Capítulo 128

Nombres

Era el día en que decidiría si me quedaba o me marchaba. Estaba con Vashet en una colina verde, viendo salir el sol entre las nubes.

– Saicere significa volar, atrapar, romper -dijo Vashet con voz queda, por enésima vez-. Debes recordar todas las manos que la han sujetado. Son muchas manos, y todas seguían el Lethani. No debes usarla nunca de forma incorrecta.

– Lo prometo -dije por enésima vez, y tras vacilar un instante, saqué a colación un tema que llevaba tiempo inquietándome-. Pero Vashet, tú utilizaste tu espada para pelar la rama de sauce con que me azotaste. Una vez te vi utilizarla para mantener la ventana de tu casa abierta. Te cortas las uñas con ella…

– ¿Y? -dijo Vashet mirándome sin comprender.

– ¿Eso no es incorrecto? -pregunté.

Ladeó la cabeza y se echó a reír.

– ¿Te refieres a que solo debería usarla para luchar?

Hice el signo de implicación obvia.

– Mi espada es afilada -dijo-. Es una herramienta. La llevo siempre conmigo, ¿cómo va a ser incorrecto que la utilice?

– Parece irrespetuoso -aclaré.

– Respetas algo cuando le das un buen uso -replicó ella-. Tal vez pasen años hasta que vuelva a las tierras de los bárbaros y pelee. ¿Qué mal hay en que, entretanto, corte ramitas y zanahorias con mi espada? -Se puso seria-. Llevar una espada toda la vida, sabiendo que solo sirve para matar… -Meneó la cabeza-. ¿Cómo afectaría eso a mi mente? Sería espantoso.


Vashet había llegado a Haert la noche anterior, y se había llevado un disgusto al saber que se había perdido mi juicio de las piedras.

Dijo que había hecho bien dejando mi espada al ver que Carceret la soltaba, y que estaba orgullosa de mí.

El día anterior, Shehyn me había invitado formalmente a quedarme en Haert y entrenarme en la escuela. En teoría, yo ya me había ganado ese derecho, pero todos sabían que en realidad no era más que un gesto político. La oferta de Shehyn resultaba halagadora, una oportunidad que yo sabía que quizá nunca volviera a presentárseme.

Vimos a un niño que bajaba con un rebaño de cabras por la ladera de una montaña.

– Vashet, ¿es cierto que los Adem no tienen el concepto de paternidad?

Vashet asintió con la cabeza; tras un breve silencio, dio un suspiro y dijo:

– Dime que no nos has avergonzado a los dos hablando de eso con nadie durante mi ausencia.

– Solo con Penthe -repliqué-. Le pareció que era la cosa más graciosa que había oído en diez meses.

– Es que es bastante graciosa -dijo Vashet, mientras sus labios se arqueaban un poco hacia arriba.

– Entonces, ¿es cierto? -pregunté-. ¿Hasta tú crees en eso? ¿Has…?

Vashet me hizo callar levantando una mano.

– Paz -dijo-. Piensa lo que quieras sobre tus madres varón. A mí me da lo mismo. -Sonrió como si recordara algo-. Mi rey poeta creía que la mujer no era más que el suelo donde el hombre podía plantar un hijo.

Vashet dio un bufido socarrón que no llegó a ser una risotada.

– Estaba convencido de que tenía razón. Nada le habría hecho cambiar de opinión. Hace años decidí que discutir de esas cosas con un bárbaro es una pérdida de tiempo absoluta. -Encogió los hombros-. Piensa lo que quieras sobre cómo se hacen los bebés. Cree en demonios. Rézale a una cabra. Mientras no me perjudiques, a mí ¿qué más me da?

Cavilé unos instantes y dije:

– Me parece una postura sensata.

Vashet asintió.

– Pero o bien el hombre ayuda a hacer el bebé, o no -señalé-. Puede haber muchas opiniones sobre un asunto, pero solo hay una verdad.

Vashet compuso una sonrisa perezosa.

– Y si la búsqueda de la verdad fuera mi objetivo, eso me preocuparía. -Bostezó y se desperezó como un gato feliz-. Pero yo prefiero concentrarme en la felicidad de mi corazón, la prosperidad de la escuela y la comprensión del Lethani. Si después de eso me queda tiempo, me dedicaré a preocuparme por la verdad.

