiempo, señor? -dije con un nerviosismo no del todo fingido.

El hombre me miró de arriba abajo, fijándose en mi elegante atuendo.

– No preparo filtros de amor. Esas cosas puedes encontrarlas en Bajo Severen. -La puerta empezó a cerrarse poco a poco-. Aunque si quieres saber mi opinión, creo que tendrías más éxito con unos pasos de baile y unas rosas.

– He venido por otra cosa -me apresuré a decir-. Dos, de hecho. Una para el maer y otra para mí. -Levanté la mano y le mostré el anillo de hierro que tenía en la palma, con el nombre de Alveron grabado con oro brillante.

La puerta dejó de cerrarse.

– En ese caso, será mejor que entres -dijo Caudicus.

La habitación parecía una Universidad en miniatura, contenida en una sola estancia. La iluminaba el familiar resplandor rojizo de unas lámparas simpáticas, y había estantes de libros, mesas atiborradas de recipientes retorcidos de vidrio y, al fondo, medio escondido por la pared curva de la torre, me pareció entrever un pequeño horno.

– ¡Dios mío! -exclamé tapándome la boca con una mano-. ¿Qué es eso, un dragón? -Señalé un enorme cocodrilo disecado que colgaba de una de las vigas del techo.

Debéis comprender que algunos arcanistas son más territoriales que los tiburones, sobre todo los que han conseguido adquirir una buena posición en la corte, como en aquel caso. Yo no sabía cómo podía reaccionar Caudicus ante la aparición en su territorio de un joven aspirante a arcanista, de modo que decidí que lo más prudente era interpretar el papel de joven noble simpático y corto de luces, que no entrañaba ninguna amenaza.

Caudicus cerró la puerta y rió por lo bajo.

– No. Es un caimán. Te aseguro que es inofensivo.

– ¡Qué susto me ha dado! -dije-. ¿Para qué sirve?

– ¿Quieres saber la verdad? -Lo miró-. No lo sé muy bien. Pertenecía al arcanista que vivió aquí antes que yo. Me pareció una pena tirarlo. Es un espécimen impresionante, ¿no crees?

– Sí -dije mirándolo con nerviosismo.

– ¿Cuál es ese asunto que has mencionado? -Señaló una butaca ancha y mullida y se sentó en otra parecida que había enfrente-. Me temo que solo dispongo de unos minutos para ti; luego debo seguir con mis ocupaciones. De momento mi tiempo es tuyo… -Dejó la frase en el aire, interrogante.

Estaba convencido de que Caudicus sabía perfectamente quién era yo: el joven misterioso con quien últimamente se reunía el maer. Imaginé que sentía tanta curiosidad como los demás por saber qué hacía en Severen.

– Kvothe -dije-. De hecho, la medicina del maer no es el único motivo de mi visita. -Vi aparecer una fina arruga de irritación entre las cejas de Caudicus y me apresuré a corregir lo que pudiera estar pensando-. Vengo de hablar con el maer. -Hice una pausa para indicar que estaba injustificadamente orgulloso de ello-. Y me ha pedido si podía llevarle su medicina cuando hubiera terminado de hablar con usted.

La arruga desapareció.

– Desde luego -dijo Caudicus con naturalidad-. Así no tendré que ir hasta sus aposentos. Pero ¿de qué querías hablar conmigo?

– Verá -dije inclinándome hacia delante e insuflándole emoción a mi voz-, estoy realizando una investigación sobre la historia de las familias nobles de Vintas. Quiero escribir un libro.

– ¿Una genealogía? -Vi cómo el aburrimiento empezaba a nublar los ojos del arcanista.

– No, no. Ya existen muchas genealogías. Yo pensaba en una colección de historias relacionadas con las grandes familias. -Me sentía muy orgulloso de esa mentira. Además de justificar mi curiosidad por la familia de Meluan, explicaba por qué pasaba tanto tiempo con el maer-. La Historia tiende a ser un poco árida, pero a todo el mundo le gusta oír una buena historia.

– Una idea inteligente -concedió Caudicus asintiendo con la cabeza-. Podría ser un libro interesante.

– Quiero escribir un breve prefacio histórico sobre cada familia, a modo de introducción de las historias recopiladas. El maer me comentó que usted es toda una autoridad en familias antiguas, y dijo que le gustaría que viniera a visitarlo.

El cumplido tuvo el efecto deseado, y Caudicus se hinchó ligeramente.

– No sé si debo considerarme una autoridad -dijo con falsa modestia-. Aunque algo tengo de historiador. -Me miró arqueando una ceja-. Debes comprender que seguramente las propias familias serían una mejor fuente de información.

– Sí, eso podría pensarse -dije mirándolo de soslayo-. Pero las familias suelen mostrarse reacias a compartir sus historias más interesantes.

Caudicus sonrió abiertamente.

– Sí, imagino que sí. -Entonces la sonrisa se borró de sus labios, y, con seriedad, añadió-: Pero yo no conozco ninguna historia de esa clase relacionada con la familia del maer.

