Capítulo 142

A casa

Finalmente atracamos en Tarbean, donde los marineros me ayudaron a buscar una litera barata en un barco de vela que se dirigía a Anilin, río arriba. Dos días más tarde desembarqué en Imre y fui a pie hasta la Universidad mientras la primera luz azulada del amanecer coloreaba el cielo.

Jamás en la vida he tenido un hogar. Pasé la infancia en el camino, viajando constantemente con mi troupe. El hogar no era un sitio, sino la gente y los carromatos. Más tarde, en Tarbean, tuve un lugar secreto donde confluían tres tejados que me resguardaban de la lluvia. Allí dormía y escondía unos cuantos objetos valiosos, pero no era un hogar.

Ese es el motivo de que jamás hubiera disfrutado de la sensación de regresar a casa tras un viaje. Pero aquel día la sentí al cruzar el Omethi; las piedras del puente, bajo mis pies, tenían un tacto familiar. Cuando llegué a lo más alto del arco del puente, divisé la silueta gris del Archivo alzándose entre los árboles.

Me reconfortó pisar las calles de la Universidad. Había pasado tres cuartas partes de un año fuera. En ciertos aspectos, parecía que hiciera mucho más, pero al mismo tiempo, allí todo tenía un aire tan familiar que era como si no hubiera transcurrido ni un solo día.

Todavía era muy temprano cuando llegué a Anker's, y la puerta estaba cerrada. Consideré la posibilidad de trepar hasta mi ventana, pero me lo pensé mejor porque llevaba el estuche del laúd y el macuto, y también a Cesura.

Opté por ir a las Dependencias y llamé a la puerta de Simmon. Era temprano, y sabía que lo despertaría, pero estaba impaciente por ver un rostro conocido. Tras esperar un minuto y no oír nada, volví a llamar, más fuerte, y ensayé mi sonrisa más desenvuelta.

Sim abrió la puerta. Iba despeinado, tenía los ojos enrojecidos de dormir poco y me lanzó una mirada nublada. Al principio su expresión era de indiferencia, pero de pronto se abalanzó sobre mí y me estrujó con un abrazo.

– ¡Por el carbonizado cuerpo de Dios! -dijo utilizando un lenguaje más subido de tono de lo habitual-. ¡Kvothe, estás vivo!

Sim lloró un poco, y luego me gritó un rato, y al final nos reímos y aclaramos las cosas. Por lo visto, Threpe se había informado de mis viajes más de lo que yo imaginaba, y cuando se enteró de que mi barco había naufragado, había supuesto lo peor.

Una carta habría bastado para solucionarlo, pero nunca se me había ocurrido enviarla. El concepto de escribir a casa me era completamente ajeno.

– Os dieron a todos por muertos -me explicó Sim-. La noticia se difundió por el Eolio, y adivina quién la oyó.

– ¿Stanchion? -pregunté; sabía que era un chismoso tremendo.

Sim negó con la cabeza.

– Ambrose.

– Ah, genial -dije con aspereza.

– Habría sido duro saberlo por cualquiera -dijo Sim-. Pero saberlo por él fue mucho peor. Yo estaba convencido de que lo había organizado todo él para hundir tu barco. -Compuso una sonrisa forzada-. Esperó hasta justo antes de admisiones para darme la noticia. Como es lógico, hice un examen malísimo y pasé otro bimestre de E'lir.

– ¿Pasaste? -dije-. ¿Has conseguido que te nombren Re'lar?

– Precisamente ayer. -Sim sonrió-. Estaba recuperándome de la celebración cuando me has despertado.

– ¿Cómo está Wil? -pregunté-. ¿Encajó mal la noticia?

– Con mucha serenidad, como siempre. Pero aparte de eso… bueno, bastante mal. -Hizo una mueca-. Además, Ambrose le hacía la vida imposible en el Archivo. Wil se hartó y se fue a su casa un bimestre. Tiene que llegar hoy.

– ¿Y los demás? -pregunté.

De pronto Sim recordó algo y se levantó.

– ¡Dios mío! ¡Fela! -Entonces se sentó de golpe, como si le hubieran cortado las piernas-. Dios mío, Fela -dijo con un tono completamente diferente.

– ¿Qué? ¿Le ha pasado algo?

– Ella tampoco encajó bien la noticia. -Esbozó una trémula sonrisa-. Resulta que estaba bastante colada por ti.

– ¿Fela? -pregunté, atontado.

