Capítulo 40

Títere

Lo más importante es ser educado -dijo Simmon en voz baja mientras recorríamos un pasillo estrecho con las paredes forradas de libros. Nuestras lámparas simpáticas lanzaban haces de luz por los estantes y hacían bailar las sombras-. Pero no lo trates con prepotencia. Es un poco… raro, pero no es idiota. Trátalo como tratarías a cualquier otro.

– Pero con educación -dije con sarcasmo, cansado de su letanía de consejos.

– Exactamente -repuso Simmon, muy serio.

– Pero ¿adónde vamos? -pregunté, sobre todo para impedir que Simmon siguiera dándome órdenes.

– A menos tres -contestó Wilem, y empezamos a descender por una larga escalera de piedra. Largos siglos de uso habían gastado la piedra, y los peldaños estaban hundidos como estantes sobrecargados de libros. Las sombras hacían que los escalones parecieran lisos, oscuros y sin cantos, como el lecho de un río seco labrado en la roca.

– ¿Estáis seguros de que lo encontraremos allí?

– Sí -me confirmó Wil-. Creo que no sale mucho de sus habitaciones.

– ¿Habitaciones? -pregunté-. Pero ¿vive aquí?

Ninguno de los dos me contestó; Wilem nos guió por otra escalera, y luego por un pasillo largo y ancho con el techo bajo. Por fin llegamos ante una puerta común y corriente escondida en un rincón. Si no hubiera sabido a dónde íbamos, habría pensado que me hallaba ante otro rincón de lectura de los muchos que había repartidos por Estanterías.

– Tú no hagas nada que pueda molestarlo -dijo Simmon, nervioso.


Adopté mi expresión más formal mientras Wilem llamaba a la puerta. El picaporte empezó a moverse casi al instante. La puerta se abrió un poco, y luego de par en par. Títere apareció en el umbral, más alto que todos nosotros. Las mangas de su túnica negra ondeaban agitadas por la corriente de aire.

Se quedó mirándonos fijamente, con altivez; entonces puso cara de desconcierto y se llevó una mano a la sien.

– Un momento. Se me ha olvidado la capucha -dijo, y cerró la puerta de golpe.

Su breve aparición había sido extraña, pero me fijé en algo todavía más inquietante.

– Cuerpo calcinado de Dios -susurré-. Ahí dentro hay velas. ¿Lo sabe Lorren?

Simmon fue a contestarme, pero entonces la puerta volvió a abrirse de par en par. Títere ocupaba todo el umbral; el negro de su túnica destacaba contra la cálida luz de las velas que tenía detrás. Esa vez llevaba la capucha puesta, y tenía los brazos levantados. Las largas mangas de la túnica recibían la corriente de aire y se hinchaban de forma impresionante. La misma corriente de aire le infló la capucha y se la levantó un poco.

– Maldita sea -protestó Títere, trastornado. Se le quedó la capucha inclinada, tapándole parcialmente un ojo. Volvió a cerrar la puerta de una patada.

Wilem y Simmon permanecieron muy serios. Me abstuve de hacer comentarios.

Hubo un momento de silencio, y luego se oyó una voz amortiguada al otro lado de la puerta.

– ¿Os importaría volver a llamar? Me gusta hacer las cosas bien.

Wilem, obediente, se colocó ante la puerta y llamó. Una vez, dos, hasta que la puerta se abrió y nos encontramos ante una figura imponente. La capucha de la túnica oscura le ocultaba la cara, y las largas mangas ondeaban aparatosamente.

– ¿Quién ha llamado a Táborlin el Grande? -recitó Títere con voz resonante, pero ligeramente ahogada por la capucha. Apuntó a Simmon con un dedo y exclamó-: ¡Tú! ¡Simmon! -Hubo una pausa, y la voz de Títere perdió toda su resonancia teatral-. ¿Verdad que hoy ya nos hemos visto?

Simmon asintió con la cabeza. Percibí su risa dando tumbos en su interior, tratando de encontrar la forma de salir.

– ¿Cuánto rato hace?

– Cerca de una hora.

– Hummm. -La capucha hizo un movimiento afirmativo-. ¿Lo he hecho mejor esta vez? -Levantó una mano para quitarse la capucha y me fijé en que la túnica le iba grande. Las mangas le llegaban hasta las puntas de los dedos. Cuando su rostro salió de debajo de la capucha, Títere sonreía como un niño que juega a disfrazarse con la ropa de sus padres.

– Antes no has interpretado a Táborlin -comentó Simmon.

– Ah. -Títere parecía un poco decepcionado-. ¿Qué tal lo he hecho esta vez? Me refiero a la última. ¿Era un buen Táborlin?

– Bastante bueno -dijo Simmon.

Títere miró a Wilem.

