Los ataques no eran muy frecuentes, pero se producían de improviso.
E1 quinto día después de que empezáramos a buscar el esquema, un día que Ambrose debía de estar especialmente puñetero o aburrido, hubo ocho: uno cuando me estaba despertando en la habitación de Wilem, dos durante la comida, dos mientras estudiaba Fisiognomía en la Clínica y tres muy seguidos mientras trabajaba hierro en frío en la Factoría.
Al día siguiente no sufrí ningún ataque. Eso fue aún peor, en cierto modo. Horas sin nada más que hacer que esperar a que cayera el siguiente golpe.
Así pues, aprendí a mantener un Alar duro como el hierro mientras comía y me bañaba, mientras asistía a clase y conversaba con mis maestros y amigos. Hasta lo mantenía mientras me batía en duelo en Simpatía Experta. El séptimo día de la búsqueda, esa distracción y mi cansancio general me condujeron a mi primera derrota en un duelo ante dos compañeros de clase, lo que puso fin a mi perfecto historial de imbatibilidad.
Podría decir que estaba demasiado cansado para que eso me importara, pero no sería del todo cierto.
El noveno día de la búsqueda, Wilem, Simmon y yo estábamos rastreando libros en nuestro rincón de lectura cuando se abrió la puerta y entró Fela. En lugar del montón de libros habitual, llevaba uno solo. Respiraba entrecortadamente.
– Ya lo tengo -anunció; le brillaban los ojos. Su voz estaba tan cargada de emoción que era casi furibunda-. He encontrado una copia. -Nos acercó el libro para que pudiéramos leer las letras grabadas con pan de oro en el grueso lomo de piel: Facci-Moen ve Scrivani.
Habíamos descubierto la existencia del Scrivani al principio de nuestra búsqueda. Era una extensa colección de esquemas, obra de un artífice muerto hacía mucho tiempo llamado Surthur. Constaba de doce gruesos volúmenes de minuciosos diagramas y descripciones. Cuando encontramos el índice, creímos que nuestra búsqueda estaba próxima a su fin, pues incluía un apartado titulado «Diagramas que detallan la construcción de un maravilloso Gramm-Cinco, de eficacia demostrada en la prevención de simpatía maléfica». Referencia: volumen nueve, página ochenta y dos.
Localizamos ocho versiones del Scrivani en el Archivo, pero nunca encontramos el juego completo. Siempre faltaban los volúmenes siete, nueve y once; sin duda alguna debían de estar guardados en la biblioteca privada de Kilvin.
Habíamos pasado dos días enteros buscando, pero habíamos acabado descartando el Scrivani. Sin embargo, ahora Fela lo había encontrado, y no solo una pieza del rompecabezas, sino un libro entero.
– ¿Es el bueno? -preguntó Simmon, con una mezcla de emoción e incredulidad.
Fela apartó lentamente la mano de la parte inferior de la cubierta, revelando un número grabado en oro: nueve.
Me levanté de la silla y estuve a punto de volcarla con las prisas para llegar hasta Fela. Pero ella sonrió y sostuvo el libro por encima de su cabeza.
– Primero tienes que prometerme una cena -dijo.
Me reí y estiré un brazo para coger el libro.
– Cuando esto haya terminado, os invitaré a todos a cenar.
Fela suspiró.
– Y tienes que decirme que soy la mejor secretaria de todos los tiempos -dijo.
– Eres la mejor secretaria de todos los tiempos -afirmé-. Eres el doble de buena de lo que Wil podría aspirar a ser, aunque tuviera una docena de manos y un centenar de ojos.
– ¡Ecs! -Me dio el libro-. Aquí tienes.
Corrí hacia la mesa y abrí el libro.
– Seguro que faltan las páginas que necesitamos, o algo así -le dijo Simmon en voz baja a Wil-. Después del tiempo que llevamos buscando, no puede ser tan fácil. Seguro que falla algo.
Paré de pasar páginas y me froté los ojos. Escudriñé el texto.
– Lo sabía -dijo Sim; inclinó la silla hacia atrás sobre dos patas y se tapó los ojos fatigados con las manos-. A ver si lo adivino. Tiene podredumbre gris. O lepismas. O las dos cosas.
Fela se acercó y echó una ojeada por encima de mi hombro.
– ¡Oh, no! -exclamó, consternada-. No lo había abierto. Estaba tan emocionada… -Levantó la cabeza y nos miró-. ¿Alguno de vosotros sabe leer víntico éldico?
– Yo sé leer ese galimatías rechinante que llamáis atur -dijo Wilem con amargura-. Con eso ya me considero suficientemente políglota.
– Yo, solo un poco -dije-. Una docena de palabras.
– Yo sí sé -dijo Sim.
– ¿En serio? -Noté que la esperanza volvía a renacer en mi pecho-. ¿Cuándo lo has aprendido?
Sim acercó la silla a la mesa hasta que pudo ver el libro.
