Kvothe alzó una mano, y Cronista levantó la pluma del papel.
– Hagamos una breve pausa aquí -propuso Kvothe, y señaló la ventana con un movimiento de la cabeza-. Veo a Cob bajando por la calle.
Se puso de pie y se sacudió el delantal.
– ¿Qué os parece si os tomáis los dos un momento para serenaros? -Apuntó con el mentón a Cronista-. Por la cara que tienes, se diría que estabas haciendo algo que no deberías. -Fue con calma hasta detrás de la barra-. Aunque nada podría estar más lejos de la verdad, por supuesto.
»Cronista, estás aburrido, esperando trabajo. Por eso has sacado tus cosas de escribir. Lamentas estar atrapado y sin caballo en este pueblo de mala muerte. Pero aquí estás, y piensas sacarle partido a la situación.
– ¡Oh! ¡Dame algo a mí también! -exclamó Bast con una sonrisa.
– Aprovecha tu potencial, Bast -dijo Kvothe-. Estás bebiendo con nuestro único cliente porque eres un holgazán sin remedio al que a nadie se le ocurriría jamás pedir que lo ayudara en el campo.
Bast seguía sonriendo.
– Y ¿también estoy aburrido?
– Claro que sí, Bast. ¿Cómo vas a estar? -Dobló el trapo de hilo y lo puso sobre la barra-. Yo, en cambio, estoy demasiado ocupado para aburrirme. Voy de un lado para otro realizando las mil pequeñas tareas que hacen funcionar esta posada. -Los miró a los dos-. Recuéstate en la silla, Cronista. Bast, ya que no puedes parar de sonreír, al menos empieza a contarle a nuestro amigo la historia de los tres sacerdotes y la hija del molinero.
– Esa sí que es buena -dijo Bast ensanchando un poco más la sonrisa.
– ¿Ya sabe cada uno cuál es su papel? -Kvothe cogió el trapo de la barra y entró en la cocina diciendo-: Entra el viejo Cob por la izquierda del escenario.
Se oyó un rumor de pasos en el porche de madera, y el viejo Cob entró pisando fuerte, enojado, en la posada Roca de Guía. Miró más allá de la mesa donde Bast seguía sonriendo y gesticulando para acompañar algún relato, y se dirigió a la barra.
– ¿Hola? Kote, ¿estás ahí?
Al cabo de un segundo, el posadero salió con presteza de la cocina, secándose las manos con el delantal.
– Hola, Cob. ¿En qué puedo ayudarte?
– Graham ha enviado al pequeño de los Owen a buscarme -dijo Cob con fastidio-. ¿Tienes idea de por qué estoy aquí en lugar de estar recogiendo avena?
Kvothe negó con la cabeza y contestó:
– Tenía entendido que hoy iba a recoger el trigo de los Murrion.
– Maldita sea -masculló Cob-. Esta noche va a llover, y yo aquí con montones de avena seca en mi campo.
– Ya que estás aquí -dijo el posadero-, ¿puedo ofrecerte un poco de sidra? Recién hecha de esta mañana.
El arrugado rostro del anciano suavizó la expresión de fastidio.
– Ya que estoy aquí y tengo que esperar -dijo-, una jarra de sidra me vendría bien.
Kote entró en la cocina y volvió con una jarra de loza. Se oyeron más pasos fuera, en el porche, y Graham entró con Jake, Cárter y el aprendiz del herrero pisándole los talones.
Cob se dio la vuelta y les lanzó una mirada asesina.
– ¿Qué es eso tan importante por lo que me haces venir al pueblo a esta hora de la mañana? -preguntó-. Se hace tarde, y…
De pronto resonó una carcajada que provenía de la mesa donde estaban sentados Cronista y Bast. Todos se volvieron y vieron a Cronista muy colorado, riendo y tapándose la boca con una mano. Bast reía también y golpeaba la mesa con un puño.
Graham guió a los otros hasta la barra.
– Me he enterado de que Cárter y el chico van a ayudar a los Orrison a llevar sus ovejas al mercado -dijo-. A Baedn, ¿no es eso?
Cárter y el aprendiz del herrero asintieron.
– Ya entiendo. -El viejo Cob se miró las manos-. Entonces os perderéis el funeral.
Cárter asintió con solemnidad, pero el rostro de Aaron cobró una expresión afligida. Clavó la vista en todos ellos, uno a uno, pero los demás estaban quietos, observando al viejo granjero que estaba junto a la barra.
– Muy bien -dijo Cob al fin mirando a Graham-. Has hecho bien haciéndonos venir. -Vio la cara del chico y soltó un resoplido-. Parece que acabes de matar a tu gato, muchacho. Hay que llevar las ovejas al mercado. Eso lo sabía Shep. El no te reprocharía que hicieras lo que hay que hacer.
Estiró un brazo y le dio una palmada en la espalda al aprendiz del herrero.
– Nos tomaremos una copa juntos para despedirlo como es debido. Eso es lo que importa. Lo de esta noche en la iglesia no son más que monsergas de sacerdotes. Nosotros, nosotros sí sabemos cómo despedir a un amigo. -Miró detrás de la barra-. Sírvenos unas jarras de su favorita, Kote.
El posadero ya había reunido unas jarras de madera y empezó a llenarlas de una cerveza marrón oscuro de un barril más pequeño que había detrás de la barra.
El viejo Cob alzó su jarra, y los otros lo imitaron.
– Por nuestro Shep.
Graham habló primero.