– Me ha gustado la túnica -dijo Wil-. Pero siempre me he imaginado a Táborlin con una voz suave.

– Oh. -Me miró, por fin-. Hola.

– Hola -lo saludé con educación.

– No te conozco. -Una pausa-. ¿Quién eres?

– Soy Kvothe.

– Pareces muy seguro de ello -repuso él mirándome de hito en hito. Otra pausa-. A mí ellos me llaman Títere.

– ¿Quién es «ellos»?

– ¿Quiénes «son» ellos? -me corrigió levantando un dedo.

Sonreí.

– ¿Quiénes son ellos, entonces?

– ¿Quiénes «eran» ellos entonces?

– ¿Quiénes son ellos «ahora»? -aclaré, y ensanché la sonrisa.

Me devolvió la sonrisa también con aire distraído e hizo un vago ademán.

– Ya sabes, ellos. La gente. -Siguió mirándome con fijeza, como yo examinaría una piedra interesante o un tipo de hoja que no hubiera visto nunca.

– ¿Cómo te llamas a ti mismo? -pregunté.

Títere se mostró un poco sorprendido, y me miró de una forma algo más normal.

– Sospecho que eso sería revelador -dijo con una pizca de reproche. Miró a Wilem y a Simmon, que permanecían en silencio-. ¿Por qué no pasáis? -Se dio la vuelta y entró en la habitación.

No era una estancia muy grande. Pero parecía fuera de lugar, escondida en lo más hondo del Archivo. Había una butaca muy acolchada, una gran mesa de madera y un par de puertas que conducían a otros cuartos.

Había libros por todas partes, desbordándose en toda clase de estanterías. Los había apilados en el suelo, desparramados por mesitas y amontonados en las sillas. Me sorprendieron unas cortinas corridas en una de las paredes; mi mente se empeñaba en imaginar que detrás de esas cortinas había una ventana, pese a que yo sabía que estábamos bajo tierra.

La habitación estaba iluminada con lámparas y velas, candelas largas y delgadas y gruesos tacos de cera goteantes. Cada una de las llamas me producía una vaga ansiedad y traía a mi pensamiento la imagen de un incendio en un edificio lleno de cientos de miles de valiosos libros.

También había títeres. Colgaban de los estantes y de unos ganchos que había en las paredes. Se amontonaban desmadejados en los rincones y bajo las sillas. Algunos estaban inacabados, o los estaban reparando, y yacían esparcidos entre herramientas por el tablero de la mesa. Había estantes llenos de estatuillas cuidadosamente labradas y pintadas que representaban figuras humanas.

Cuando se dirigía hacia su mesa, Títere se quitó la túnica negra y la dejó caer descuidadamente al suelo. Bajo la túnica llevaba ropa sencilla: una camisa blanca arrugada, pantalones oscuros arrugados y calcetines desparejados y con los talones zurcidos. Me fijé en que era mayor de lo que había imaginado. Tenía el cutis liso y sin arrugas, pero empezaba a escasearle el pelo, completamente blanco.

Títere despejó una silla para mí, retirando con cuidado una pequeña marioneta del asiento y buscándole un sitio en un estante cercano. Entonces se sentó a la mesa y dejó a Wilem y a Simmon de pie. He de decir que ellos no se mostraron terriblemente desconcertados.

Títere rebuscó un poco entre los objetos esparcidos por la mesa y cogió un taco de madera con forma irregular y un cuchillo pequeño. Me dirigió otra mirada larga y escrutadora y se puso a tallar metódicamente la madera. Empezaron a caer virutas sobre la mesa.

Curiosamente, yo no sentía ningún deseo de preguntar a nadie qué estaba pasando. Cuando eres tan preguntón como yo, al final acabas sabiendo cuándo es inapropiado preguntar.

Además, sabía cuáles habrían sido las respuestas. Títere era una de esas personas con talento, pero no del todo cuerdas, que habían encontrado un hueco en la Universidad.

Estudiar en el Arcano tiene efectos complejos sobre la mente de los alumnos. El más destacado de esos efectos es la capacidad para realizar lo que la mayoría de la gente llama magia y nosotros llamamos simpatía, sigaldría, alquimia, nominación, etcétera.

Las mentes de algunas personas se adaptan fácilmente a eso, y otras tienen más dificultades. De las últimas, algunas enloquecen y acaban en el Refugio. Pero la mayoría de las mentes no se derrumban cuando se someten al estrés del Arcano, sino que solo se resquebrajan un poco. A veces esas grietas se apreciaban en pequeños detalles: tics nerviosos, tartamudeos. Otros alumnos oían voces, se volvían olvidadizos, o ciegos, o mudos… A veces esos síntomas solo duraban una hora o un día; a veces eran permanentes.