– ¡Ah, no, no! -Agité enérgicamente las manos-. El maer es un caso especial. Jamás se me ocurriría… -Dejé la frase sin terminar y tragué saliva ostensiblemente-. Yo confiaba en que usted pudiera iluminarme en relación a la familia Lackless. No sé prácticamente nada de ellos.

– ¿En serio? -repuso Caudicus, sorprendido-. Ya no son lo que eran, pero constituyen un tesoro escondido lleno de historias. -Se quedó con la mirada perdida y se dio unos golpecitos en los labios con las yemas de los dedos-. A ver qué te parece esto. Te haré un resumen de su historia, y puedes volver mañana para seguir hablando de ellos. Ya casi es la hora de la medicina del maer, y no debería retrasarse.

Se levantó y empezó a arremangarse la camisa.

– Puedo contarte lo que tengo más a mano en la memoria, si no te importa que divague un poco mientras preparo la medicina del maer.

– Nunca he visto cómo se prepara una poción -dije con entusiasmo-. Si cree que eso no lo distraerá…

– En absoluto. Podría prepararla dormido. -Se puso detrás de una mesa de trabajo y encendió un par de velas de llama azul. Me mostré debidamente impresionado, aunque sabía que aquellas velas solo servían para alardear.

Caudicus puso un pellizco de hojas secas desmenuzadas en una pequeña báscula de mano y lo pesó.

– ¿Tienes algún inconveniente en incluir rumores en tu investigación?

– No, si son interesantes.

Caudicus guardó silencio mientras medía cuidadosamente una pequeña cantidad de líquido transparente de una botella con tapón de cristal.

– Según tengo entendido, la familia Lackless tiene una reliquia. Bueno, no es exactamente una reliquia, sino un objeto antiguo que se remonta a los orígenes de su linaje.

– Eso no tiene nada de especial. Todas las familias antiguas tienen reliquias.

– Cállate -replicó Caudicus, irritado-. No se trata solo de eso. -Vertió el líquido en un cuenco de plomo poco hondo, con sencillos símbolos grabados en la parte exterior. El líquido borboteó y siseó, desprendiendo un débil olor acre.

Trasvasó el líquido al cazo suspendido sobre las velas. Añadió la hoja seca, un pellizco de otra cosa y una medida de polvo blanco. Agregó unas gotas de un fluido que deduje que debía de ser simple agua, lo removió y lo vertió por un filtro en un frasco de cristal transparente que tapó con un tapón de corcho.

Me mostró el resultado para que lo viera: un líquido claro de color ámbar, con un tinte ligeramente verdoso.

– Aquí lo tienes. Recuérdale que debe bebérselo todo.

Cogí el frasco, que estaba caliente.

– ¿Qué era esa reliquia?

Caudicus se lavó las manos en una jofaina de porcelana y las agitó para secarlas.

– He oído que en las partes más antiguas de las tierras de los Lackless, en la parte más antigua de su ancestral propiedad, hay una puerta secreta. Una puerta sin pomo ni bisagras. -Me miró para asegurarse de que le prestaba atención-. No hay forma de abrirla. Está cerrada, pero paradójicamente no tiene cerradura. Nadie sabe qué hay al otro lado.

Apuntó con la barbilla al frasco que yo tenía en la mano.

– Ahora llévale eso al maer. Le hará más efecto si se lo bebe mientras está caliente. -Me acompañó hasta la puerta-. Vuelve mañana. -Sonrió con complicidad-. Sé una historia sobre los Menebra que te dejará el pelo blanco.

– Ah, no. Investigo a las familias de una en una -dije, pues no quería arriesgarme a que me enredara en interminables habladurías de la corte-. Dos, como mucho. Ahora investigo a los Alveron y a los Lackless. No puedo empezar con una tercera familia. -Compuse una sonrisa boba-. Me haría un lío.

– Es una pena -repuso Caudicus-. Verás, yo viajo bastante. Muchos nobles están ansiosos por hospedar al arcanista del maer. -Me lanzó una mirada maliciosa-. De ese modo, me entero de cosas interesantes. -Abrió la puerta-. Piénsalo. Y pasa a verme mañana. Seguiremos hablando de los Lackless, como mínimo.

Llegué ante las puertas de los aposentos del maer antes de que el frasco se hubiera enfriado. Stapes me abrió la puerta y me guió hasta las cámaras privadas del maer.

El maer Alveron dormía en la misma postura en que yo lo había dejado. Cuando Stapes cerró la puerta detrás de mí, el maer abrió un ojo y, sin fuerzas, me hizo señas para que me acercara.

– Te has tomado tu tiempo -me recriminó.

– Excelencia, yo…

Volvió a hacerme señas, esa vez con más ímpetu.

– Dame la medicina -dijo con voz pastosa-. Y luego márchate. Estoy cansado.

– Me temo que lo que tengo que decirle es importante, excelencia.

Abrió los dos ojos, y volví a ver en ellos aquella ira abrasadora.

– ¿Qué pasa? -me espetó.

Me acerqué a un lado de la cama y me incliné sobre el maer. Antes de que él pudiera protestar por mi falta de decoro, le cuchicheé al oído:

– Excelencia, Caudicus lo está envenenando.

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