Pasamos unos días en la Buena Blanca, aprovechando la cálida acogida. Cada uno tenía su habitación y las comidas pagadas. Menos bandidos significaba caminos más seguros y más clientes, y Blanca sabía que nuestra presencia en la posada atraería a una clientela más nutrida que cualquier violinista.
A todos nos venían bien unos días de descanso; las comidas calientes y las camas blandas eran una bendición. Y podíamos aprovecharlo para curar nuestras heridas. A Hespe todavía no le había sanado del todo la de la flecha en la pierna, y Dedan llevaba el brazo entablillado. Yo ya me había recuperado de las heridas de la pelea con los bandidos, todas leves; pero tenía otras nuevas que se concentraban en mi espalda y consistían, básicamente, en arañazos.
Enseñé a Tempi los fundamentos del laúd, y él siguió enseñándome a pelear. Mi instrucción consistía en discusiones breves y escuetas relacionadas con el Lethani y largas y agotadoras sesiones de Ketan.
También compuse una canción sobre mi experiencia con Felurian. La titulé «Versado en el crepúsculo»; coincidiréis conmigo en que no era un título muy bueno. Por suerte, nunca llegó a cuajar, y hoy en día casi todos la conocen como «La canción medio cantada».
No era mi mejor obra, pero era pegadiza. A los clientes de la posada pareció que les gustaba, y el día que oí a Losi silbándola mientras servía las consumiciones supe que se extendería como un incendio en una veta de carbón.
Como seguían pidiéndome que les contara historias, compartí con ellos otros episodios interesantes de mi vida. Les conté cómo había conseguido que me admitieran en la Universidad con apenas quince años. Les conté cómo había obtenido acceso al Arcano en solo tres días. Les conté que había invocado el nombre del viento en un arranque de cólera después de que Ambrose me rompiera el laúd.
Por desgracia, la tercera noche me había quedado sin historias verídicas. Y como mi público seguía hambriento de más, robé una historia sobre Illien y me puse en su lugar, y de paso aderecé el personaje con unos cuantos detalles robados de Táborlin.
No me enorgullezco de lo que hice, y en mi defensa me gustaría decir que había bebido bastante. Además, había varias mujeres hermosas entre el público. Los ojos emocionados de una joven tienen algo poderosamente cautivador. Pueden arrancarle todo tipo de tonterías a un joven estúpido, y yo no fui la excepción a la regla.
Entretanto, Dedan y Hespe ocupaban ese pequeño mundo exclusivo que se crean para ellos los nuevos amantes. Daba gusto verlos. Dedan estaba más tranquilo, más amable. El semblante de Hespe perdió gran parte de su dureza. Pasaban mucho tiempo en su habitación. Recuperando horas de sueño, sin duda.
Marten flirteaba descaradamente con Blanca, bebía como para ahogar a un pez, y en general se divertía por tres.
Pasados tres días nos marchamos de la Buena Blanca, pues no queríamos agotar la hospitalidad que allí nos prodigaban. A mí no me importó irme, porque entre la instrucción con Tempi y las atenciones de Losi, estaba casi muerto de agotamiento.
El camino de regreso a Severen lo hicimos despacio, en parte porque nos preocupaba la pierna herida de Hespe, pero también porque sabíamos que pronto tendríamos que separarnos. Pese a que habíamos tenido nuestras diferencias, nos habíamos hecho amigos, y no es fácil dejar atrás esas cosas.
Las noticias de nuestras aventuras nos precedían en el camino, y cuando parábamos a pernoctar, era fácil conseguir cama y cena, si no es que nos salían gratis.
Al tercer día de abandonar la Buena Blanca, nos encontramos a una pequeña troupe de artistas. No eran Edena Ruh, y estaban bastante apurados. Solo eran cuatro: un hombre mayor, dos jóvenes de unos veinte años y un niño de ocho o nueve. Estaban cargando su desvencijado carro cuando nosotros paramos para darle un respiro a la pierna de Hespe.
– Hola a los de la troupe -los saludé.
Nos miraron con cierta inquietud, pero se relajaron al ver el laúd que llevaba a la espalda.
– Hola al bardo.