Deduje que Títere era un alumno que se había resquebrajado hacía mucho tiempo. Parecía haber encontrado un lugar para él, como Auri, aunque me sorprendía que Lorren le dejara vivir allí abajo.

– ¿Siempre está así? -preguntó Títere a mis dos amigos. Alrededor de sus manos se había formado un montoncito de peladuras de madera clara.

– Casi siempre -respondió Wilem.

– Así ¿cómo? -preguntó Simmon.

– Como si acabara de decidir sus tres siguientes movimientos en una partida de tirani y ya supiera cómo iba a ganarte. -Títere volvió a mirarme largamente y cepilló otra fina viruta de madera-. Resulta irritante, la verdad.

Wilem soltó una carcajada.

– Esa es su cara de pensar, Títere. La pone a menudo, pero no siempre.

– ¿Qué es tirani? -preguntó Simmon.

– Un pensador… -caviló Títere-. ¿En qué piensas ahora?

– Pienso que debes de ser un observador muy atento, Títere -dije educadamente.

Títere dio un resoplido sin levantar la cabeza.

– ¿De qué sirve la atención? Es más, ¿de qué sirve observar? La gente siempre está observando cosas. Lo que debería hacer es ver. Yo veo las cosas que miro. Soy el que ve.

Miró el trozo de madera que tenía en la mano, y luego escudriñó mi cara. Aparentemente satisfecho, entrelazó las manos sobre su talla, pero no antes de que yo alcanzara a ver mi perfil hábilmente tallado en la madera.

– ¿Sabes lo que has sido, lo que no eres y lo que serás? -me preguntó.

Sonaba a acertijo.

– No.

– El que ve -dijo con certeza-. Porque eso es lo que significa E'lir.

– De hecho, Kvothe es Re'lar -dijo Simmon con respeto.

Títere hizo un gesto desdeñoso.

– Lo dudo -dijo mirándome atentamente-. Quizá llegues a ser uno que ve, pero todavía te queda mucho. Ahora eres uno que mira. Serás un verdadero E'lir cuando llegue el momento. Si aprendes a relajarte. -Me mostró el rostro tallado en la madera-. ¿Qué ves aquí?

Ya no era un taco con forma irregular: ahora mis facciones, en seria contemplación, me miraban desde la madera. Me incliné hacia delante para examinar la talla desde más cerca.

Títere rió y alzó las manos.

– ¡Demasiado tarde! -exclamó, y por un instante adoptó una actitud infantil-. Has mirado demasiado y no has visto suficiente. Mirar demasiado puede impedirte ver, ¿lo ves?

Títere dejó la talla de mi cara sobre la mesa; parecía que la figura contemplara una de las marionetas que yacían diseminadas por el tablero.

– ¿Ves al pequeño Kvothe de madera? ¿Ves cómo mira? Qué concentración. Qué dedicación. Podría pasarse cien años mirando, pero ¿verá lo que tiene delante? -Títere se sentó y paseó la mirada por la habitación con aire satisfecho.

– ¿E'lir significa «el que ve»? -preguntó Simmon-. ¿Los otros rangos también significan cosas?

– Puesto que eres un alumno con libre acceso al Archivo, imagino que eso podrás averiguarlo por tu cuenta -dijo Títere. Fijó la atención en una de las marionetas que había sobre la mesa. La bajó con cuidado al suelo para evitar que se enredaran los hilos. Era una miniatura perfecta de un sacerdote tehlino con túnica gris.

– ¿Podrías darle algún consejo, alguna indicación de por dónde empezar a buscar? -pregunté dejándome llevar por la intuición.

– Por el Dictum de Renfalque. -La marioneta del tehlino, guiada por Títere, se levantó del suelo y movió cada una de sus extremidades como si despertara de un largo sueño.

– No lo conozco.

– Está en el segundo piso del rincón sudeste -contestó Títere, abstraído-. Segunda fila, segundo anaquel, tercer estante, lado derecho, cubierta roja de piel. -El sacerdote tehlino en miniatura caminó despacio alrededor de los pies de Títere. Llevaba en la mano una réplica diminuta del Libro del camino, perfectamente representado, con la rueda con rayos pintada en la portada.

Wil, Sim y yo vimos cómo Títere tiraba de los hilos del pequeño sacerdote haciéndolo andar adelante y atrás para acabar sentándolo sobre uno de sus pies, enfundado en un calcetín.

Wilem carraspeó respetuosamente y dijo:

– Títere…

– ¿Sí? -replicó Títere sin apartar la vista de sus pies-. Tienes una pregunta. O mejor dicho, Kvothe tiene una pregunta y tú quieres planteármela por él. Está ligeramente inclinado hacia delante en el asiento. Hay un surco entre sus cejas, y el fruncido de sus labios lo delata. Deja que me pregunte él. Quizá eso le ayude.

