Bárbaros
Al día siguiente, Tempi y yo trasladamos el campamento mientras Dedan y Hespe iban a Crosson a buscar provisiones. Marten encontró un terreno aislado y llano cerca de un riachuelo. Entonces lo recogimos y trasladamos todo, cavamos el excusado, preparamos el hoyo de la hoguera y empezamos a organizado todo.
Tempi se mostraba dispuesto a hablar mientras trabajábamos, pero yo estaba intranquilo. Ya lo había ofendido preguntándole acerca del Lethani, y sabía que debía evitar ese tema. Pero si Tempi se molestaba por una sencilla pregunta sobre canciones, ¿cómo podía yo saber qué cosas podían ofenderlo?
Su gesto inexpresivo y su negativa a establecer contacto visual eran los problemas principales. ¿Cómo podía yo mantener una conversación inteligente con una persona si no tenía ni idea de cómo se sentía? Era como tratar de andar con los ojos vendados por una casa que no conocías.
Decidí tomar el camino más seguro y limitarme a preguntarle más palabras mientras trabajábamos. Sobre todo nombres de objetos, porque ambos teníamos las manos ocupadas y no podíamos recurrir a la mímica.
Lo mejor era que Tempi practicaba su atur mientras yo iba ampliando mi vocabulario adémico. Me fijé en que cuantos más errores cometía yo en su lengua, más cómodo se sentía él en sus intentos de expresarse.
Eso significaba que yo cometía muchos errores. De hecho, a veces mi torpeza obligaba a Tempi a explicarse varias veces de diferentes maneras. Todas en atur, por supuesto.
Hacia mediodía terminamos de montar el campamento. Marten se marchó a cazar y Tempi se desperezó y empezó a realizar su lenta danza. Lo hizo dos veces seguidas, y empecé a sospechar que él también se aburría. Cuando terminó, estaba cubierto de sudor y me dijo que iba a bañarse.
Como me había quedado solo en el campamento, derretí las velas que me había vendido el calderero y modelé dos pequeños simulacros de cera. Llevaba días queriendo ponerme manos a la obra, pero incluso en la Universidad fabricar un fetiche se consideraba comportamiento censurable. Allí, en Vintas… Solo diré que me pareció oportuno hacerlo con discreción.
No me esmeré mucho. El sebo no es tan fácil de trabajar como la cera simpática, pero hasta el fetiche más rudimentario puede ser un objeto devastador. Una vez que los hube guardado en mi macuto, me sentí mucho más preparado.
Estaba limpiándome los restos de sebo de los dedos cuando Tempi regresó de su baño, desnudo como un recién nacido. Mis años de experiencia teatral me permitieron mantener una expresión serena, pero me costó trabajo.
Tras tender la ropa mojada en una rama cercana para que se secara, Tempi vino hacia mí sin dar la más leve muestra de vergüenza o pudor.
Tendió la mano derecha, con el índice y el pulgar apretados.
– ¿Qué es esto? -Separó un poco los dedos para que yo pudiera ver.
Me acerqué, contento de tener algo en que centrar mi atención.
– Eso es una garrapata.
A tan escasa distancia, fue inevitable que volviera a fijarme en sus cicatrices, unas débiles líneas que le cubrían los brazos y el torso. Las horas que había pasado en la Clínica me habían enseñado a interpretar las cicatrices, y aquellas no eran las marcas anchas, fruncidas y rosadas propias de heridas profundas que hubieran atravesado las tres capas de piel, grasa y músculo que había debajo. No: aquellas eran heridas superficiales. Docenas de ellas. Me pregunté cuánto tiempo haría que Tempi era mercenario para tener cicatrices tan antiguas. No aparentaba mucho más de veinte años.
Tempi, ajeno a mi escrutinio, se quedó mirando aquello que tenía entre los dedos.
– Muerde. A mí. Muerde y se queda. -Su semblante no revelaba nada, como siempre, pero su tono tenía un deje de repulsión. Agitó la mano izquierda.
– ¿En Ademre no hay garrapatas?
