Mi ruta era sencilla. Bajaría por el río hasta Tarbean, atravesaría el estrecho de Encalladero, seguiría descendiendo por la costa hacia Junpui, y luego remontaría el río Arrand. Daría más rodeo que si hubiera viajado por tierra, pero a la larga el trayecto era mejor. Aunque hubiera comprado una carta de postas y hubiese cambiado los caballos a cada oportunidad, por tierra habría tardado casi tres ciclos en llegar a Severen. Y casi siempre viajando por el sur de Atur y por los Pequeños Reinos. Solo los sacerdotes y los locos esperaban que los caminos fueran seguros en esa parte del mundo.
La ruta marítima añadía varios cientos de kilómetros a la distancia recorrida, pero los barcos que navegan por mar no tienen que preocuparse por las curvas y los recodos del camino. Y si bien un buen caballo corre más que un barco, no puedes cabalgar día y noche sin detenerte de vez en cuando para descansar. La ruta marítima suponía unos doce días de viaje, dependiendo del clima que encontraras.
Además, viajar por mar satisfaría mi curiosidad innata. Hasta entonces solo conocía la navegación fluvial. Lo único que de verdad me preocupaba era que quizá me aburriera sin otra compañía que el viento, las olas y los marineros.
Durante el viaje surgieron diversas complicaciones desafortunadas.
Para ir rápidos: hubo una tormenta, piratas, traición y un naufragio, aunque no en ese orden. Tampoco será necesario que diga que hice muchas cosas, unas heroicas, otras desacertadas, otras inteligentes y audaces.
Durante el trayecto me robaron, trataron de ahogarme y me dejaron sin un penique en las calles de Junpui. Para sobrevivir mendigué mendrugos de pan, le robé a un hombre sus zapatos y recité poesía. Esto último debería demostrar más que ninguna otra cosa el grado de desesperación que había alcanzado.
Sin embargo, como esos sucesos tienen muy poco que ver con lo fundamental de la historia, los pasaré por alto y me centraré en cosas más importantes. En resumidas cuentas, tardé dieciséis días en llegar a Severen. Era un poco más de lo que había planeado, pero no me aburrí ni un solo instante en todo el viaje.