Capítulo 145

Historias

Ambrose había estado afortunadamente ausente durante el bimestre de invierno, pero cuando llegó la primavera, volvió como una especie de odiosa ave migratoria. No fue casualidad que el día después de su regreso me saltara todas las clases y me pasase toda la jornada fabricándome un nuevo gram.

Tan pronto como se derritió la nieve y el suelo volvió a estar firme, reanudé la práctica del Ketan. Como recordaba lo extraño que me había parecido la primera vez que lo había visto, me iba al bosque del norte de la Universidad, donde podía realizar los movimientos sin ser visto.

Al inicio del bimestre de primavera hubo otra ronda de admisiones. Me presenté al examen con una fuerte resaca y fallé varias preguntas. Me pusieron una matrícula de dieciocho talentos con cinco, con lo que gané cuatro talentos y algo de cambio tras pasar a visitar al tesorero.

Las ventas del Sin Sangre habían disminuido durante el invierno, porque había menos comerciantes que visitaban la Universidad. Pero cuando la nieve se derritió y los caminos se secaron, los pocos que quedaban en Existencias se vendieron rápidamente, procurándome otros seis talentos.

No estaba acostumbrado a disponer de tanto dinero, y he de admitir que se me subió un poco a la cabeza. Poseía seis trajes de mi talla, y más papel del que podía utilizar. Compré una tinta excelente de Arueh y mi propio juego de herramientas de grabado. Tenía dos pares de zapatos. Dos.

Encontré un panléxico íllico, viejísimo y destrozado, enterrado en una librería de Imre. Estaba lleno de dibujos de nudos, y el librero creía que era el diario de un marinero. Se lo compré por solo un talento y medio. Poco después adquirí un ejemplar de la Heroborica, y luego una copia del Termigus techina que podría usar como referencia mientras diseñaba esquemas en la privacidad de mi propia habitación.

Invitaba a cenar a mis amigos. Auri disponía de vestidos nuevos y cintas de colores para el pelo. Todo eso, y seguía teniendo dinero en la bolsa. Qué raro. Qué maravilloso.

Hacia la mitad del bimestre empecer a oír historias que me sonaban. Historias sobre cierto aventurero pelirrojo que había pasado la noche con Felurian. Historias sobre un joven y gallardo arcanista con todos los poderes de Táborlin el Grande. Habían tardado meses, pero mis hazañas en Vintas habían llegado por fin, de boca a oreja, hasta la Universidad.

Quizá sea cierto que cuando por fin oí esas historias, alargué un poco mi shaed y me lo puse más a menudo que antes. También podría ser que pasara más tiempo del debido en las tabernas los ciclos siguientes, merodeando en silencio y escuchando lo que se decía. Hasta es posible que llegara a aportar algún detalle.

Al fin y al cabo, era joven, y era natural que me deleitara con mi notoriedad. Creía que con el tiempo se pasaría. ¿Por qué no iba a divertirme un poco con las miradas de soslayo que me lanzaban mis compañeros de clase? ¿Por qué no disfrutar de ello mientras durara?

Muchas de las historias giraban en torno a la persecución de los bandidos y el rescate de las chicas. Pero ninguna se acercaba mucho a la verdad. No hay historia que pueda recorrer más de mil kilómetros de boca a oreja y guardar su forma original.

Los detalles variaban, pero la mayoría seguían una trama familiar: unas muchachas necesitaban que las rescataran. A veces un noble me contrataba. Otras, lo hacía un padre preocupado, un alcalde consternado o un alguacil incompetente.

La mayoría de las veces salvaba a dos muchachas. A veces solo a una, y a veces eran tres. Eran íntimas amigas. Eran madre e hija. Oí una que hablaba de siete mujeres, todas hermanas, todas princesas hermosas, todas vírgenes. Ya os imagináis a qué clase de historia me refiero.

También había gran diversidad respecto a quién había secuestrado a las chicas. La mayoría de las veces eran bandidos, pero también había tíos malvados, madrastras y engendros. Una historia daba un giro sorprendente y me hacía rescatarlas de unos mercenarios adem. Hasta hubo un par de ogros.

Aunque en alguna ocasión rescataba a las chicas de una troupe de artistas itinerantes, me enorgullece decir que nunca oí ninguna historia en que las hubieran secuestrado los Edena Ruh.