Me reí y les estreché la mano.
– No, no soy bardo. Solo canto un poco.
– Es casi lo mismo -repuso el hombre mayor sonriéndome-. ¿Hacia dónde vais?
– De norte a sur. ¿Y vosotros?
Se relajaron aún más al saber que íbamos en otra dirección.
– De este a oeste -dijo.
– ¿Cómo os van las cosas?
– Últimamente bastante mal -repuso encogiéndose de hombros-. Pero nos han dicho que a dos días de aquí vive una tal lady Gres. Dicen que no rechaza a nadie capaz de tocar un poco el violín o representar una pantomima. Confiamos en poder ganarnos un penique o dos.
– Nos iba mejor cuando teníamos el oso -terció uno de los jóvenes-. La gente pagaba gustosamente para ver una pelea con un oso.
– Enfermó por una mordedura de perro -me explicó el otro joven-. Murió hace casi un año.
– Qué lástima -dije-. No es fácil conseguir un oso. -Ellos asintieron con la cabeza en silencio-. Tengo una canción nueva para vosotros. ¿Qué me dais a cambio?
El hombre me miró con recelo.
– Bueno, que sea nueva para ti no significa que lo sea para nosotros -expuso-. Y que sea nueva no significa que sea buena, no sé si me explico.
– Júzgalo tú mismo -dije, y saqué mi laúd del estuche.
La había compuesto procurando que fuera pegadiza y fácil de cantar, pero aun así tuve que repetirla dos veces para que se le quedara grabada. Como ya he dicho, no eran Edena Ruh.
– No está nada mal -admitió a regañadientes-. A cualquiera le gusta oír una canción sobre Felurian, pero no sé qué podemos darte a cambio.
– Yo me he inventado una estrofa de «Calderero, curtidor» -intervino el niño.
Los otros intentaron hacerle callar, pero yo sonreí.
– Me encantaría oírla.
El niño llenó los pulmones y cantó con voz aflautada:
En una ocasión, a la orilla del río,
a la hija de un granjero sorprendí.
mientras se bañaba.
Dijo que no le gustaba
que un hombre la mirara
y se enjabonó de nuevo con gran poderío.
Me reí.
– Está muy bien -lo felicité-. Pero a ver qué te parece esta versión:
En una ocasión, a la orilla del río,
a la hija de un granjero sorprendí.
Me confesó con brío
que limpia no se sentía
si en el baño alguien la descubría,
y se lavó de nuevo con frenesí.
El niño se quedó pensando. -Me gusta más la mía -concluyó. Le di una palmada en la espalda.
– Así me gusta. Hay que creer en uno mismo. -Me volví hacia el jefe de la pequeña troupe-. ¿Alguna novedad? Caviló un poco y dijo: -Unos bandidos hacia el norte, en el Eld. Asentí.
– He oído que ya los han echado. Pensó un poco más.
– Dicen que Alveron se casa con la Lackless.
– ¡Yo sé un poema sobre los Lackless! -saltó el niño, y empezó-:
Siete cosas hay delante
de la entrada de los Lackless…
– Cállate. -El hombre le dio un coscorrón al niño y me miró como disculpándose-. El chico tiene buen oído, pero muy malos modales.
– La verdad es que me encantaría oírlo -dije. El hombre mayor encogió los hombros y soltó al chico, que lo miró con rabia antes de empezar a recitar:
Siete cosas hay delante
de la entrada de los Lackless.
Una es un anillo que no se ha usado;
otra, una palabra que se ha invalidado;
otra, un momento que no sea tarde;
otra, una vela que no arde;
otra, un hijo que con la sangre viene;
otra, una puerta que la riada contiene;
otra, algo custodiado celosamente.
Y entonces llega lo que le sobreviene al durmiente.
– Es uno de esos acertijos en verso -dijo el padre para disculparse-. No sé dónde los oye, pero no debería ir por ahí repitiendo todas las canciones subidas de tono que oye.
– ¿Dónde lo has oído? -pregunté.
El niño pensó un momento; encogió los hombros y empezó a rascarse detrás de la rodilla.
– No sé. A otros niños.
