Capítulo 133

Sueños

Tardé una hora en llevar los carromatos hasta una zona de bosque frondoso y esconderlos. Destruí las señales Edena de los costados y desenganché los caballos. Como solo había una silla de montar, cargué a los otros dos caballos con comida y todos los objetos de valor que encontré.

Cuando volví con los caballos, Krin y Ellie estaban esperándome. O mejor dicho: Krin estaba esperándome; Ellie se hallaba de pie a su lado, con expresión ausente y la mirada desenfocada.

– ¿Sabes montar? -pregunté a Krin.

La chica asintió, y le di las riendas del caballo que había ensillado. Puso un pie en el estribo; entonces se detuvo y sacudió la cabeza. Bajó el pie poco a poco.

– Prefiero andar -dijo.

– ¿Crees que Ellie se mantendrá encima del caballo?

Krin miró a la otra chica. Uno de los caballos la acarició con el hocico, curioso, y no obtuvo respuesta.

– Seguramente. Pero no creo que sea lo mejor, después de…

Asentí, comprensivo.

– Entonces iremos todos a pie.

– ¿ Cuál es el corazón del Lethani? -preguntaba a Vashet.

– El éxito y la acción correcta.

– ¿Qué es más importante, el éxito o la acción correcta?

– Son lo mismo. Si actúas correctamente, consigues el éxito.

– Pero otros consiguen el éxito mediante actos incorrectos -objeté.

– Los actos incorrectos nunca conducen al éxito -afirmó Vashet, tajante-. Si un hombre actúa incorrectamente y obtiene el éxito, ese no es el buen camino. Sin el Lethani no hay éxito verdadero.

– ¿Señor? -dijo una voz-. ¡Señor!

Mis ojos enfocaron a Krin. El viento le agitaba el pelo, y su rostro denotaba cansancio. Me miró con timidez.

– Está oscureciendo, señor.

Miré alrededor y vi que el crepúsculo se abría paso hacia el este. Estaba muerto de cansancio y, después de parar para comer a mediodía, me había quedado adormilado mientras caminábamos.

– Llámame Kvothe, Krin. Gracias por darme un codazo. Tenía la cabeza en otra parte.

Krin recogió leña y encendió el fuego. Yo desensillé y descargué de fardos a los caballos, les di de comer y los almohacé. También me entretuve unos minutos montando la tienda. Normalmente no me preocupo por esas cosas, pero había transportado la tienda en los caballos, y suponía que las chicas no estarían acostumbradas a dormir a la intemperie.

Después de montar la tienda, me di cuenta de que solo había cogido una manta del equipo de la troupe. Y esa noche, si no andaba muy errado, iba a hacer frío.

– La cena está lista -oí decir a Krin.

Metí mi manta y la otra en la tienda y fui a donde estaba Krin. Se las había apañado muy bien con los pocos ingredientes que tenía: había preparado una sopa de patata con beicon y pan tostado. Además había una calabaza verde de verano metida entre las brasas.

Ellie me preocupaba. Llevaba todo el día igual, caminando lánguidamente, sin decir nada y sin reaccionar a nada que le dijéramos Krin o yo. Sus ojos se fijaban en los objetos, pero no se adivinaba pensamiento alguno detrás de ellos. Krin y yo habíamos descubierto, a base de sustos, que si la dejábamos sola, dejaba de andar o se desviaba del camino en cuanto algo le llamaba la atención.

Krin me dio un cuenco y una cuchara cuando me senté.

– Huele bien -la felicité.

La chica esbozó una sonrisa y llenó otro cuenco. Empezó a llenar un tercero; entonces vaciló al darse cuenta de que Ellie no podía comer sola.

– ¿Te apetece un poco de sopa, Ellie? -pregunté tratando de aparentar normalidad-. Huele muy bien.

Ellie estaba sentada junto al fuego, con la mirada ausente.

– ¿Quieres que compartamos la mía? -le pregunté, como si eso fuera lo más normal del mundo. Me acerqué más a ella y soplé en la cuchara para enfriarla-. Toma.

Ellie comió mecánicamente, torciendo ligeramente la cabeza hacia mí, hacia la cuchara. La danza de las llamas de la hoguera se reflejaba en sus ojos, unos ojos como las ventanas de una casa vacía.

Volví a llenar la cuchara, soplé y se la acerqué. Ellie solo abrió la boca cuando la cuchara le tocó los labios. Me asomé tratando de ver más allá de la danza de las llamas reflejada en sus ojos, con la esperanza de ver algo detrás de ellos. Nada.

– Supongo que te llaman Ell, ¿no? -dije para entablar conversación. Miré a Krin-. El diminutivo de Ellie.

Krin encogió los hombros.

– En realidad no éramos amigas. Solo sé que se llama Ellie Anwater y que es la hija del alcalde.

– Hoy hemos caminado mucho -continué en el mismo tono relajado-. ¿Te duelen los pies, Krin?

Krin siguió observándome con sus ojos oscuros y serios.

– Un poco -respondió.

– A mí también. Estoy deseando quitarme las botas. ¿A ti te duelen los pies, Ell?

No me contestó. Le di otra cucharada de sopa.

– Y hacía mucho calor. Pero esta noche refrescará. Así dormiremos mejor. Qué bien, ¿no, Ell?

No me contestó. Krin siguió observándome desde el otro lado de la hoguera. Tomé un poco de sopa.

