Capítulo 143

Sin Sangre

Sabía una última sorpresa esperándome a mi regreso a la Universidad.

Ya llevaba unos días allí cuando volví a la Factoría. Aunque ya no necesitaba tanto el dinero, echaba de menos el trabajo. Dar forma a un objeto con las manos produce una extraña satisfacción. La buena artificería es como una canción solidificada. Es un acto de creación.

Me dirigí a Existencias con la idea de empezar algún proyecto sencillo, porque estaba desentrenado. Al acercarme a la ventana, vi una cara conocida.

– Hola, Basil -dije-. ¿Qué has hecho esta vez para que te pongan aquí?

– Manejo incorrecto de reactivos -murmuró Basil agachando la cabeza.

– Bah, eso no es grave -dije riendo-. Te soltarán dentro de un ciclo.

– Sí. -Levantó la cabeza y sonrió, abochornado-. Ya me había enterado de que habías vuelto. ¿Has venido a buscar tus beneficios?

Estaba haciendo una lista mental de todo lo que necesitaba para fabricar un embudo de calor, pero me paré en seco.

– ¿Cómo dices?

Basil ladeó la cabeza.

– Tus beneficios -repitió-. Por el Sin Sangre. -Se quedó mirándome un momento, y luego lo entendió-. Claro, no sabes nada… -Se apartó un momento de la ventana y volvió con un objeto que parecía una lámpara de ocho caras hecha toda de hierro.

No era exactamente igual que el atrapaflechas que yo había construido. El mío era un prototipo, y no estaba tan pulido. Aquel, en cambio, era perfecto. Todas las piezas encajaban a la perfección, y estaba recubierto con una fina capa de esmalte alquímico transparente que lo protegería de la lluvia y de la herrumbre. Era un detalle muy acertado; debí incluirlo en mi diseño original.

Por una parte me halagaba que a alguien le hubiera gustado lo suficiente mi diseño para copiarlo, pero por otra, me fastidiaba ver un atrapaflechas mucho más bonito y pulido que mi original. Me fijé en que las piezas tenían una uniformidad reveladora.

– ¿Han hecho un juego de moldes? -pregunté.

– Sí, hace mucho tiempo. Dos juegos. -Me sonrió-. He de reconocer que es una obra muy inteligente. Me costó un poco entender cómo funcionaba el disparador de inercia, pero ahora que lo sé… -Se dio unos golpecitos en la frente-. Yo ya he construido dos. Se gana un buen dinero para el tiempo que llevan. No se pueden comparar con las lámparas marineras.

Eso me arrancó una sonrisa.

– Cualquier cosa es mejor que las lámparas marineras -coincidí, y cogí el atrapaflechas-. ¿Este es tuyo?

Basil negó con la cabeza.

– El mío se vendió hace un mes. No duran mucho. Fuiste muy astuto al ponerles un precio tan bajo.

Le di vueltas y vi una palabra grabada en el metal. Las letras estaban muy hundidas en el hierro, y eso indicaba que formaban parte del molde. Rezaban: «Sin Sangre».

Miré a Basil, que sonreía.

– Te marchaste sin ponerle un nombre adecuado -dijo-. Entonces Kilvin formalizó el esquema y lo registró. Necesitábamos llamarlo de alguna manera antes de empezar a venderlo. -Su sonrisa se desdibujó un poco-. Pero más o menos al mismo tiempo, llegó la noticia de que habías muerto en un naufragio. Kilvin acudió al maestro Elodin…

– Para que le pusiera un nombre adecuado -dije sin dejar de darle vueltas con las manos-. Claro.

– Kilvin protestó un poco -continuó Basil-. Opinaba que eran bobadas dramáticas. Pero se quedó con ese nombre. -Encogió los hombros, se agachó y revolvió un poco antes de reaparecer con un libro-. En fin, ¿quieres tus beneficios? -Empezó a pasar las hojas-. Ya debe de haberse acumulado una cantidad considerable. Muchos alumnos los fabrican.

Encontró la página que buscaba y pasó un dedo por la línea.

– Aquí está. Hasta ahora se han vendido veintiocho…

– Basil -lo interrumpí-, no sé de qué me estás hablando, de verdad. Kilvin ya me pagó por el que fabriqué yo.

Basil frunció el entrecejo.

– Es tu comisión -dijo con naturalidad. Entonces, al ver que yo no entendía nada, añadió-: Cada vez que Existencias vende algo, la Factoría obtiene un treinta por ciento de comisión, y el propietario del esquema obtiene el diez por ciento.