Me quedé estupefacto, pues estaba haciendo exactamente cada una de las cosas que Títere había mencionado. Siguió moviendo los hilos de su pequeño tehlino. El sacerdote realizó una meticulosa y temerosa búsqueda alrededor de sus pies, blandiendo el libro ante sí; rodeó las patas de la mesa y escudriñó el interior de los zapatos abandonados de Títere. Sus movimientos eran asombrosos, y me distrajeron hasta el punto de que olvidé que me sentía incómodo y empecé a relajarme.

– La verdad es que tengo una duda sobre los Amyr. -Mi mirada seguía atenta a la escena que se desarrollaba alrededor de los pies de Títere. Otra marioneta había entrado en escena: una muchacha vestida de campesina. Se acercó al sacerdote y le tendió una mano como si tratara de darle algo. No, le estaba preguntando algo. El tehlino le dio la espalda. Ella, con timidez, le puso una mano en el brazo. El se apartó, altanero-. Me gustaría saber quién los disolvió. No sé si fue el emperador Nalto o la iglesia.

– Sigues mirando -me reprendió Títere con un tono más cordial que el que había empleado hasta ese momento-. Necesitas ir a perseguir al viento durante un tiempo, eres demasiado serio. Eso te creará problemas. -De pronto, el tehlino se volvió hacia la muchacha. Temblando de rabia, la amenazó con el libro. Ella, asustada, dio un paso atrás y cayó de rodillas-. Los disolvió la iglesia, por supuesto. Lo único que podía afectarles era un edicto del pontífice. -El tehlino golpeó a la muchacha con el libro. Una vez, dos veces, hasta derribarla; la muchacha quedó tendida en el suelo, completamente quieta-. Nalto no habría podido ordenarles ni siquiera que cruzaran la calle.

Un leve movimiento atrajo la atención de Títere.

– Ay, ay, ay -dijo girando la cabeza hacia Wilem-. ¿Ves lo que yo veo? La cabeza se inclina ligeramente. Las mandíbulas se aprietan, pero los ojos no enfocan nada, canalizan la irritación hacia dentro. Si yo fuera de esas personas que juzgan mirando, diría que Wilem acaba de perder una apuesta. ¿No sabes que la iglesia censura el juego? -El sacerdote, a los pies de Títere, blandió el libro hacia Wilem.

El tehlino juntó las manos y se alejó de la muchacha. Dio un par de pasos con aire majestuoso y agachó la cabeza como si rezara.

Conseguí desviar la mirada de aquel cuadro vivo y mirar a nuestro anfitrión.

– ¿Títere? -pregunté-. ¿Has leído Las luces de la Historia de Feltemi Reis?

Vi que Simmon miraba a Wilem con ansiedad, pero Títere no pareció encontrar nada extraño en esa pregunta. El tehlino se puso a dar brincos.

– Sí.

– ¿Por qué afirmaría Reis que el Alpura Prolycia Amyr era el decreto sesenta y tres del emperador Nalto?

– Reis no afirmaría eso -contestó sin dejar de mirar la marioneta que tenía a los pies-. Eso es una tontería.

– Pues hemos encontrado un ejemplar de las Luces que afirma exactamente eso -expliqué.

Títere encogió los hombros sin dejar de mirar a su sacerdote tehlino, que bailaba a sus pies.

– Podría ser un error de transcripción -reflexionó Wilem-. Dependiendo de la edición del libro, la propia iglesia podría haber modificado esa información. El emperador Nalto es el chivo expiatorio preferido de la Historia. Quizá la iglesia tratara de distanciarse de los Amyr. Hacia el final hicieron cosas terribles.

– Muy inteligente -concedió Títere. En el suelo, el tehlino le hizo una reverencia a Wilem.

De pronto se me ocurrió una cosa.

– Títere -dije-, ¿sabes qué hay detrás de la puerta cerrada con llave del piso que hay encima de este? Esa gran puerta de piedra.

El tehlino dejó de bailar y Títere levantó la cabeza. Me miró con severidad. Tenía unos ojos serios y claros.

– No creo que la puerta de las cuatro placas sea asunto de un alumno. ¿Y tú?

– No, claro. -Noté que me sonrojaba y desvié la mirada.

El sonido distante del tañido de la campana de la torre alivió la tensión del momento. Simmon maldijo por lo bajo.

– Llego tarde -dijo-. Lo siento, Títere, tengo que irme.

Títere se levantó y colgó al tehlino en un gancho de la pared.

– Sea como sea, tengo que seguir leyendo -dijo. Fue hacia la butaca acolchada, se sentó y abrió un libro-. Traed a ese otro día. -Me apuntó con una mano sin levantar la vista del libro-. Tengo que trabajar un poco más con él.

Загрузка...