– Tenemos que irnos -dijo el hombre alzando la vista al cielo. Metí la mano en mi bolsa y le tendí un noble de plata-. ¿Qué es esto? -me preguntó mirándolo con desconfianza.
– Es para ayudarte a comprar otro oso -dije-. Yo también he pasado momentos difíciles, pero ahora me van mejor las cosas.
Me dieron las gracias efusivamente y se marcharon. Pobre gente. Ninguna troupe Ruh que se precie se rebajaría a las peleas con osos. Era un espectáculo que no exigía ninguna habilidad y del que nadie se enorgullecería.
Pero no podía reprocharles que no tuvieran sangre Ruh, y los artistas de troupe tenemos que velar unos por otros. Nadie más lo hará.
Durante el día, mientras recorríamos el camino, Tempi y yo hablábamos del Lethani, y por la noche practicábamos el Ketan. Ya no lo encontraba tan difícil, y a veces llegaba hasta Atrapar la Lluvia antes de que Tempi detectara algún error minúsculo y me hiciera volver a empezar.
Un día él y yo encontramos un lugar medio escondido junto a la posada donde habíamos parado a pasar la noche. Dedan, Hespe y Marten estaban dentro bebiendo. Me puse a practicar concienzudamente el Ketan mientras Tempi, sentado con la espalda apoyada en el tronco de un árbol, practicaba con tesón un sencillo ejercicio de digitación que le había enseñado. Una y otra vez. Una y otra vez.
Acababa de terminar Círculo con las Manos cuando detecté un leve movimiento con el rabillo del ojo. No me paré, pues Tempi me había enseñado a evitar las distracciones mientras realizaba el Ketan. Si giraba la cabeza para mirar, tendría que volver a empezar.
Moviéndome con una lentitud dolorosa, empecé Danza hacia Atrás. Pero nada más colocar el talón, noté que me faltaba equilibrio. Pensé que Tempi me llamaría la atención, pero no lo hizo.
Interrumpí el ejercicio, me di la vuelta y vi a un grupo de cuatro mercenarios Adem caminando hacia nosotros con soltura. Tempi ya se había levantado e iba hacia ellos. Había guardado mi laúd en el estuche y lo había dejado apoyado contra el tronco del árbol.
Los cinco formaron un corro, tan cerca unos de otros que sus hombros casi se tocaban. Tan cerca que no oía ni el más leve susurro de lo que decían ni les veía las manos. Pero por el ángulo que formaban los hombros de Tempi deduje que se sentía incómodo y que estaba a la defensiva.
Sabía que si llamaba a Tempi desde lejos lo considerarían grosero, así que me acerqué. Pero antes de acercarme lo suficiente para oír lo que decían, uno de los mercenarios estiró un brazo y me empujó apretándome con firmeza con los dedos extendidos en el centro del pecho.
Sin pensar, hice Romper León, agarrándole el pulgar y apartándole la muñeca. El mercenario soltó la mano sin esfuerzo aparente y trató de derribarme con Piedra que Persigue. Hice Danza hacia Atrás y esa vez me equilibré bien, pero él me golpeó en la sien con la otra mano, no lo bastante fuerte para hacerme daño, pero sí para dejarme aturdido un segundo.
Me hirió en el orgullo. Fue el mismo tipo de golpe que me daba Tempi para reprenderme en silencio cuando no realizaba bien el Ketan.
– Rápido -dijo el mercenario en voz baja, en atur.
Al oír su voz me di cuenta de que era una mujer. No es que fuera especialmente masculina, sino sencillamente que se parecía mucho a Tempi. Tenía el mismo cabello rubio rojizo, los ojos gris pálido, la expresión serena y la ropa de color rojo sangre. Era un poco más alta que Tempi, y tenía los hombros más anchos. Pero si bien era delgada como un junco, la ceñida ropa de mercenario revelaba las curvas de las caderas y los pechos.
Me fijé más y enseguida vi que tres de los cuatro mercenarios eran mujeres. La de los hombros anchos que estaba enfrente de mí tenía una fina cicatriz que le atravesaba la ceja y otra en el mentón. Eran unas cicatrices pálidas y plateadas como las que Tempi tenía en los brazos y en el pecho. Y aunque no eran desagradables, daban a su rostro inexpresivo un aire extrañamente adusto.