– ¿No te acuerdas? Wil y yo creíamos que le gustabas.

Parecía que hubiera pasado una eternidad.

– Sí, lo recuerdo.

– Bueno, verás -continuó Sim, un tanto turbado-. Durante tu ausencia, Wil y yo empezamos a pasar más tiempo con ella. Y… -Hizo un gesto impreciso y adoptó una expresión entre avergonzada y burlona.

Entonces lo entendí.

– ¿Fela y tú? ¡Cuánto me alegro, Sim! -Sonreí de oreja a oreja, y entonces vi la expresión de Sim-. Ah. -La sonrisa se borró de mis labios-. Sim, yo jamás me interpondría entre tú y Fela.

– Ya lo sé. -Sonrió forzadamente-. Confío en ti.

Me froté los ojos.

– Esto es una bienvenida bárbara. Ni siquiera he pasado todavía por Admisiones.

– Hoy es el último día -señaló Sim.

– Lo sé -dije, y me levanté-. Antes tengo que hacer un recado.

Dejé mi equipaje en la habitación de Sim y fui a ver al tesorero, cuyo despacho estaba en el sótano del Auditorio. Riem era un individuo calvo y con cara de antipático al que había caído mal desde el día que los maestros me pusieron una matrícula negativa, en mi primer bimestre. No estaba acostumbrado a dar dinero en lugar de recibirlo, y aquella experiencia le había sentado muy mal.

Le enseñé mi carta de crédito de las arcas de Alveron. Como ya he dicho, era un documento impresionante. Firmado de puño y letra por el maer. Con sellos de cera. En papel de vitela. Con una caligrafía excelente.

Me aseguré de que el tesorero se fijaba en el hecho de que la carta del maer permitiría a la Universidad retirar cualquier cantidad de dinero necesaria para cubrir mi matrícula. Cualquier cantidad.

El tesorero leyó el documento y coincidió conmigo en que esas eran las condiciones estipuladas.

Era una pena que siempre me pusieran una matrícula tan baja, cavilé en voz alta. Nunca superaba los diez talentos. Qué lástima que la Universidad desperdiciara una oportunidad así. Al fin y al cabo, el maer era más rico que el rey de Vint. Y estaba dispuesto a pagar cualquier cantidad…

Riem era un hombre perceptivo y entendió inmediatamente lo que yo estaba insinuando. Hubo una breve negociación; nos dimos la mano y le vi sonreír por primera vez.

Comí un poco y me puse a esperar en la cola con el resto de los estudiantes que todavía no tenían ficha de Admisiones. La mayoría eran alumnos nuevos, pero algunos optaban a la readmisión, como yo. Era una cola larga, y todos estábamos, en distinto grado, nerviosos. Me puse a silbar para matar el tiempo y le compré un pastel de carne y una taza de sidra caliente a un vendedor ambulante.

Cuando me planté en el cerco de luz ante la mesa de los maestros, causé cierta conmoción. Habían oído la noticia y les sorprendió verme con vida; la mayoría se alegraron. Kilvin exigió que me presentara en el taller cuanto antes, y Mandrag, Dal y Arwyl discutieron sobre las asignaturas que debía estudiar. Elodin se limitó a saludarme con la mano; fue el único que no parecía impresionado por mi milagroso regreso del mundo de los muertos.

Tras un minuto de agradable caos, el rector controló la situación y dio comienzo mi entrevista. Contesté las preguntas de Dal sin muchas dificultades, y también las de Kilvin. Pero me equivoqué en el cifrado de Brandeur, y tuve que admitir que no sabía la respuesta a la pregunta de Mandrag sobre sublimación.

Dando un amplio bostezo, Elodin dejó claro que no iba a preguntarme nada. Lorren me hizo una pregunta asombrosamente fácil sobre las herejías de los menderos, y conseguí darle una respuesta rápida e inteligente. Para contestar la pregunta sobre el lacillium de Arwyl tuve que pensar largo rato.

Solo quedaba Hemme, que no había dejado de mirarme con rabia, frunciendo el entrecejo, desde que me había acercado a la mesa de los maestros. Para entonces, mi deslucida actuación y mis lentas respuestas le habían hecho amagar una leve sonrisa. Le brillaban los ojos cada vez que yo daba una respuesta incorrecta.

– Vaya, vaya -dijo hojeando el montón de papeles que tenía delante-. No creí que tendríamos que volver a enfrentarnos con un alumno tan problemático como tú. -Me miró y esbozó una sonrisa falsa-. Me dijeron que habías muerto.

