Capítulo 95

Persecución

Nos quedamos los cinco paralizados. Las lentas ondulaciones de la laguna se reflejaban en la hermosa figura de Felurian, que, desnuda a la luz de la luna, cantaba:

caelanion luhial

di mari felanua

kreata tu ciar

tu alaran di.

dirella. amauen.

loesi an delian

tu nia vor ruhlan

Felurian thae.

Su voz tenía un sonido extraño. Era suave y dulce, y demasiado débil para que pudiéramos oírla al otro extremo del claro. Demasiado tenue para que pudiéramos oírla por encima del rumor del agua y el susurro de las hojas. Y sin embargo, yo la oía. Sus palabras eran claras y tiernas como las notas ascendentes y descendentes de una flauta a lo lejos. Me recordó a algo que no supe identificar.

Era la misma canción que había cantado Dedan cuando nos había contado aquella historia. No entendí ni una sola palabra, salvo su nombre en el verso final. Aun así, sentí su atracción, inexplicable e insistente. Como si una mano invisible se hubiera metido en mi pecho y tirara de mi corazón hacia el claro.

Me resistí. Desvié la mirada y apoyé una mano en el tronco de un árbol cercano para sostenerme.

Oí murmurar a Marten detrás de mí, «No, no, no», en voz baja, como si intentara convencerse a sí mismo. «No, no, no, no, no. Ni por todo el dinero del mundo.»

Giré la cabeza. El rastreador clavaba unos ojos febriles en el claro, aunque parecía más asustado que excitado. Tempi estaba de pie y en su cara, normalmente impertérrita, se reflejaba la sorpresa. Dedan se erguía rígido a un lado, con el rostro demudado, mientras que Hespe paseaba su mirada de él al claro alternadamente.

Entonces Felurian empezó a cantar de nuevo. Era como la promesa de una chimenea encendida en una noche fría. Era como la sonrisa de una muchacha. Pensé en Losi, la camarera de La Buena Blanca, y en sus rizos pelirrojos cayendo como una cascada de fuego. Recordé la curva de sus senos y la caricia de su mano en mi pelo.

Felurian cantaba, y yo sentía su atracción. Era intensa, pero no tanto como para que yo no pudiera contenerme. Dirigí otra vez la vista hacia el claro y la vi, vi su piel plateada, casi blanca, bajo el cielo nocturno. Se agachó para tocar el agua de la laguna con una mano, con más elegancia que una bailarina.

De pronto tuve un momento de súbita lucidez. ¿De qué tenía miedo? ¿De un cuento de hadas? Aquello era magia, magia de verdad. Es más, era una magia musical. Si dejaba pasar aquella oportunidad, jamás me lo perdonaría.

Volví a girar la cabeza para mirar a mis compañeros. Marten temblaba visiblemente. Tempi retrocedía poco a poco. Dedan tenía los puños apretados junto a los costados. ¿Iba a ser yo como ellos, supersticioso y timorato? No. Eso nunca. Yo era miembro del Arcano. Era nominador. Era un Edena Ruh.

De pronto solté una carcajada desenfrenada.

– Nos encontraremos en la La Buena Blanca dentro de tres días -dije, y entré en el claro.

Empecé a notar más intensamente la atracción de Felurian. Su piel resplandecía a la luz de la luna. Su largo cabello la rodeaba como una sombra.

– ¡Al carajo! -oí decir a Dedan detrás de mí-. Si él va, yo tam…

Hubo una breve refriega que terminó con el ruido de algo que golpeaba el suelo. Giré la cabeza y vi a Dedan tumbado boca abajo sobre la hierba. Hespe tenía una rodilla sobre su espalda, y le sujetaba y retorcía un brazo. Dedan forcejeaba sin mucho ímpetu y maldecía violentamente.

Tempi los observaba imperturbable, como si presenciara un combate de lucha. Marten, desesperado, me hacía señas y gestos.

– ¡Chico! -me susurró, angustiado-. ¡Vuelve aquí! ¡Chico! ¡Vuelve!

Me volví hacia el arroyo. Felurian me miraba. Todavía estaba a cien pasos de ella, pero podía verle los ojos, oscuros y curiosos. Esbozó una sonrisa amplia y peligrosa. Soltó una risotada salvaje, una carcajada aguda y jovial. No era un sonido humano.

Entonces echó a correr y cruzó el claro, rauda como un gorrión, elegante como un ciervo. Salté a perseguirla, y pese al peso de mi macuto y a la espada que llevaba atada al cinto, me moví tan deprisa que la capa ondeó detrás de mí como una bandera. Nunca había corrido tanto, ni he corrido tanto después. Corría como un niño, rápido y ligero, sin el menor temor a caer.

Felurian iba delante de mí. Se metió entre la maleza. Recuerdo vagamente árboles, el olor a tierra, el gris de la piedra iluminada por la luna. Felurian ríe. Se esconde, baila, toma la delantera. Espera hasta que casi puedo tocarla, y entonces se escabulle. Brilla a la luz de la luna. Ramas que me arañan, una rociada de agua, un viento cálido…

Y entonces la atrapo. Sus manos se enredan en mi pelo, y tira de mí hacia ella. Sus labios anhelantes. Su lengua tímida e inquieta. Su aliento en mi boca, llenándome la cabeza. Sus pezones, calientes, me rozan el pecho. Su olor a trébol, a almizcle, a manzanas maduras caídas del árbol…

Y no hay vacilación, no hay duda. Sé exactamente qué tengo que hacer. Mis manos se posan en su nuca. Acarician su cara. Se enredan en su pelo. Se deslizan por la suavidad de su muslo. La agarran con fuerza por el costado. Rodean su estrecha cintura. La levantan. La tumban…

Y ella se retuerce debajo de mí, ágil y lánguida. Lenta y suspirante. Me abraza con las piernas. Arquea la espalda. Sus manos calientes se agarran a mis hombros, a mis brazos, a mis caderas…

Entonces se sienta a horcajadas encima de mí. Sus movimientos son salvajes. Su larga melena me acaricia. Echa la cabeza hacia atrás, temblorosa, estremecida, y grita en un idioma que no conozco. Sus afiladas uñas se clavan en mis pectorales…

Y también hay música: gritos mudos que suben y bajan, suspiros, mi corazón acelerado. Sus movimientos se enlentecen. Le agarro las caderas en un frenético contrapunto. Nuestro ritmo es como una canción silenciosa. Como un trueno repentino. Como el golpeteo de un tambor lejano…

Y todo se detiene. Todo en mí se tensa. Estoy tirante como una cuerda de laúd. Temblando. Dolorido. Me han tensado demasiado y me rompo…

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