– En mi primer bimestre de E'lir oí algo de poesía en víntico éldico. Lo estudié tres bimestres con el rector.
– A mí nunca me ha interesado la poesía -reconocí.
– Tú te lo pierdes -dijo Sim distraídamente mientras pasaba unas páginas-. La poesía en víntico éldico es brutal. Te machaca.
– ¿Qué metro usa? -pregunté, curioso a mi pesar.
– Yo no entiendo de métrica -dijo Simmon, absorto, mientras pasaba un dedo por la página que tenía delante-. Va así:
Fuimos tras el Scrivani del propio Surthur obra
en tiempos ha perdida la esperanza rota.
Por amistad movida cazadora hermosa
del libro viene Fela por el hallazgo roja,
sin aliento en el pecho la sangre le borbota,
y tiñe su mejilla bella y ruborosa.
»Más o menos -dijo Sim distraídamente, sin dejar de escudriñar las páginas que tenía delante.
Me fijé en que Fela giraba la cabeza y miraba a Simmon como si le sorprendiera verlo allí sentado.
O mejor dicho: fue como si hasta ese momento Simmon únicamente hubiera ocupado espacio alrededor de Fela, como un mueble. Pero esa vez, cuando ella lo miró, lo captó por entero. El cabello rubio rojizo, la línea de su mandíbula, la amplitud de los hombros bajo la camisa. Esa vez, cuando lo miró, lo vio de verdad.
Dejadme decir una cosa. Todas las horas que pasamos buscando en el Archivo, todo el fastidio y el cansancio valieron la pena solo para presenciar aquel momento. Valió la pena sangre y temer a la muerte por verla enamorarse de Sim. Solo un poco. Solo el primer hálito débil del amor, tan leve que seguramente ni siquiera ella lo percibió. No fue espectacular, como un rayo seguido del estruendo de un trueno. Fue más bien como cuando golpeas pedernal contra acero y salta una chispa que se desvanece tan deprisa que casi no la ves. Pero sabes que está allí, donde no puedes verla, prendiendo.
– ¿Quién te leía poesía en víntico éldico? -preguntó Wil. Fela parpadeó varias veces y volvió a mirar el libro.
– Títere -contestó Sim-. El día que lo conocí.
– ¡Títere! -exclamó Wil, y pareció que fuera a mesarse los cabellos-. Que Dios me castigue, ¿cómo no se nos ha ocurrido recurrir a él? ¡Si existe una traducción atur de este libro, seguro que él sabe dónde está!
– Yo lo he pensado un montón de veces estos últimos días -dijo Simmon-. Pero últimamente no se encuentra bien. No creo que nos sirva de mucho.
– Y Títere sabe qué hay en la lista de libros restringidos -añadió Fela-. Dudo que nos diera una cosa así.
– ¿Todos conocéis a ese tal Títere excepto yo? -pregunté.
– Lo conocen los secretarios -dijo Wilem.
– Creo que yo podría descifrarlo casi todo -dijo Simmon volviéndose para mirarme-. ¿Tú entiendes este diagrama? Es incomprensible para mí.
– Eso son las runas -dije señalándolas-. Está más claro que el agua. Y eso son símbolos metalúrgicos. -Me acerqué un poco más-. El resto… no lo sé. Quizá sean abreviaciones. Supongo que podremos descifrarlas sobre la marcha.
Sonreí y me volví hacia Fela.
– Felicidades. Sigues siendo la mejor secretaria de todos los tiempos.
Tardé dos días en descifrar los diagramas del Scrivani con la ayuda de Simmon. O mejor dicho, tardamos un día en descifrarlos y otro más en revisar nuestro trabajo y volverlo a revisar.
Una vez descubierta la forma de fabricar mi gram, empecé a jugar a una especie de escondite extraño con Ambrose. Necesitaba disponer de toda mi capacidad de concentración para trabajar en la sigaldría del gram. Eso significaba que tendría que bajar la guardia. De modo que solo podía trabajar en el gram cuando tenía la certeza de que Ambrose estaba ocupado con otras cosas.
El gram requería un trabajo delicado, grabados minúsculos sin margen de error. Y el hecho de tener que dedicarle momentos sueltos no ayudaba mucho. Media hora mientras Ambrose tomaba café con una joven en un café público. Cuarenta minutos cuando asistía a una clase de Lógica Simbólica. Una hora y media, mientras realizaba su turno en el mostrador del Archivo.
Cuando no podía trabajar en el gram, trabajaba en mi proyecto de artificería. Por una parte, era una suerte que Kilvin me hubiera encargado hacer algo digno de un Re'lar. Me proporcionaba la excusa perfecta para todo el tiempo que pasaba en la Factoría.
El resto del tiempo lo pasaba en la taberna del Pony de Oro. Necesitaba convertirme en un cliente habitual de aquel local. Así, llegado el momento, levantaría menos sospechas.