Capítulo 149

Enredos

La taberna de Anker's estaba prácticamente vacía. Los únicos clientes en una de las mesas del fondo eran Sim y Fela. Fui hacia ellos y me senté dando la espalda a la pared.

– ¿Y bien? -dijo Sim nada más dejarme caer en el asiento-. ¿Cómo te fue ayer?

Ni le respondí; no tenía ganas de hablar de aquello.

– ¿Qué pasó ayer? -quiso saber Fela.

– Kvothe pasó el día con Denna -explicó Sim-. Todo el día.

Encogí los hombros.

Sim abandonó el tono optimista.

– ¿No tan bien como esperabas? -me preguntó con más delicadeza.

– No mucho -respondí. Miré al otro lado de la barra y le hice una seña a Laurel para que me trajera un poco de lo que hubiera en los fogones.

– ¿Te interesa la opinión de una dama? -preguntó Fela con dulzura.

– Me conformaría con la tuya.

Simmon soltó una carcajada y Fela hizo una mueca.

– No te lo tendré en cuenta -dijo-. Venga, cuéntaselo todo a tía Fela.

Le hice un resumen. Describí la situación lo mejor que pude, pero lo fundamental parecía resistirse a una explicación. Cuando intentaba expresarlo con palabras, parecía estúpido.

– Y eso es todo -dije tras varios minutos de abordar torpemente el tema-. O es todo de lo que quiero hablar. Denna me desconcierta como nada en el mundo. -Arranqué una astilla del tablero de la mesa con un dedo-. Odio no entender una cosa.

Laurel me trajo pan caliente y un cuenco de sopa de patata.

– ¿Algo más? -me preguntó.

– No, gracias. -Le sonreí, y luego, cuando se dio la vuelta y volvió a la barra, observé su vista trasera.

– Muy bien -dijo Fela poniéndose seria-. Empecemos por tus puntos a favor. Eres encantador, guapo y muy cortés con las mujeres.

– Pero ¿no has visto cómo miraba a Lauren hace un momento? -terció Sim riendo-. Es un libidinoso de miedo. Mira a más mujeres de las que yo podría mirar si tuviera dos cabezas sobre un cuello giratorio como el de un búho.

– Es verdad -admití.

– Hay maneras y maneras de mirar -le dijo Fela a Simmon-. Hay hombres que te repasan con una mirada grasienta. Te dan ganas de darte un baño. Otros lo hacen con una mirada agradable que te ayuda a saber que eres hermosa. -Se pasó una mano por el pelo distraídamente.

– Tú no necesitas que te lo recuerden -dijo Simmon.

– Todos necesitamos que nos lo recuerden -lo contradijo ella-. Pero Kvothe es diferente. Él lo hace con mucha seriedad. Cuando te mira, notas que toda su atención está centrada en ti. -Se rió de mi expresión de bochorno-. Esa fue una de las cosas que me gustó de ti cuando nos conocimos.

El rostro de Simmon se ensombreció, y traté de adoptar un aire absolutamente inofensivo.

– Pero desde que has vuelto, se ha convertido en algo casi físico -continuó Fela-. Ahora, cuando me miras, ocurre algo detrás de tus ojos. Algo con reminiscencias de fruta dulce, sombras y luz de lámparas. Algo salvaje de lo que las doncellas feéricas huyen bajo un cielo violeta. Es algo terrible. Me gusta. -Se rebulló un poco en el asiento, y aprecié en sus ojos un brillo travieso.

Aquello fue demasiado para Simmon. Apartó su silla de la mesa y fue a levantarse mientras hacía gestos imprecisos.

– Bueno, pues… Yo… Bueno…

– No, corazón -dijo Fela, y le puso una mano sobre el brazo-. Calla. No tiene nada que ver con eso.

– No me digas que me calle -le espetó Sim, pero se quedó sentado.

Fela le acarició la nuca.

– No es nada de lo que tengas que preocuparte. -Rió, como si esa idea le pareciera ridícula-. Me tienes fuertemente atada a ti, más de lo que imaginas. Pero eso no significa que de vez en cuando no pueda disfrutar con un pequeño cumplido.

Sim tenía el ceño fruncido.

– ¿Qué quieres? ¿Que me enclaustre? -preguntó Fela. Su voz tenía un deje de irritación, entreverado en la ligera cadencia de su acento modegano-. ¿Cómo te sientes cuando Mola se dedica a coquetear contigo? -Simmon abrió la boca y pareció que intentara palidecer y sonrojarse al mismo tiempo. Fela se rió de su desconcierto-. Dioses minúsculos, Sim. ¿Acaso crees que estoy ciega? Es algo inofensivo, y te hace sentirte bien. ¿Qué mal hay en eso?

