Pasé por el Eolio, donde Threpe me esperaba sin parar de moverse de la impaciencia. Me dijo que había encontrado un barco que zarpaba río abajo al cabo de menos de una hora. Es más, ya me había pagado el pasaje hasta Tarbean, donde me resultaría fácil encontrar pasaje en otra nave rumbo al este.
Nos dirigimos a toda prisa hacia los muelles, y llegamos cuando el barco realizaba los últimos preparativos. Threpe, colorado y resoplando, se apresuró a darme consejos para toda una vida en solo tres minutos.
– El maer es de un linaje muy antiguo -dijo-. No como la mayoría de los pequeños nobles de por aquí, que no sabrían decirte quiénes eran sus bisabuelos. De modo que trátalo con respeto.
Puse los ojos en blanco. ¿Por qué todos daban siempre por hecho que me comportaría mal?
– Y recuerda -continuó-. Si les parece que lo que pretendes es enriquecerte, te considerarán provinciano. En ese caso, nadie te tomará en serio. Tú estás allí para ganarte el favor del maer. Ese es el juego, y es arriesgado. Además, ya sabes Jo que dicen: al favor le sigue la fortuna. Si consigues una cosa, tendrás la otra. Ya lo decía Teccam: «El precio de un pan es asequible, y por eso va tan buscado»…
– «… pero hay cosas impagables: amor, tierra, risa jamás pueden ser comprados» -terminé por él. En realidad era una cita de Gregan el Menor, pero no me tomé la molestia de corregirlo.
– ¡Eh, vosotros! -nos gritó un individuo curtido y barbudo desde la cubierta del barco-. Estamos esperando a un rezagado, y el capitán está más furioso que una prostituta malcarada. Ha jurado que zarpará si no se ha presentado dentro de dos minutos. Os aconsejo que para entonces estéis a bordo. -Se marchó sin esperar una respuesta.
– Dirígete a él como «excelencia» -continuó Threpe, como si no nos hubieran interrumpido-. Y recuerda: habla poco si quieres que te escuchen. ¡Ah! -Sacó una carta sellada del bolsillo superior de la chaqueta-. Aquí tienes tu carta de presentación. Quizá envíe una copia por correo, para que el maer esté advertido de tu llegada.
Le sonreí y lo agarré por el brazo.
– Gracias, Denn -dije de corazón-. Gracias por todo. Te agradezco todo esto mucho más de lo que imaginas.
Threpe agitó una mano quitándole importancia a mis palabras.
– Sé que lo harás espléndidamente. Eres un chico muy listo. Cuando llegues allí, asegúrate de encontrar un buen sastre. La moda será diferente. Y ya sabes lo que dicen: conocerás a la dama por sus modales, y al caballero por su ropa.
Me arrodillé y abrí el estuche del laúd. Aparté un poco el instrumento, presioné la tapa del compartimento secreto y lo abrí. Deslicé dentro la carta sellada de Threpe, junto con el cuerno hueco que contenía el dibujo de Nina y un saquito de manzana seca que había guardado allí. La manzana seca no tenía ningún valor especial, pero en mi opinión, si tienes un compartimento secreto en el estuche de tu laúd y no lo utilizas para esconder cosas, es que eres raro, muy raro.
Cerré los broches, asegurando de nuevo la tapa; me levanté y recogí mi equipaje, listo para subir a bordo.
De pronto Threpe me agarró por el hombro.
– ¡Casi se me olvida! En una de sus cartas, Alveron mencionaba que los jóvenes de su corte tienen por costumbre hacer apuestas. El lo considera un hábito deplorable, de modo que evita practicarlo. Y recuerda: los pequeños deshielos causan grandes inundaciones, así que sé muy prudente con los cambios de estación lentos.
Vi correr a alguien por el muelle, hacia nosotros: era el hombre de rostro avinagrado que había pasado de largo por el Puente de Piedra cuando estaba allí con Elodin. Llevaba un fardo bajo un brazo.
– Ese debe de ser el marinero que faltaba -me apresuré a decir-. Será mejor que suba a bordo. -Di un rápido abrazo a Threpe y traté de alejarme antes de que pudiera darme otro consejo.
Pero él me cogió por la manga antes de que me diera la vuelta.
– Ten cuidado por el camino -dijo con expresión preocupada-. Recuerda que todo hombre sabio teme tres cosas: la tormenta en el mar, la noche sin luna y la ira de un hombre amable.
El marinero pasó a nuestro lado y recorrió la pasarela corriendo, sin importarle que las tablas rebotaran y traquetearan bajo sus pies.
Sonreí a Threpe para tranquilizarlo y seguí al marinero. Dos hombres de rostro curtido levantaron la pasarela, y le devolví a Threpe un último saludo con la mano.
Se vocearon órdenes, los hombres se afanaron y el barco empezó a moverse. Me volví para mirar río abajo, hacia Tarbean, hacia el mar.