– Yo creí que Existencias se quedaba el cuarenta -dije, sorprendido.

Basil encogió un hombro.

– Sí, casi siempre. Porque la mayoría de los esquemas viejos son propiedad de Existencias. Casi todos los artículos ya están inventados. Pero cuando se trata de algo nuevo…

– Manet nunca lo mencionó -dije.

Basil esbozó una sonrisa de disculpa.

– El viejo Manet es un percherón -dijo educadamente-. Pero no es la persona más innovadora del mundo. Lleva… ¿cuánto?, ¿unos treinta años aquí?, y no creo que tenga ni un solo esquema a su nombre. -Hojeó un poco el libro, leyendo las páginas por encima-. Casi todos los artífices serios tienen al menos uno, aunque solo sea por orgullo y aunque sea algo prácticamente inútil.

Empecé a calcular mentalmente.

– Pues el diez por ciento de ocho talentos por pieza… -murmuré, y levanté la cabeza-. ¿Tengo veintidós talentos esperándome?

Basil asintió señalando la entrada del libro.

– Veintidós con cuatro -dijo al mismo tiempo que sacaba un lápiz y un trozo de papel-. ¿Te lo llevas todo?

Sonreí.

Cuando me marché a Imre, mi bolsa pesaba tanto que temí me provocara una cojera. Pasé por Anker's, cogí mi macuto y me lo colgué del otro hombro para equilibrarme.

Me paseé por la ciudad y pasé por todos los sitios que Denna y yo habíamos frecuentado en el pasado. Me pregunté dónde podría estar.

Una vez completada mi búsqueda ritual, me dirigí a un callejón que olía a grasa rancia y subí una estrecha escalera. Llamé a la puerta de Devi, esperé un largo minuto y volví a llamar más fuerte.

Se oyó el sonido de un cerrojo al descorrerse y luego el de una 11ave al girar en la cerradura. La puerta se abrió un poco, y en la rendija asomó un solo ojo azul claro. Sonreí.

La puerta terminó de abrirse lentamente. Devi, plantada en el umbral, con los brazos pegados a los costados, me miraba pasmada.

– ¿Qué? -dije arqueando una ceja-. ¿No vas a hacer ningún comentario ocurrente?

– No hago negocios en el rellano -dijo ella automáticamente, con una voz desprovista de toda entonación-. Tendrás que entrar.

Esperé, pero no se apartó del umbral. Por detrás de ella, me llegó un olor a canela y miel.

– ¿Estás bien, Devi?

– Eres un… -Se quedó mirándome fijamente sin terminar la frase. Hablaba con una voz monótona y sin rastro de emoción-. Se supone que estás muerto.

– En esto, como en muchas otras cosas, lamento decepcionarte -dije.

– Estaba segura de que lo había conseguido -continuó Devi-. La baronía de su padre se llama Islas de los Piratas. Estaba segura de que lo había hecho porque le habíamos incendiado las habitaciones. En realidad fui yo quien les prendió fuego, pero eso él no podía saberlo. Tú eras el único al que había visto. Tú y ese amigo tuyo ceáldico.

Devi me miró, parpadeando bajo la luz. La renovera con cara de duendecillo siempre había tenido la piel muy clara, pero aquella era la primera vez que la veía pálida.

– Has crecido -dijo-. Casi se me olvidó lo alto que eres.

– A mí casi se me olvidó lo guapa que eres -repuse-. Pero no del todo.

Devi seguía plantada en el umbral, pálida y mirándome fijamente. Preocupado, di un paso adelante y apoyé una mano en su brazo. Ella no se apartó, como yo imaginaba que haría. Tan solo bajó la vista hacia mi mano.

– Te toca a ti hacer un chiste -bromeé-. Normalmente eres más rápida.

– Dudo que hoy pueda estar a la altura de tus agudezas -dijo.

– Nunca he creído que pudieras estar a la altura de mis agudezas -repliqué-. Pero me gusta bromear un poco de vez en cuando.

En Devi asomó la sombra de una sonrisa, y sus mejillas recobraron algo de color.

– Eres un culo de burra -dijo.

– Eso ya está mejor -la animé, y la aparté de la puerta guiándola hacia la intensa luz de la tarde otoñal-. Sabía que podrías.