– Ninguno, supongo -concedió Sim tras una pausa. Levantó la cabeza, me miró con una sonrisa temblorosa en los labios y se apartó el pelo de los ojos-. Pero no se te ocurra mirarme de esa forma que ha mencionado Fela, ¿de acuerdo? -Su sonrisa se ensanchó, ya más sincera-. No sé si podría soportarlo.

Le devolví la sonrisa sin pensarlo. Sim tenía el don de hacerme sonreír.

– Además -le dijo Fela-, eres perfecto tal como eres. -Lo besó en una oreja como si quisiera recompensarlo por su cambio de actitud, y luego me miró a mí-. Contigo, en cambio, no me enredaría ni por todo el oro del mundo -dijo rotundamente.

– ¿Qué quieres decir con eso? -pregunté-. ¿Y mi mirada? ¿Y mi nosequé misterioso y feérico?

– Ah, sí, eres fascinante. Pero una chica busca algo más que eso. Busca a un hombre que tenga devoción por ella.

Negué con la cabeza.

– Me niego a arrojarme a sus pies como todos los hombres que ha conocido. Lo odia. He visto lo que pasa con mis propios ojos.

– ¿Nunca se te ha ocurrido pensar que quizá ella sienta lo mismo? -me preguntó Fela-. Te recuerdo que gozas de cierta reputación entre las mujeres.

– ¿Qué quieres que haga? ¿Que me enclaustre? -dije repitiendo lo que Fela le había dicho a Sim, aunque con más brusquedad de la que pretendía-. ¡Por el carbonizado cuerpo de Dios, la he visto en los brazos de diez docenas de hombres! ¿Y ahora ella se ofende si llevo a otra mujer a ver una obra de teatro?

Fela me miró con franqueza.

– Has hecho algo más que ir a dar paseos en coche. Las mujeres hablan.

– Maravilloso. Y ¿qué dicen? -pregunté con amargura, bajando la vista hacia mi sopa.

– Que eres encantador -respondió Fela-. Y educado. Y que no se te escapan las manos, lo cual en algunos casos, por lo visto, es motivo de frustración. -Esbozó una pequeña sonrisa.

Levanté la cabeza, intrigado.

– ¿Quién?

Fela titubeó.

– Meradin -confesó-. Pero yo no te lo he dicho.

– No me dijo ni veinte palabras durante la cena -dije meneando la cabeza-. ¿Y después se queja de que no le metiera mano? Creía que me odiaba.

– Estamos muy lejos de Modeg -dijo Fela-. En esta parte del mundo, la gente no es muy razonable respecto al sexo. Hay mujeres que no saben cómo tratar a un hombre que no hace insinuaciones audaces.

– Muy bien -dije-. Y ¿qué más dicen?

– Nada excesivamente sorprendente. No eres abusón, pero tampoco es muy difícil activarte. Eres generoso, ingenioso y… -Dejó la frase sin terminar, como si se sintiera incómoda.

– Adelante -la animé.

Fela suspiró y añadió:

– Distante.

No era el duro golpe que yo esperaba.

– ¿Distante?

– A veces, lo único que quieres es cenar -dijo Fela-. O tener compañía. O conversación. O que alguien te dé un tiento cariñoso. Pero básicamente, lo que quieres es que un hombre… -Frunció el ceño y volvió a empezar-. Cuando estás con un hombre… -Volvió a dejar la frase colgada.

– Di lo que quieres decir -la exhorté inclinándome hacia delante.

Fela encogió los hombros y miró hacia otro lado.

– Si tú y yo estuviéramos juntos, algo en mí me diría que ibas a abandonarme. No enseguida. No con malicia, ni por crueldad. Pero sabría que ibas a abandonarme. No pareces la clase de hombre que sienta la cabeza y se queda con una chica para siempre. Al final, encontrarías algo más importante que yo y me dejarías.

Empujé con la cuchara un trozo de patata de mi cuenco de sopa, sin saber qué pensar.

– Tiene que haber algo más que solo devoción -terció Sim-. Kvothe lo pondría todo patas arriba por su chica. Supongo que de eso te das cuenta, ¿no?

– Supongo que sí -dijo Fela en voz baja, mirándome largamente.

– Pues si tú te das cuenta, Denna también debe de darse cuenta -señaló Simmon con tino.

Fela sacudió la cabeza.

– Para mí es fácil verlo porque estoy lejos.

– ¿El amor es ciego? -dijo Sim riendo-. ¿Ese es el único consejo que piensas darle? -Miró al techo-. ¡Por favor!

– Yo nunca he dicho que esté enamorado -intervine-. Nunca lo he dicho. Denna me desconcierta, y le tengo cariño. Pero no hay nada más. ¿Cómo iba a haber algo más? No la conozco lo suficiente para aspirar a amarla. ¿Cómo voy a amar algo que no comprendo?

