Capítulo 138

Notas

Faltaban casi cinco horas para mi cita con el maer, y por fin era libre de ir a Bajo Severen a ocuparme de mis asuntos. Desde los elevadores, el cielo se veía tan limpio y azul que contemplarlo te partía el corazón. En eso pensaba cuando me dirigí a la posada Las Cuatro Candelas.

La taberna no estaba muy llena, de modo que no es de extrañar que el posadero me viera dirigirme hacia la escalera del fondo.

– ¡Alto tú! -me gritó en mal atur-. ¡Paga! ¡Solo habitación para hombres que pagan!

Como no quería montar una escena, me acerqué a la barra. El posadero era un hombre delgado y grasiento con marcado acento de Lenatt. Le sonreí.

– Solo venía a visitar a una amiga. La huésped de la habitación número tres. Morena, con el pelo largo. -Acompañé mis palabras de un ademán-. ¿Sigue aquí?

– Ah -repuso él, y me miró con aire de complicidad-. La chica. ¿Se llama Dinay?

Afirmé con la cabeza; sabía que Denna cambiaba de nombre con la misma frecuencia con que otras mujeres cambiaban de peinado.

El posadero volvió a asentir.

– Sí. ¿Los ojos oscuros, bonitos? Se marchó ya mucho.

Me desanimé, pese a que no abrigaba muchas esperanzas de encontrarla allí después de tanto tiempo.

– ¿Sabe adónde puede haber ido?

El posadero soltó una breve carcajada.

– No. Tú y los otros lobos vienen oliendo su rastro. Si supiera os haría pagar y sería rico. Pero no, sé nada.

– ¿No me ha dejado ningún mensaje? -pregunté sin grandes esperanzas. No había encontrado ninguna carta ni ninguna nota aguardándome en el palacio del maer-. Ella esperaba que viniera a buscarla aquí.

– ¿Sí? -dijo el posadero, burlón, y entonces hizo como si recordara algo-. Creo que encuentro una nota. Puede ser. Yo no leo muy bien. ¿Quieres ver? -Me sonrió.

Asentí con la cabeza, un poco más animado.

– Se marchó sin pago de habitación -dijo el posadero-. Diecisiete peniques y medio.

Saqué un disco de plata y se lo mostré. El posadero fue a cogerlo, pero yo lo dejé sobre la mesa y lo aguanté allí con dos dedos.

El posadero fue a la trastienda; al cabo de cinco largos minutos, volvió con un trozo de papel bien doblado en una mano.

– La encuentro -dijo triunfante, agitando la mano-. Aquí papel sirve para encender el fuego solo.

Miré el trozo de papel y se me alegró el corazón. Estaba doblado varias veces tal como yo había doblado la carta que le había entregado al calderero para que se la dejara a Denna. Si Denna había copiado mi truco, significaba que debía de haber leído mi nota y haberme dejado una respuesta. Con suerte, me diría adónde había ido. Cómo encontrarla. Deslicé la moneda hacia el posadero y cogí la nota.

Una vez fuera, fui hacia la sombra de un umbral empotrado. Era lo más parecido a la intimidad que podía conseguir en aquella calle tan concurrida. Desdoblé el papel con cuidado y lo acerqué a la luz. El mensaje rezaba:

Denna:

He tenido que marcharme de la ciudad para hacerle un encargo a mi patrón. Pasaré un tiempo fuera, quizá varios ciclos. Ha sido imprevisto e inevitable; si no, habría hecho todo lo posible por verte antes de partir.

Lamento muchas de las cosas que dije la última vez que hablamos y me gustaría poder disculparme en persona.

Te buscaré a mi regreso.

Atentamente,

Kvothe

A la octava campanada me dirigí a los aposentos del maer. Dejé a Cesura en mis habitaciones, y sin ella me sentía como desnudo. Es curioso lo deprisa que uno se acostumbra a esas cosas.

Stapes me condujo hasta la salita del maer, y Alveron envió a su valet a invitar a Meluan a que se reuniera con nosotros cuando quisiera. Me pregunté, por curiosidad, qué pasaría si ella decidía no acudir a la cita. ¿La ignoraría el maer durante tres días, como silenciosa reprimenda?

Alveron se sentó en un diván y me miró con aire reflexivo.

– He oído algunos rumores relacionados con tu reciente viaje -dijo-. Algunos eran historias fantásticas cuya veracidad pongo en duda. Quizá quieras contarme qué pasó en realidad.

Al principio me extrañó que se hubiera enterado tan pronto de mis actividades cerca de Levinshir. Entonces comprendí que quería saber los detalles de nuestra persecución de los bandidos en el Eld, y sentí un gran alivio.

– Veo que Dedan no tuvo problemas para encontrarlo, excelencia.

Alveron asintió con la cabeza.

– Lamenté tener que enviarlo en mi nombre, excelencia. No es una persona muy sutil.

Alveron encogió los hombros.

– No tuvo consecuencias. Cuando vino a verme, ya no había necesidad de mantener la operación en secreto.

– Entonces, ¿le entregó mi carta?

– Ah, sí, la carta. -Alveron la sacó de un cajón-. Supuse que era una especie de chiste raro.

– ¿Cómo dice, excelencia?

Me miró fijamente, y luego bajó la vista hacia mi carta.

– «Veintisiete hombres» -leyó en voz alta-. «Mercenarios con experiencia a juzgar por sus actos y su aspecto… Un campamento bien establecido, con fortificaciones rudimentarias.» -Levantó la cabeza-. No esperarás que me lo crea. Es imposible que vosotros cinco pudierais con tantos.

– Los sorprendimos, excelencia -dije con un comedimiento ligeramente petulante.

La expresión del maer se endureció.

– Mira, dejémonos de humor provinciano. Esto lo considero de muy mal gusto. Dime la verdad y acabemos ya.

– Le he dicho la verdad, excelencia. De haber sabido que me exigiría pruebas, habría dejado que Dedan le trajera un saco lleno de pulgares. Me costó una hora de bronca quitarle esa idea de la cabeza.

Eso no detuvo al maer como yo esperaba.

– Sí, quizá debiste permitírselo -dijo.

La situación dejó de parecerme cómica de golpe.

– Excelencia, si quisiera mentirle, escogería un relato más convincente. -Le dejé reflexionar sobre eso un momento-. Además, si lo único que quiere son pruebas, no tiene más que enviar a alguien a comprobarlo. Quemamos los cadáveres, pero los cráneos deben de seguir allí. Puedo indicar en un mapa la localización exacta del campamento.

El maer cambió de táctica.

– Y ¿qué me dices de lo otro? De lo de su jefe. El hombre que ni siquiera se inmutó al recibir un flechazo en la pierna. El que se metió en su tienda y «desapareció».

– También es cierto, excelencia.

Alveron me miró largamente, y luego suspiró.

– Entonces te creo -dijo-. Pero son noticias extrañas y amargas -murmuró, casi como si hablara para sí.

– Desde luego, excelencia.

Me lanzó una extraña mirada calculadora.

– ¿Qué opinas tú?

Antes de que pudiera contestar, se oyó una voz femenina en los aposentos exteriores. Alveron dejó de fruncir el ceño y se irguió en el asiento. Yo oculté una sonrisa detrás de la mano.

– Es Meluan -anunció Alveron-. Si no me equivoco, nos trae esa pregunta que te he mencionado antes. -Sonrió con picardía-. Creo que te gustará: es un asunto muy desconcertante.

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