Nos quedamos en silencio viendo salir el sol. Pensé que Vashet parecía otra persona cuando no ponía todo su empeño en meter en mi cabeza, lo más deprisa posible, todo el Ketan y el idioma adémico.

– Pero si insistes en aferrarte a tus creencias bárbaras sobre las madres varón -añadió-, será mejor que lo hagas en privado. Lo mejor que puedes esperar de esa opinión es que se rían de ti. La mayoría pensará que eres un idiota por pensar esas cosas.

Asentí con la cabeza. Tras una larga pausa, decidí hacer la pregunta que llevaba días guardándome.

– Magwyn me llamó Maedre. ¿Qué significa?

– Es tu nombre. No le hables a nadie de él.

– ¿Es secreto? -pregunté.

– Sí. Solo lo conocéis tú, tus maestras y Magwyn. Sería peligroso que lo conociera alguien más.

– Peligroso ¿en qué sentido?

Vashet me miró como si fuera tonto.

– Cuando conoces un nombre, tienes poder sobre él. Eso ya lo sabes, ¿no?

– Pero yo sé tu nombre, y el de Shehyn, y el de Tempi. ¿Qué peligro hay en eso?

– No me refiero a esos nombres, sino a los nombres profundos. Tempi no es el nombre que le dio Magwyn. Y Kvothe tampoco es tu nombre. Los nombres profundos tienen significado.

Yo ya sabía qué significaba el nombre de Vashet.

– ¿Qué significa Tempi?

– Tempi significa «hierro pequeño». Tempa significa hierro, y golpear hierro, y enfadado. Shehyn le dio ese nombre hace años. Era un alumno muy problemático.

– En atur, «temperamental» también significa enfadado -comenté, muy emocionado y asombrado por aquella coincidencia-. Y «templar» es lo que haces con el hierro cuando lo forjas para convertirlo en acero.

Vashet encogió los hombros, muy poco impresionada.

– Los nombres son así. Tempi es un nombre pequeño, y sin embargo contiene mucho. Por eso no debes hablar del tuyo, ni siquiera conmigo.

– Pero yo no conozco vuestra lengua lo suficiente para saber qué significa mi nombre -protesté-. Un hombre debe saber el significado de su propio nombre.

Vashet titubeó, y al final cedió.

– Significa llama, y trueno, y árbol partido.

Pensé un poco y decidí que me gustaba.

– Cuando Magwyn me lo dio, me pareció que te sorprendías. ¿Por qué?

– No es correcto hacer comentarios sobre el nombre de otro. -Rechazo tajante. Hizo un gesto tan brusco que casi me dolió. Se levantó y se restregó las manos en los pantalones-. Vamos. Tienes que darle tu respuesta a Shehyn.

Entramos en la habitación y Shehyn nos indicó que nos sentáramos. Entonces tomó asiento ella también, y me sorprendió componiendo una mínima sonrisa. Era un gesto de familiaridad muy halagador.

– ¿Ya te has decidido? -me preguntó.

Asentí con la cabeza.

– Gracias, Shehyn, pero no puedo quedarme. Debo regresar a Severen y hablar con el maer. Tempi ya cumplió su deber cuando el camino quedó libre de los bandidos, pero yo debo regresar y explicar todo lo que sucedió. -Pensé también en Denna, pero no la mencioné.

Shehyn hizo una elegante mezcla de aprobación y pesar.

– Cumplir el deber es del Lethani. -Me miró con seriedad-. Recuerda: tienes una espada y un nombre, pero no debes ofrecerte como si vistieras el rojo.

– Vashet me lo ha explicado todo -repuse. Tranquilizador-. Lo organizaré para que, si me matan, devuelvan mi espada a Haert. No enseñaré el Ketan ni vestiré el rojo. -Curiosidad cuidadosa y atenta-. Pero ¿tengo permiso para revelar que he estudiado con vosotros?

Acuerdo con reserva.

– Puedes decir que has estudiado con nosotros. Pero no que eres uno de nosotros.

– Por supuesto -dije-. Ni que soy igual que vosotros.

Shehyn hizo el signo de satisfacción. Entonces movió las manos añadiendo el matiz de admisión avergonzada.