Fuimos juntos a una posada cercana, y con ayuda de un poco de cerveza y una comida abundante, Devi se recuperó de la conmoción de verme con vida. Al poco rato había recuperado su mordacidad, y nos lanzamos pullas por encima de nuestras tazas de sidra condimentada.

Después volvimos a su alojamiento detrás de la tienda del carnicero, donde Devi descubrió que se había olvidado de cerrar la puerta con llave.

– Tehlu misericordioso -dijo una vez dentro, y se puso a revisarlo todo, frenética-. Es la primera vez que me pasa.

Miré alrededor y vi que había muy pocos cambios en la habitación desde la última vez que la había visto, aunque la segunda estantería estaba mucho más llena. Revisé los títulos mientras Devi inspeccionaba los otros cuartos para comprobar que no faltaba nada.

– ¿Quieres que te preste algún libro? -me preguntó cuando volvió a mi lado.

– No, gracias. De hecho, te he traído una cosa.

Dejé mi macuto encima del escritorio y rebusqué en él hasta que encontré un paquete plano y rectangular envuelto con tela encerada y atado con un cordel. Puse mi macuto en el suelo y el paquete encima de la mesa, deslizándolo hacia Devi.

Devi se acercó al escritorio con gesto indeciso; se sentó y desenvolvió el paquete. Dentro estaba la copia del Celum Tinture que había robado de la biblioteca de Caudicus. No era un libro especialmente raro, pero sí un recurso útil para una alquimista desterrada del Archivo. Aunque yo no entendía nada de alquimia, desde luego.

Devi se quedó mirándolo.

– Y esto, ¿qué significa? -me preguntó.

– Es un regalo -dije riendo.

Me observó con los ojos entrecerrados.

– Si crees que con esto conseguirás una ampliación de tu préstamo…

Negué con la cabeza.

– Pensé que te gustaría -dije-. En cuanto al préstamo… -Saqué mi bolsa y puse nueve sólidos talentos encima de la mesa.

– Muy bien -dijo Devi, un tanto sorprendida-. Por lo visto, alguien ha tenido un viaje provechoso. -Levantó la cabeza y me clavó la vista-. ¿Estás seguro de que no prefieres esperar hasta que hayas pagado la matrícula?

– Ya la he pagado.

Devi no hizo ademán de coger el dinero.

– No me gustaría dejarte en la miseria al inicio del nuevo bimestre -dijo.

Sopesé mi bolsa con una mano. Produjo un agradable tintineo, casi musical.

Devi sacó una llave y abrió el último cajón de su escritorio. Uno a uno, fue sacando mi ejemplar de Retórica y lógica, mi caramillo de plata, mi lámpara simpática y el anillo de Denna.

Lo apiló todo pulcramente en el escritorio, pero siguió sin coger las monedas.

– Todavía quedan dos meses para que se cumpla el plazo de un año y un día -dijo-. ¿Estás seguro de que no prefieres esperar?

Desconcertado, miré el dinero que estaba encima de la mesa, y luego eché un vistazo al alojamiento de Devi. De pronto lo comprendí, como si una flor se abriera en mi cabeza.

– Todo esto no lo haces por el dinero, ¿verdad? -dije, asombrado de haber tardado tanto en comprenderlo.

Devi ladeó la cabeza.

Señalé las estanterías, la cama con dosel de terciopelo, a Devi. Hasta entonces nunca me había fijado, pero si bien la ropa que llevaba era sencilla, el corte y la tela eran tan elegantes como los de cualquier noble.

– Esto no tiene nada que ver con el dinero -repetí. Miré los libros de Devi. Aquella colección debía de valer quinientos talentos como mínimo-. Utilizas el dinero como cebo. Se lo prestas a tipos desesperados que podrían serte útiles, y luego confías en que no puedan saldar su deuda contigo. En realidad negocias con favores.

Devi rió un poco.

– El dinero no está mal -dijo; le brillaban los ojos-. Pero el mundo está lleno de cosas que la gente no vendería nunca. Los favores y la obligación valen muchísimo más.

Miré los nueve talentos que relucían sobre la mesa.

– No tienes ninguna cantidad mínima, ¿verdad? -pregunté, aunque ya sabía la respuesta-. Eso solo me lo dijiste para que me viera obligado a pedirte prestado más dinero. Confiabas en que me cavara un hoyo demasiado hondo y que no pudiera devolverte el préstamo.

Devi sonrió radiante.

– Bienvenido a la partida -dijo mientras empezaba a recoger las monedas-. Gracias por jugar.

Загрузка...