– Esta sopa está deliciosa, Krin -dije con seriedad, y me volví de nuevo hacia la ensimismada Ellie-. Es una suerte que Krin cocine para nosotros, Ell. Todo lo que cocino yo sabe a estiércol.

Al otro lado del fuego, Krin intentó reír con la boca llena de sopa, y el resultado fue el que cabía esperar. Me pareció detectar una chispa en los ojos de Ell.

– Si tuviera manzanas silvestres, os prepararía una tarta de manzanas silvestres de postre -dije-. Si queréis, puedo prepararla esta noche… -Dejé la frase en el aire, convirtiéndola en una pregunta.

Ell frunció levemente el entrecejo, y en su frente apareció una pequeña arruga.

– Sí, tienes razón -dije-. No quedaría muy buena. ¿Prefieres un poco más de sopa?

Un levísimo movimiento de cabeza. Le di otra cucharada.

– Pero está un poco salada. Seguramente querrás beber un poco de agua.

Otra cabezada. Le puse el odre en las manos, y ella se lo llevó a los labios. Bebió durante un largo minuto. Debía de estar muerta de sed después de la larga caminata. Al día siguiente tendría que vigilarla más atentamente para asegurarme de que bebiera suficiente.

– ¿Quieres un poco de agua, Krin?

– Sí, por favor -respondió Krin sin apartar la mirada del rostro de Ell.

Moviéndose como un autómata, Ell le acercó el odre a Krin, sosteniéndolo por encima del fuego, con la correa arrastrando por las brasas. Krin lo agarró rápidamente y, aunque con cierto retraso, dijo:

– Gracias, Ell.

Mantuve aquel lento hilo de conversación en marcha durante toda la cena. Al final, Ell empezó a comer sola, y me pareció que tenía los ojos más limpios, como si lo mirara todo a través de un cristal empañado, viendo sin ver. Aun así, era un avance.

Después de tomarse dos cuencos de sopa y comerse media hogaza de pan, a Ell empezaron a cerrársele los ojos.

– ¿Quieres ir a acostarte, Ell? -le pregunté.

Una cabezada más decidida.

– ¿Quieres que te acompañe a la tienda?

Al oír eso, abrió los ojos de golpe y sacudió enérgicamente la cabeza.

– Si se lo pides, quizá Krin te ayude a acostarte.

Ell giró la cabeza hacia Krin y movió los labios sin articular ningún sonido. Krin me dirigió una mirada rápida y asentí con la cabeza.

– Pues vamos a acostarnos -dijo Krin como habría hecho una hermana mayor.

Se levantó y le cogió una mano a Ell, ayudándola a ponerse en pie. Mientras ellas iban a la tienda, me terminé la sopa y me comí un trozo de pan que se había quemado demasiado.

Al poco rato, Krin volvió junto a la hoguera.

– ¿Se ha dormido? -pregunté.

– Antes de apoyar la cabeza en la almohada. ¿Crees que se pondrá bien?

Estaba en estado de shock. Su mente había traspasado la puerta de la locura para protegerse de lo que estaba sucediendo.

– Probablemente solo sea cuestión de tiempo -dije cansado, confiando en que fuera verdad-. Los jóvenes se curan deprisa. -Reí sin ganas al reparar en que, seguramente, Ell apenas era un año menor que yo. Pero esa noche, cada uno de mis años valía por dos; algunos, por tres.

Pese a que me sentía como si estuviera recubierto de plomo, me obligué a levantarme y ayudé a Krin a lavar los platos. Cuando terminamos de recoger y llevamos los caballos a otro pasto más fresco, noté que la chica estaba cada vez más tensa. La tensión se intensificó cuando nos acercamos a la tienda. Me paré y levanté la portezuela.

– Esta noche dormiré fuera -dije.

– ¿Estás seguro? -me preguntó con un alivio tangible.

Asentí. Krin se metió en la tienda, y solté la portezuela, que se cerró tras ella. Al cabo de un instante, Krin asomó la cabeza, y luego una mano con la que sujetaba una manta.

– Gracias, pero vosotras las necesitaréis más que yo. Esta noche va a hacer frío. -Me arrebujé con el shaed y me tumbé justo enfrente de la tienda. No quería que Ell saliera en plena noche y se perdiera o se hiciese daño.

– Y tú, ¿no tendrás frío?

– No te preocupes -dije. Estaba tan cansado que me habría dormido encima de un caballo al galope. Hasta me habría dormido debajo de un caballo al galope.

Krin volvió a meterse en la tienda. Al poco rato oí que se acurrucaba entre las mantas; luego todo quedó en silencio.

Recordé la expresión de asombro de Otto cuando le había cortado el cuello. Me pareció oír a Alleg retorciéndose sin fuerzas y maldiciéndome mientras lo arrastraba junto a los carromatos. Recordé la sangre. Su tacto en mis manos. Su pegajosidad.

Nunca había matado a nadie así, fríamente, desde tan cerca. Recordé lo caliente que estaba la sangre de mis víctimas. Recordé cómo había gritado Kete mientras la perseguía por el bosque. «¡Era ellas o yo!», había chillado, histérica. «¡No tenía elección! ¡Era ellas o yo!»

Permanecí mucho rato despierto. Cuando por fin me dormí, tuve sueños aún peores.

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