– Esto no es exactamente un regalo -dijo-. Serás mejor luchador que muchos bárbaros. Si peleas y vences, los bárbaros pensarán: Kvothe solo estudió un poco las artes de los Adem, y sin embargo es formidable. ¡Qué hábiles deben de ser ellos! -Sin embargo-. Si peleas y pierdes, pensarán: Kvothe solo aprendió una pequeña parte de lo que saben los Adem.

Los ojos de la anciana chispearon ligeramente. Hizo el signo de diversión.

– Pase lo que pase, nuestra reputación aumenta. Eso es bueno para Ademre.

Asentí con la cabeza. Aceptación.

– Tampoco perjudicará mi reputación -dije. Atenuar.

Hubo una pausa en la conversación, y entonces Shehyn hizo el signo de solemnidad.

– Hace poco me preguntaste por los Rhinta. ¿Te acuerdas? -dijo.

Con el rabillo del ojo vi que Vashet se removía en su asiento.

Asentí, emocionado.

– He recordado una historia sobre ellos. ¿Te gustaría oírla?

Hice el signo de sumo interés.

– Es una historia muy antigua, tan antigua como Ademre. Siempre se cuenta igual. ¿Estás preparado para oírla? -Profunda formalidad. Había un deje de ceremonia en su voz.

Volví a asentir. Súplica implorante.

– Como ocurre con todo, hay unas normas. Te contaré la historia una vez. Después, no podrás hablar de ella. Después, no podrás hacer preguntas. -Nos miró a Vashet y a mí. Profunda seriedad-. No podrás hablar de esta historia hasta que hayas dormido mil noches. No podrás hacer preguntas hasta que hayas viajado mil kilómetros. Ahora que lo sabes, ¿quieres oírla?

Asentí por tercera vez; mi emoción iba en aumento.

Shehyn habló con gran parsimonia:

– Hubo en un tiempo un reino poderoso habitado por gentes poderosas. No eran Ademre. Eran lo que era Ademre antes de que nos convirtiéramos en lo que somos.

»Pero en ese tiempo ellos eran ellos mismos, hombres y mujeres justos y fuertes. Cantaban canciones de poder y peleaban tan bien como los Ademre.

»Esa gente tenía un gran imperio. El nombre de su imperio se ha perdido. Ya no tiene importancia, pues el imperio cayó, y desde ese tiempo la tierra se ha roto y el cielo ha cambiado.

»En el imperio había siete ciudades y una ciudad. Los nombres de las siete ciudades se han olvidado, porque cayeron víctimas de la traición y el tiempo las destruyó. La ciudad también se destruyó, pero su nombre se conserva. Se llamaba Tariniel.

»E1 imperio tenía un enemigo, como todos los imperios. Pero el enemigo no era lo bastante poderoso para destruirlo. El enemigo no era lo bastante fuerte para hundirlo, ni tirando ni empujando. El nombre del enemigo todavía se recuerda, pero deberá esperar.

«Como el enemigo no podía vencer mediante la fuerza, se movió como un gusano dentro de un fruto. El enemigo no era del Lethani. Envenenó a otros siete contra el imperio, y olvidaron el Lethani. Seis traicionaron a las ciudades que confiaban en ellos. Seis ciudades cayeron y sus nombres se olvidaron.

»Uno recordó el Lethani, y no traicionó a una ciudad. Esa ciudad no cayó. Uno de ellos recordó el Lethani y el imperio no perdió la esperanza. Con una ciudad en pie. Pero el nombre de esa ciudad también se olvidó, y quedó enterrado en el tiempo.

»Pero se conservan siete nombres. El nombre de uno y el de los seis que lo siguieron. Siete nombres se han conservado tras el derrumbamiento del imperio, en la tierra rota y en el cielo cambiado. Siete nombres se han conservado durante el largo deambular de Ademre. Siete nombres se han conservado, los nombres de los siete traidores. Recuérdalos y conócelos por sus siete señales:

Cyphus lleva la llama azul.

Stercus es esclavo del hierro.

Ferule, frío y de ojo oscuro.

Usnea solo vive en la podredumbre.

Dalcenti, gris, no habla nunca.

La pálida Alenta trae la peste.

El último es el señor de los siete:

odiado. Perdido. Insomne. Cuerdo.

Alaxel lleva el yugo de la sombra.

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