– A mí me dijeron que lleva usted un corsé de encaje rojo -dije con naturalidad-. Pero no me creo todos los chismes que oigo.

Hubo gritos, y rápidamente me acusaron de Tratamiento Indecoroso a un Maestro. Como castigo, tendría que redactar una carta de disculpa y pagar una multa de un talento de plata. Era dinero bien empleado.

Pero era una falta, y en un mal momento, sobre todo después de mi deslucida actuación. En consecuencia, me pusieron una matrícula de veinticuatro talentos. No hará falta que diga que me llevé un gran disgusto.

Después volví a la tesorería. Le presenté oficialmente la carta de crédito de Alveron a Riem y recogí oficiosamente la parte que habíamos acordado: la mitad de todo a partir de diez talentos. Me guardé los siete talentos en la bolsa y me pregunté si alguna vez habrían pagado a alguien tan bien por insolencia e ignorancia.

Me dirigí a Anker's, donde me alegró descubrir que nadie había informado de mi muerte al dueño. La llave de mi habitación estaba en el fondo del mar de Centhe, pero Anker tenía otra de repuesto. Subí y noté que me relajaba al ver el techo inclinado y la cama estrecha. Una fina capa de polvo lo cubría todo.

Quizá penséis que mi habitacioncita con su techo inclinado y su cama estrecha me parecía minúscula comparada con la lujosa suite del palacio de Alveron, pero os equivocáis. Me puse a vaciar mi macuto y a quitar las telarañas de los rincones.

Al cabo de una hora, había conseguido forzar la cerradura del baúl que había a los pies de la cama y había sacado todo lo que había guardado allí. Volví a descubrir mi reloj armónico a medio desmontar y jugueteé un poco con él, tratando de recordar si antes de marcharme me disponía a desmontarlo o a montarlo.

Luego, como no tenía ningún asunto más urgente, volví a cruzar el río. Pasé por el Eolio, donde Deoch me recibió con un entusiasta abrazo de oso que me levantó del suelo. Después de tanto tiempo en el camino, tanto tiempo entre extraños y enemigos, había olvidado cómo era estar rodeado del calor de caras conocidas. Deoch, Stanchion y yo nos bebimos unas copas e intercambiamos historias hasta que fuera empezó a oscurecer, y entonces dejé que se ocuparan de sus asuntos.

Me paseé un poco por la ciudad y fui a algunas casas de huéspedes y tabernas que conocía. Pasé por dos o tres parques. Por un patio con un banco bajo un árbol. Deoch me dijo que llevaba un año sin ver ni la sombra de Denna. Pero incluso buscarla y no encontrarla era reconfortante, en cierto modo. En cierto modo, ese parecía ser el fundamento de nuestra relación.

Esa noche, más tarde, trepé a los tejados de la Principalía y me paseé por aquel laberinto de chimeneas y parches de pizarra, teja y chapa que tan bien conocía. Al doblar una esquina, vi a Auri sentada en una chimenea, con el largo y fino cabello flotando alrededor de su cabeza, como si estuviera debajo del agua. Miraba fijamente la luna y balanceaba los pies descalzos.

Carraspeé débilmente, y Auri giró la cabeza. Saltó de la chimenea y vino correteando por el tejado para detenerse a escasos pasos de mí. Su sonrisa brillaba más que la luna.

– ¡En Grillito se ha instalado toda una familia de erizos! -me dijo, emocionada.

Dio dos pasos más y me tomó una mano entre las suyas.

– ¡Tienen unos bebés del tamaño de una bellota! -Tiró suavemente de mí-. ¿Quieres venir a verlos?

Asentí con la cabeza, y Auri me guió por el tejado hasta el manzano que usábamos para bajar al patio. Cuando llegamos allí, Auri miró el árbol, y luego me miró la mano, larga y bronceada, que ella todavía sujetaba con sus manitas blancas. No me la apretaba, pero me la asía con firmeza, y no me pareció que tuviera intención de soltarme.

– Te he echado de menos -dijo en voz baja, sin levantar la cabeza-. No vuelvas a marcharte.

– No tengo ninguna intención de marcharme -dije con ternura-. Tengo demasiadas cosas que hacer aquí.

Auri ladeó la cabeza y me escudriñó a través de la nube que formaba su pelo.

– ¿Como venir a visitarme?

– Como venir a visitarte -confirmé.

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