Capítulo 150

Delirio

Transcurría el bimestre de primavera. Contrariamente a lo que yo había imaginado, Denna no actuó en público en Imre. Y al cabo de unos días se fue al norte, a Anilin.

Pero esa vez pasó por Anker's para anunciarme que se marchaba. Me sentí halagado por ese detalle, y tuve la impresión de que era una prueba de que nuestra relación no estaba tan deteriorada.

Hacia el final del bimestre, el rector enfermó. Yo no conocía muy bien a Herma, pero le tenía simpatía. Estudiando íllico con él había comprobado que era un profesor muy agradable, pero además se había portado bien conmigo cuando yo llegué a la Universidad. Sin embargo, su enfermedad no me preocupaba especialmente. Arwyl y el personal de la Clínica podían hacer cualquier cosa que no fuera devolver la vida a los muertos.

Pero pasaban los días y no llegaban noticias de la Clínica. Circulaba el rumor de que el rector estaba demasiado débil para levantarse de la cama, con fiebres altísimas que amenazaban con consumir su poderosa mente de arcanista.

Cuando resultó obvio que Herma no podría volver a asumir sus funciones de rector a corto plazo, los maestros se reunieron para decidir quién ocuparía su lugar. Quizá permanentemente, en caso de que su estado empeorara.

Y, para no alargaros una dolorosa historia, nombraron rector a Hemme. Una vez superada la conmoción, comprendí por qué. Kilvin, Arwyl y Lorren estaban demasiado ocupados para asumir funciones añadidas. Lo mismo ocurría con Mandrag y Dal, aunque en menor medida. Solo quedaban Elodin, Brandeur y Hemme.

A Elodin no le interesaba el cargo, y en general se lo consideraba demasiado imprevisible para ocuparlo. Y Brandeur siempre miraba en la dirección en que soplara el viento de Hemme.

De modo que fue Hemme quien ocupó la silla del rector. A pesar de que me fastidiaba, aquello tuvo pocas consecuencias en mi vida cotidiana. La única precaución que tomé fue la de no vulnerar ni la más insignificante de las leyes de la Universidad, consciente de que si me ponían ante las astas del toro ahora, el voto de Hemme contaría doblemente contra mí.

Se acercaba el proceso de admisiones y el maestro Herma seguía débil y afiebrado. Me preparé para mi primer examen de admisión con Hemme como rector con un duro nudo de terror en el estómago.

Realicé la entrevista con el mismo artificio calculado que había mantenido los dos últimos bimestres: vacilaba y cometía algunos errores, y me imponían una matrícula de unos veinte talentos. Lo suficiente para ganar un poco de dinero, pero no lo suficiente para hacer demasiado el ridículo.

Hemme, como siempre, me hizo preguntas ambivalentes o engañosas pensadas para hacerme fallar, pero eso no era nada nuevo. La única diferencia real que advertí fue que Hemme sonreía mucho. Y no era una sonrisa muy agradable.

Después los maestros conferenciaron, como era habitual. Luego Hemme leyó mi matrícula: cincuenta talentos. Por lo visto, el rector controlaba esas decisiones más de lo que yo creía.

Me tuve que morder el labio para que no se me escapara la risa, y adopté la debida expresión de desaliento mientras me dirigía al sótano del Auditorio, donde estaba la tesorería. Los ojos de Riem destellaron al ver la cifra de mi matrícula; desapareció en su despacho privado y volvió al cabo de un momento con un grueso sobre.

Le di las gracias y, sin abandonar aquella expresión taciturna, me fui a mi habitación de Anker's. Una vez que hube cerrado la puerta, rasgué el grueso sobre y vacié su contenido en mi mano: dos relucientes marcos de oro que valían diez talentos cada uno.

Entonces me reí. Reí hasta que se me saltaron las lágrimas y me dolieron los costados. Luego me puse mi mejor traje y fui a buscar a mis amigos: Wilem y Simmon, Fela y Mola. Envíe a un recadero a Imre con una invitación para Devi y Threpe. Luego alquilé un coche de cuatro caballos y todos juntos cruzamos el río hacia Imre.

Paramos en el Eolio. Denna no estaba allí, pero recogimos a Deoch y nos fuimos al Mesón del Rey, un local que estaba muy lejos del alcance de cualquier estudiante que se preciara. El portero observó a nuestro variopinto grupo con sorna, dispuesto a impedirnos pasar de la puerta, pero Threpe arrugó su ceño de noble y pudimos entrar sin problemas.

Allí comenzó una noche de agradable decadencia que pocas veces he visto igualar. Comimos y bebimos, y me hice cargo de la cuenta más que satisfecho. La única agua que había encima de la mesa era la de los cuencos para lavarnos las manos. En nuestras copas solo había vinos vínticos con solera, oscuro scutten, frío metheglin y dulce aguardiente, y todos los brindis que hicimos fueron para celebrar el delirio de Hemme.

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