– No. -Intentó aplastar la garrapata con los dedos-. No rompe.
Con gestos le enseñé que tenía que estrujarla con las uñas, lo que él hizo con cierto entusiasmo. Entonces tiró la garrapata y volvió a donde estaba su yacija. Todavía desnudo, procedió a sacar toda su ropa y sacudirla enérgicamente.
Desvié la mirada convencido, en lo más hondo de mi corazón, de que aquel sería el momento en que Dedan y Hespe regresarían de Crosson.
Por suerte, me equivoqué. Un cuarto de hora más tarde, Tempi se puso unos pantalones secos tras someterlos a una minuciosa inspección.
Desnudo de cintura para arriba, volvió a donde yo estaba sentado.
– Odio garrapata -declaró. Al mismo tiempo hizo un movimiento brusco con la mano izquierda, como si se sacudiera unas migas de la camisa, a la altura de la cadera. Solo que no llevaba camisa, y en la piel no tenía nada que sacudirse. Es más, me di cuenta de que ya había hecho aquel gesto otras veces.
De hecho, me di cuenta de que se lo había visto hacer media docena de veces en los últimos días, aunque nunca imprimiéndole tanta energía.
De pronto me asaltó una sospecha.
– ¿Qué significa esto, Tempi? -Imité el movimiento que acababa de hacer.
– Significa esto. -Arrugó la cara componiendo una exagerada expresión de asco.
Repasé mentalmente todas las veces que, en el último ciclo, había visto a Tempi agitando las manos con nerviosismo mientras hablábamos. Sentí vértigo al pensarlo.
– Tempi, ¿es todo esto…? -Me señalé la cara, y entonces sonreí, fruncí el entrecejo y puse los ojos en blanco-. ¿Todo esto se hace con las manos en adémico?
Tempi asintió al mismo tiempo que hacía un gesto con la mano.
– ¡Eso! -Le señalé la mano-. ¿Qué es eso?
Tempi vaciló un momento y esbozó una sonrisa torpe y forzada.
Intenté imitarlo, separando un poco los dedos y apretando el pulgar contra la parte interior del dedo corazón.
– No -me corrigió-. Otra mano, izquierda.
– ¿Por qué?
Extendió el brazo y me golpeó en el pecho, justo a la izquierda del esternón: «Tum-tum. Tum-tum». Entonces deslizó un dedo hasta mi mano izquierda. Asentí con la cabeza para indicar que lo había entendido: la mano izquierda estaba más cerca del corazón. Entonces Tempi levantó la derecha y apretó el puño.
– Esta mano es fuerte. -Levantó la izquierda-. Esta mano es lista.
Tenía sentido. Por eso la mayoría de los intérpretes de laúd ponen los acordes con la mano izquierda y rasguean las cuerdas con la derecha. La izquierda, por lo general, es más ágil.
Hice aquel signo con mi mano izquierda, separando los dedos. Tempi meneó la cabeza.
– Eso es esto. -Levantó una comisura de los labios componiendo una sonrisita de suficiencia.
Aquella expresión desentonó tanto en su cara que me quedé mirándolo perplejo. Me fijé mejor en su mano y corregí la posición de los dedos. Tempi asintió en señal de aprobación. Seguía manteniendo un semblante inexpresivo, pero por primera vez yo entendía por qué.
En las horas posteriores, aprendí que los signos de las manos adámicos no representaban exactamente las expresiones faciales. No era tan sencillo. Una sonrisa, por ejemplo, puede significar que estás divertido, feliz, agradecido o satisfecho. Puedes sonreír para consolar a alguien. Puedes sonreír porque estás contento o porque estás enamorado. Una sonrisa compungida o una sonrisa de burla no se distinguen mucho de una sonrisa de alegría, pero significan cosas muy diferentes.
Imaginad que tenéis que enseñar a alguien a sonreír. Imaginad que tenéis que explicarle qué significan las diferentes sonrisas y cuándo, exactamente, hay que utilizarlas en la conversación. Es más difícil que aprender a andar.