Fela y Sim se quedaron mirándome en silencio. Entonces Sim soltó una carcajada, como si yo acabara de decir la cosa más ridícula que jamás había oído. Le cogió la mano a Fela y le plantó un beso en el anillo de piedra de múltiples facetas.

– Tú ganas -le dijo-. El amor es ciego, y sordomudo. Jamás volveré a poner en duda tu sabiduría.

Todavía estaba un poco mustio, y fui a buscar al maestro Elodin. Al final lo encontré sentado debajo de un árbol, en un jardincito cerca de las Dependencias.

– ¡Kvothe! -Me saludó perezosamente con una mano-. Ven. Siéntate. -Me acercó un cuenco con el pie-. Come uvas.

Cogí unas cuantas. La fruta fresca había dejado de ser un lujo que no pudiera permitirme, pero aquellas uvas estaban deliciosas, muy maduras, casi a punto de pasarse. Me quedé masticando con aire pensativo; seguía pensando en Denna.

– Maestro Elodin -dije al cabo de un rato-, ¿qué pensaría de alguien que cambia constantemente de nombre?

– ¿Qué? -De pronto se incorporó y me miró con gesto de pánico-. ¿Qué has hecho?

Su reacción me sobresaltó, y levanté las manos a la defensiva.

– ¡Nada! -le aseguré-. No soy yo. Es una chica que conozco.

Elodin palideció.

– ¿Fela? -me preguntó-. Oh, no. No. Ella no haría una cosa así. Es demasiado inteligente. -Parecía que intentara desesperadamente convencerse a sí mismo.

– No me refiero a Fela -dije-. Se trata de una chica que conozco. Cada vez que la veo, se ha cambiado el nombre.

– Ah -dijo Elodin, y se relajó. Volvió a apoyarse en el tronco del árbol y rió un poco-. Te refieres a los nombres propios -dijo con notable alivio-. Por los huesos de Dios, hijo, creía que… -Se interrumpió y sacudió la cabeza.

– ¿Qué creía? -pregunté.

– Nada -dijo quitándole importancia-. A ver, ¿qué pasa con esa chica?

Encogí los hombros y empecé a lamentar haber sacado el tema a colación.

– Solo me preguntaba qué pensaría usted de una chica que cambia constantemente de nombre. Cada vez que la veo, se lo ha cambiado. Dianah. Donna. Dyane.

– Supongo que no será una fugitiva -dijo Elodin con una sonrisa-. Que no la persiguen, que no tiene que eludir la ley del hierro de Atur, ni nada parecido.

– No, que yo sepa -dije, y sonreí también un poco.

– Podría indicar que no sabe quién es -dijo Elodin-. O que lo sabe y no le gusta. -Levantó la cabeza y se frotó la nariz con aire pensativo-. Podría indicar inquietud e insatisfacción. Podría significar que su naturaleza es cambiante, y por eso cambia de nombre, para adaptarlo a su naturaleza. O podría significar que cambia de nombre con la esperanza de que eso la ayude a ser una persona diferente.

– Eso es solo paja -repliqué con irritación-. Viene a ser como decir que sabes si tu sopa está fría o caliente. Si una manzana es dulce o ácida. -Lo miré con el ceño fruncido-. No es más que una manera complicada de decir que usted no tiene ni idea.

– Tú no me has preguntado qué sabía de una chica así -puntualizó él-. Me has preguntado qué diría de una chica así.

Me estaba cansando de aquella conversación. Comimos uvas en silencio mientras veíamos pasar a los estudiantes.

– Volví a llamar al viento -dije al caer en la cuenta de que todavía no se lo había explicado-. En Tarbean.

Elodin dio un respingo.

– Ah, ¿sí? -Se quedó mirándome, expectante-. Cuéntamelo. Quiero saber todos los detalles.

Elodin era un público excelente, atento y entusiasta. Le conté toda la historia, sin ahorrarme algunas florituras dramáticas. Al final de mi relato, comprobé que mi humor había mejorado notablemente.

– Ya van tres veces este bimestre -dijo Elodin, satisfecho-. Lo buscaste y lo encontraste cuando lo necesitabas. Y no una brisa, sino un aliento. Eso es algo muy sutil. -Me miró con el rabillo del ojo y compuso una sonrisa picara-. ¿Cuánto crees que falta para que puedas hacerte un anillo de aire?

Levanté mi mano izquierda, desnuda, con los dedos extendidos.

– ¿Quién ha dicho que no lo llevo ya?

Elodin rió a carcajadas, y al ver que yo no mudaba la expresión, paró de reír. Arrugó un poco la frente y escudriñó primero mi mano, y luego mi rostro.

– ¿Estás bromeando? -me preguntó.

– Esa es una buena pregunta -dije mirándolo a los ojos con serenidad-. ¿Estoy bromeando?

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