– Cuando éramos niños, me rompí la pierna un día que habíamos salido a cazar -empezó-. Le dije que fuera corriendo a pedir ayuda, pero él no quiso dejarme solo. Construyó un pequeño trineo con cuatro cosas que encontró y mucha terquedad, y me arrastró hasta el pueblo.
Todos bebieron.
– Me presentó a mi parienta -dijo Jake-. No sé si jamás le di debidamente las gracias.
Todos bebieron.
– Cuando tuve crup, venía a visitarme todos los días -dijo Cárter-. No lo hacía mucha gente. Y me traía sopa preparada por su mujer, además.
Todos bebieron.
– Se portó bien conmigo cuando llegué aquí-dijo el aprendiz del herrero-. Me contaba chistes. Y una vez estropeé un enganche de carromato que me había traído para que se lo arreglara, y nunca se lo dijo a maese Caleb. -Tragó saliva y miró alrededor con nerviosismo-. Me caía muy bien.
Todos bebieron.
– Fue más valiente que todos nosotros -aseveró Cob-. Anoche, fue el primero en clavarle un puñal a aquel individuo. Si aquel desgraciado hubiera sido normal, ahí se habría acabado todo.
A Cob le tembló un poco la voz, y por un momento pareció pequeño, cansado y todo lo viejo que era.
– Pero no era normal. No son buenos tiempos para ser un hombre valiente. Pero él fue valiente de todas formas. Ojalá hubiera sido yo el valiente y hubiera muerto en lugar de él, y ojalá él estuviera en su casa ahora, besando a su joven esposa.
Los otros murmuraron, y todos apuraron sus jarras. Graham tosió un poco antes de dejar la suya encima de la barra.
– No sabía qué decir -dijo el aprendiz del herrero en voz baja.
Graham le dio una palmada en la espalda, sonriendo.
– Lo has hecho muy bien, muchacho.
El posadero carraspeó y todos lo miraron.
– No quisiera parecer atrevido -empezó-. Yo no lo conocía tanto como vosotros. No lo suficiente para el primer brindis, pero quizá sí para el segundo. -Toqueteó las cintas de su delantal, como si le diera vergüenza haber abierto la boca-. Ya sé que es temprano, pero me gustaría mucho compartir con vosotros un vaso de whisky en memoria de Shep.
Hubo un murmullo de aprobación; el posadero sacó unos vasos de debajo de la barra y empezó a llenarlos. Y no con un whisky de botella: el pelirrojo lo sirvió de uno de los inmensos barriles que había sobre el aparador, detrás de la barra. El whisky de barril costaba un penique el trago, así que todos alzaron los vasos con mayor fervor de lo acostumbrado.
– ¿Y cuál va a ser el brindis? -preguntó Graham.
– ¿Por el fin de un año de mierda? -propuso Jake.
– Eso no es un brindis -refunfuñó el viejo Cob.
– ¿Por el rey? -dijo Aaron.
– No -terció el posadero con voz sorprendentemente firme. Alzó su vaso-. Por los viejos amigos que merecían algo mejor de lo que tuvieron.
Al otro lado de la barra, los hombres asintieron con solemnidad y bebieron de un trago.
– Divina pareja, a esto lo llamo yo un buen tentempié -dijo el viejo Cob con respeto; se le habían puesto los ojos un poco llorosos-. Eres un caballero, Kote. Y me alegro de haberte conocido.
El aprendiz del herrero dejó el vaso en la barra, pero este se volcó y rodó hacia el borde. El chico lo atrapó antes de que cayera y le dio la vuelta, observando la base redondeada con recelo.
Jake soltó una fuerte carcajada de granjero al ver la cara de desconcierto de Aaron, y Cárter dejó ostensiblemente su vaso sobre la barra boca abajo.
– No sé cómo lo hacen en Rannish -le dijo Cárter al chico-, pero aquí por algo lo llamamos un tentempié.
El aprendiz del herrero pareció debidamente avergonzado y puso su vaso boca abajo como habían hecho los demás. El posadero le sonrió amablemente antes de recogerlos todos y meterse en la cocina.
– Muy bien -dijo el viejo Cob con decisión, frotándose las manos-. Le dedicaremos una noche entera a esto cuando vosotros dos volváis de Baedn. Pero la lluvia no me esperará, y seguro que los Orrison están impacientes por ponerse en camino.
Después de que se marcharan de la Roca de Guía en grupo, Kvothe salió de la cocina y volvió a la mesa donde estaban Cronista y Bast.
– Shep me caía bien -comentó Bast-. Puede que Cob sea un viejo cascarrabias, pero la mayor parte del tiempo sabe lo que dice.
– Cob no sabe ni la mitad de lo que cree saber -dijo Kvothe-. Anoche los salvaste a todos. De no ser por ti, esa cosa habría destrozado la taberna, devastándola como un campesino trillando el trigo.
– Eso no es cierto, Reshi. -Bast parecía muy ofendido-. Lo habrías parado tú. Tú puedes.
El posadero rechazó el comentario con un ademán, sin ganas de discutir. Los labios de Bast dibujaron una línea dura y colérica, y sus ojos se entrecerraron.
– Pero Cob tiene razón -intervino Cronista en voz baja rebajando la tensión antes de que se volviera demasiado espesa-. Shep demostró un gran valor. Eso hay que respetarlo.
– No, yo no -dijo Kvothe-. Cob tiene razón: no son buenos tiempos para ser valiente. -Le hizo una seña a Cronista para que cogiera la pluma-. Sin embargo, también yo pienso que ojalá hubiera sido más valiente y Shep estuviera ahora en su casa besando a su joven esposa.