De pronto, muchas cosas cobraban sentido. Claro que Tempi no quería mirarme a los ojos. Para él, no servía de nada observar el rostro de la persona con la que hablaba. Él escuchaba la voz, pero se fijaba en la mano.
Me pasé varias horas intentando aprender los principios básicos, pero era terriblemente difícil. Aprender palabras nuevas es bastante sencillo. Puedes señalar una piedra. Puedes hacer ver que corres o saltas. Pero ¿alguna vez habéis intentado representar mediante mímica la conformidad? ¿El respeto? ¿El sarcasmo? Dudo incluso que mi padre hubiera sido capaz de eso.
Por ese motivo, mis avances eran lentos y frustrantes, pero por otra parte estaba fascinado. Era como si de pronto hubieran puesto a mi alcance una segunda lengua.
Además, aquel lenguaje era más o menos secreto. Y yo siempre he sentido debilidad por los secretos. Tardé tres horas en aprender un puñado de signos. Mis progresos eran lentos como un caracol, pero cuando por fin aprendí a decir «atenuar» con las manos, sentí un orgullo apenas descriptible.
Creo que Tempi sintió lo mismo que yo.
– Bien -dijo al mismo tiempo que aplanaba una mano indicando, si no me equivocaba, aprobación. Hizo rodar los hombros, se levantó y se desperezó. Miró al sol a través de las ramas de los árboles-. ¿Comida ahora?
– Pronto. -Me quedaba una pregunta por hacerle-. Tempi, ¿para qué tanto trabajo? -pregunté-. Sonreír es fácil. ¿Para qué sonreír con las manos?
– Con manos también es fácil. Mejor. Más… -Hizo una versión ligeramente modificada del gesto de sacudirse la camisa que había hecho antes. No era asco; ¿irritación?-. ¿Cómo se dice gente viviendo junta? Caminos. Cosas buenas. -Se pasó el pulgar por la clavícula, ¿frustración?-. ¿Cómo se llama vivir bien juntos? Nadie caga en el pozo.
Me reí.
– ¿Civilización?
Tempi asintió y separó los dedos: diversión.
– Sí -dijo-. Hablar con manos es civilización.
– Pero sonreír es natural -argumenté-. Todo el mundo sonríe.
– Natural no es civilización -replicó Tempi-. Cocinar carne es civilización. Limpiar mal olor es civilización.
– ¿Y en Ademre siempre sonríes con las manos? -Me habría gustado conocer el signo para expresar «consternación».
– No. Sonreír con cara bien con la familia. Bien con algún amigo.
– ¿Por qué solo con la familia?
Tempi repitió el gesto de tocarse la clavícula con el pulgar.
– Cuando haces esto… -Infló una mejilla y se la apretó con la palma de la mano imitando una fuerte flatulencia-. Esto es natural, pero no lo haces cerca otras personas. Grosero. Con familia… -encogió los hombros, diversión- civilización no importante. Más natural con familia.
– ¿Y la risa? -pregunté-. Te he visto reír. -Imité una carcajada para que supiera a qué me refería.
– La risa es. -Encogió los hombros.
Esperé un momento, pero Tempi no parecía dispuesto a continuar. Volví a intentarlo.
– ¿Por qué no se usan las manos para reír?
Tempi sacudió la cabeza.
– No. Risa es diferente. -Se acercó a mí y me golpeó con dos dedos en el pecho, sobre el corazón-. ¿Sonrisa? -Deslizó un dedo por mi brazo izquierdo-. ¿Enfadado? -Volvió a darme unos golpecitos sobre el corazón. Puso cara de asustado, de confundido, y frunció los labios haciendo pucheros. Cada vez me daba los golpecitos en el pecho-. ¿pero risa? -Me puso la palma de la mano sobre el estómago-. Aquí vive risa. -Deslizó el dedo hacia arriba, hasta mi boca, y extendió todos los dedos de la mano- Contener risa no es bueno. No sano.
– ¿Llorar también? -pregunté. Tracé una lágrima imaginaria por mi mejilla con un dedo.
