Capítulo 29

Robo

Todas las noches volvía a mi pequeña buhardilla de Anker's. Cerraba la puerta con llave, salía por la ventana y me colaba en la habitación de Wil o en la de Sim, según a quién le tocara la primera guardia esa noche.

Las cosas iban mal, pero sabía que irían infinitamente peor si Ambrose se enteraba de que era yo quien había entrado en sus habitaciones. Mis heridas se estaban curando, pero todavía eran lo bastante evidentes para incriminarme. Así que me esforzaba para mantener una apariencia de normalidad.

Una noche, ya tarde, entré en Anker's con toda la agilidad y el vigor de un engendro. Hice un débil intento de charlar con la nueva camarera de la taberna y cogí media hogaza de pan antes de desaparecer por la escalera.

Un minuto más tarde volvía a estar en la taberna. Estaba empapado de sudor, muerto de miedo, y mi corazón tronaba en mis oídos.

La camarera alzó la vista.

– ¿Has cambiado de idea sobre la copa? -me preguntó, sonriente.

Negué con la cabeza, tan enérgicamente que el pelo me azotó la cara.

– ¿Me dejé mi laúd aquí anoche cuando terminé de tocar? -pregunté, frenético.

La chica meneó la cabeza.

– Te lo llevaste, como siempre. ¿Recuerdas que te pregunté si necesitabas un trozo de cordel para sujetar el estuche?

Subí la escalera a más correr. Medio minuto más tarde volvía a estar abajo.

– ¿Estás segura? -pregunté respirando trabajosamente-. ¿Puedes mirar detrás de la barra, por si acaso?

Miró, pero el laúd no estaba allí. Tampoco estaba en la despensa. Ni en la cocina.

Subí la escalera y abrí la puerta de mi cuartito. En una habitación tan pequeña no había muchos sitios donde guardar un estuche de laúd. No estaba debajo de la cama. No estaba apoyado en la pared, junto a mi pequeño escritorio. No estaba detrás de la puerta.

El estuche del laúd era demasiado grande para caber en el viejo baúl que tenía a los pies de la cama, pero de todas formas, miré allí también. No estaba en el baúl. Miré otra vez debajo de la cama, para asegurarme. No estaba debajo de la cama.

Entonces miré la ventana. Miré el sencillo pestillo que yo mantenía bien engrasado para poder abrirlo desde fuera, estando de pie en el tejado.

Volví a mirar detrás de la puerta, pero tampoco estaba allí. Entonces me senté en la cama. Si momentos antes me sentía reventado, ahora sentía algo completamente diferente. Sentía que estaba hecho de papel mojado. Sentía que apenas podía respirar, como si me hubieran robado el corazón.

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