Normalmente la historia tenía uno de dos finales. En el primero, peleaba como un verdadero Príncipe Azul y combatía espada contra espada hasta que todos morían, huían o, de una manera muy apropiada, se arrepentían. El segundo final era más popular. En él invocaba al fuego y al rayo del cielo al más puro estilo de Táborlin el Grande.

En mi versión favorita de la historia, conocía a un bondadoso calderero en el camino. Compartía con él mi cena, y él me hablaba de dos niñas a las que habían secuestrado de una granja cercana. Antes de marcharme, el calderero me vendía un huevo, tres clavos de hierro y una capa andrajosa que me volvía invisible. Con esos tres artículos y mi considerable ingenio conseguía salvar a las niñas de las garras de un astuto y hambriento trol.

Pero aunque circulaban muchas versiones de esa historia, la de Felurian era mucho más popular. La canción que había compuesto también había hecho el viaje hasta el oeste. Y como las canciones conservan su forma mejor que las historias orales, los detalles de mi encuentro con Felurian se acercaban moderadamente a la verdad.

Cuando Wil y Sim me pincharon para sonsacarme más detalles, les conté todo. Tardé un buen rato en convencerlos de que les estaba diciendo la verdad. O mejor dicho, tardé un buen rato en convencer a Sim. Por algún extraño motivo, Wil aceptó sin reparos la existencia de los Fata.

No podía reprocharle a Sim su incredulidad. Hasta que la tuve ante mí, yo habría apostado todo mi dinero a que Felurian no existía. Una cosa es saber disfrutar con una buena historia, pero creértela es otra muy distinta.

– Lo que no sabemos -dijo Sim, pensativo- es cuántos años tienes.

– Yo sí lo sé -dijo Wilem con el sombrío orgullo de quien finge desesperadamente no estar borracho-. Diecisiete.

– ¡Aaah! -Sim levantó un dedo con gesto teatral-. Eso crees, ¿verdad?

– ¿Qué quieres decir? -pregunté.

Sim se inclinó hacia delante en la silla.

– Entraste en Fata, pasaste un tiempo allí y, cuando saliste, descubriste que solo habían transcurrido tres días -dijo Sim-. ¿Significa eso que solo eres tres días mayor? ¿O envejeciste mientras estabas allí?

Me quedé callado un momento.

– Eso no lo había pensado -confesé.

– En las historias -terció Wilem-, los niños entran en Fata y vuelven convertidos en hombres. Eso significa que cuando estás allí te haces mayor.

– Si te crees lo que dicen las historias -puntualizó Sim.

– Pues claro -dijo Wilem-. ¿Acaso vas a consultar el Compendio sobre los fenómenos fata de Marlock? Búscame ese libro y lo citaré.

Sim se encogió de hombros.

– Bueno -dijo Wil volviéndose hacia mí-, ¿cuánto tiempo pasaste allí?

– Es difícil calcularlo -dije-. No había día y noche. Y mis recuerdos son un poco imprecisos. -Cavilé un rato-. Hablamos, nadamos, comimos montones de veces, exploramos un poco. Y bueno… -Hice una pausa y carraspeé significativamente.

– Retozasteis -propuso Wil.

– Gracias. Y también retozamos un poco.

Conté las habilidades que Felurian me había enseñado, y calculé que no podía haberme enseñado más de dos o tres por día…

– Como mínimo un par de meses -dije-. Me afeité una vez. ¿O fueron dos? El tiempo suficiente para que me creciera un poco de barba.

Wil miró al techo y se pasó una mano por la oscura barba ceáldica.

– No, no una barba tan maravillosa como la tuya, cara de oso -dije-. Pero a mí me salió barba al menos dos o tres veces.

– Así pues, al menos dos meses -dijo Sim-. Pero ¿cuánto pudo durar?

– ¿Tres meses? -¿Cuántas historias habíamos compartido?-. ¿Cuatro o cinco meses? -Pensé en la lentitud con que habíamos llevado mi shaed de la luz de las estrellas a la luz de la luna y a la luz del fuego-. ¿Un año? -Pensé en el espantoso tiempo que había pasado recuperándome de mi encuentro con el Cthaeh-. Estoy seguro de que no pudo ser más de un año… -No sonaba tan convencido como me habría gustado.

Wilem arqueó una ceja.

– Pues entonces, feliz cumpleaños. -Levantó su copa-. O felices cumpleaños, depende.

Загрузка...