– Llorar también. -Se puso las manos sobre el vientre-. Ja, ja, ja -dijo presionando con la mano para mostrarme el movimiento de su estómago. Entonces adoptó una expresión triste-. Uh, uh, uh -dijo imitando unos exagerados sollozos, y volvió a presionarse el estómago-. Mismo sitio. No es sano contener.
Asentí con la cabeza y traté de imaginar lo que debía de sentir Tempi, rodeado de personas demasiado groseras para reservarse sus propias expresiones. Personas cuyas manos hacían constantemente signos sin sentido.
– Debe de ser muy difícil para ti, aquí.
– No tan difícil. -Atenuar-. Cuando me marcho de Ademre, sé esto. No civilización. Bárbaros son groseros.
– ¿Bárbaros?
Abrió un brazo, abarcando nuestro claro, el bosque, toda Vintas.
– Aquí todos como perros. -Compuso una expresión de rabia exagerada y grotesca; enseñaba los dientes, gruñía y hacía girar los ojos-. Solo sabéis esto.
Encogió los hombros con resignación, como dando a entender que no nos lo reprochaba.
– ¿Y los niños? -pregunté-. Los niños sonríen antes de hablar. ¿Eso está mal?
– Todos los niños bárbaros -dijo Tempi sacudiendo la cabeza-. Todos sonríen con cara. Todos los niños groseros. Pero crecen. Observan. Aprenden. -Hizo una pausa y se quedó pensativo, escogiendo sus palabras-. Bárbaros no tienen mujer que enseña civilización. Bárbaros no pueden aprender.
Me di cuenta de que no lo decía con ánimo de ofender, pero hizo que me decidiera aún más a aprender los detalles del lenguaje de signos de los Adem.
Tempi se levantó y empezó a calentar con una serie de estiramientos parecidos a los que había visto utilizar a los acróbatas de mi troupe cuando era pequeño. Después de unos quince minutos de estirarse así y asá, inició su lenta pantomima. Entonces yo no lo sabía, pero se llamaba el Ketan.
Molesto todavía por el comentario de Tempi de que los bárbaros no podían aprender, decidí imitarlo. Al fin y al cabo, no tenía nada mejor que hacer.
Mientras intentaba copiar sus movimientos, me di cuenta de lo endiabladamente complejos que eran: había que mantener las manos ligeramente ahuecadas, y los pies correctamente colocados. Pese a que Tempi se movía con una lentitud casi geológica, me resultó imposible imitar su elegancia. Tempi no paró ni me miró ni una vez. No me ofreció ni una sola palabra de ánimo, ni un solo consejo.
Era agotador, y cuando terminamos me alegré. Entonces encendí el fuego y monté un trébede. Sin decir nada, Tempi cogió una salchicha y unas patatas que empezó a pelar con cuidado con su espada.
Eso me sorprendió, pues Tempi mimaba su espada tanto como yo mi laúd. En una ocasión, Dedan la había cogido, y el Adem había reaccionado con una exaltación asombrosa, casi dramática. Dramática para Tempi, claro. Había pronunciado dos frases seguidas y había fruncido un poco el ceño.
Tempi vio que lo miraba y ladeó la cabeza, intrigado.
– ¿La espada? -pregunté señalándola-. ¿Para cortar las patatas?
Tempi miró la patata a medio pelar que tenía en una mano, y la espada que sujetaba con la otra.
– Es afilada. -Encogió los hombros-. Es limpia.
Me encogí también de hombros, pues no quería insistir. Mientras trabajábamos juntos, aprendí a decir hierro, nudo, hoja, chispa y sal.
Mientras esperábamos a que hirviera el agua, Tempi se levantó, se sacudió y empezó a calentar de nuevo. Volví a imitarlo, y esa vez me costó aún más. Tenía los músculos de los brazos y las piernas flojos y temblorosos del esfuerzo de la vez anterior. Hacia el final tuve que contener los temblores, pero recogí unos cuantos secretos más.
Tempi siguió ignorándome, pero eso no me importó. Siempre me han atraído los retos.