«Rápido», había dicho. A primera vista parecía un cumplido, pero he sido objeto de demasiados escarnios en mi vida, y sé reconocerlos sea en el idioma que sea.
Por si no me hubiera quedado claro, llevó la mano derecha hacia atrás y la apoyó en la parte baja de la espalda con la palma hacia fuera. Pese a mi rudimentario conocimiento del lenguaje de signos adem, supe qué quería decir eso. Había puesto la mano tan lejos como podía del puño de la espada. Al mismo tiempo, me enseñó el hombro y desvió la mirada. No me estaba declarando sencillamente inofensivo, sino que estaba haciendo un signo de un desdén insultante.
Me controlé para mantenerme impertérrito, pues sabía que cualquier expresión que se reflejara en mi cara solo conseguiría empeorar aún más la opinión que aquella Adem pudiera tener de mí.
Tempi señaló hacia el sitio donde yo estaba cuando habían llegado los Adem.
– Vete -dijo. Serio. Formal.
Obedecí de mala gana, pues no quería montar una escena.
Los Adem permanecieron de pie, formando un corro, durante un cuarto de hora mientras yo practicaba el Ketan. Aunque no oí ni un solo susurro de su conversación, era evidente que estaban discutiendo. Sus ademanes eran bruscos y marcados, y la forma de poner los pies revelaba agresividad.
Al final, los cuatro desconocidos se marcharon hacia el camino. Tempi vino donde estaba yo intentando realizar Trillar el Trigo.
– Demasiado amplio. -Irritación. Me dio unos golpecitos en la pierna de atrás y me empujó por el hombro para demostrar que me faltaba equilibrio.
Moví un pie y volví a intentarlo.
– ¿Quiénes eran, Tempi?
– Adem -contestó él, y volvió a sentarse al pie del árbol.
– ¿Los conoces?
– Sí. -Tempi miró alrededor y sacó el laúd del estuche. Con las manos ocupadas, su mudez se acentuaba.
Seguí practicando el Ketan, porque sabía que intentar sonsacarle respuestas sería como arrancarle los dientes.
Transcurrieron dos horas y el sol empezó a descender detrás de los árboles.
– Mañana me voy -dijo Tempi. Como tenía las dos manos en el laúd, tuve que imaginarme su estado de ánimo.
– ¿Adónde?
– A Haert. A Shehyn.
– ¿Qué son, ciudades?
– Haert es ciudad. Shehyn es mi maestra.
Yo llevaba un rato pensando en qué podía haber pasado.
– ¿Vas a tener problemas por haberme enseñado?
Tempi dejó el laúd en el estuche y cerró la tapa.
– Quizá. -Sí.
– ¿Está prohibido?
– Está muy prohibido -me contestó.
Se levantó y empezó a realizar el Ketan. Yo lo seguí, y estuvimos callados un rato.
– ¿Muchos problemas? -pregunté al final.
– Muchos problemas -dijo él, y detecté un deje de emoción poco habitual en su voz: ansiedad-. Quizá no fue muy sabio.
Seguimos moviéndonos con la lentitud del sol poniente.
Pensé en lo que había dicho el Cthaeh. El único dato potencialmente útil de toda nuestra conversación. «Te reías de las hadas hasta que viste una. No me extraña que todos tus vecinos civilizados también desechen la existencia de los Chandrian. Tendrías que dejar muy lejos tus preciosos rincones para encontrar a alguien dispuesto a tomarte en serio. No tendrías ninguna esperanza hasta que llegaras a la sierra de Borrasca.»
Felurian me había asegurado que el Cthaeh solo decía la verdad.
– ¿Podría acompañarte? -pregunté.
– ¿Acompañarme? -dijo Tempi mientras sus manos describían un elegante círculo pensado para romper los huesos largos del brazo.
– Viajar contigo. Seguirte. Hasta Haert.
– Sí.
– ¿Te ayudaría a solucionar tus problemas?
– Sí.
– Iré contigo.
– Gracias.