Capítulo 122

Despedida

A1 día siguiente me levanté temprano, desayuné deprisa y estaba de vuelta en mi habitación cuando el resto de la escuela ni siquiera había abierto los ojos.

Me cargué el laúd y el macuto a la espalda. Me arrebujé con el shaed y comprobé que llevaba todo lo que necesitaba en los bolsillos: el hilo rojo, el fetiche de cera, el trozo de hierro quebradizo y el frasco de agua. Entonces me puse la capucha del shaed y salí de la escuela hacia la casa de Vashet.

Vashet me abrió la puerta antes de que diera el tercer golpe con los nudillos. Iba sin camisa, y se quedó plantada en el umbral, con los pechos al descubierto. Me miró sin reservas y se fijó en mi capa, mi macuto y mi laúd.

– Hoy es una mañana de visitas -dijo-. Pasa. A estas horas sopla un viento muy frío.

Entré y tropecé en el umbral; trastabillé y tuve que apoyar una mano en el hombro de Vashet para recobrar el equilibrio. Mi mano se enredó, torpe, en su pelo.

Vashet sacudió la cabeza mientras cerraba la puerta. Indiferente a su desnudez, llevó las manos detrás de la cabeza y empezó a trenzar una mitad de su melena en una trenza corta y prieta.

– Cuando todavía no había asomado el sol en el cielo, Penthe ha llamado a mi puerta -dijo-. Sabía que estaba enfadada contigo. Y te ha defendido, aunque no sabía qué habías hecho.

Sujetándose la trenza con una mano, Vashet cogió un trozo de cinta roja y se la ató.

– Luego, cuando apenas había tenido tiempo de cerrar la puerta, ha venido Carceret. Me ha felicitado por darte, finalmente, el trato que mereces.

Empezó a trenzarse el resto de la melena, moviendo ágilmente los dedos.

– Ambas visitas me han molestado. No tenían por qué venir a hablarme de mi alumno.

Vashet se ató la segunda trenza.

– Entonces me he preguntado qué opinión respeto más. -Me miró convirtiendo su afirmación en una pregunta que yo debía contestar.

– La que más respetas es tu propia opinión -dije.

– Exactamente -dijo Vashet sonriendo abiertamente-. Pero Penthe tampoco es idiota. Y Carceret puede enfadarse como un hombre cuando pierde los estribos.

Cogió un trozo largo de seda oscura y se vendó con él el torso, los hombros y los senos, sujetándolos y protegiéndolos. Entonces metió el extremo de la tela para fijarlo. Le había visto hacer aquello varias veces, pero seguía siendo un misterio para mí cómo lo conseguía.

– Y ¿qué has decidido? -pregunté.

Se puso su camisa rojo sangre por la cabeza.

– Todavía eres un rompecabezas -dijo-. Amable, inquietante, listo e idiota. -Su cabeza asomó por el escote de la camisa, y me miró con seriedad-. Pero el que tira un rompecabezas porque no sabe resolverlo ha abandonado el Lethani. Yo no soy así.

– Me alegro -dije-. No me habría gustado marcharme de Haert.

Vashet arqueó una ceja.

– Ya me lo imagino. -Señaló el estuche del laúd, que sobresalía por encima del hombro-. Deja eso aquí para no dar que hablar a la gente. Deja también el macuto. Puedes llevarlos a tu habitación más tarde.

Me lanzó una mirada pensativa.

– Pero coge la capa. Te enseñaré a luchar con ella puesta. Esas cosas pueden resultar útiles, pero solo si sabes no tropezar con ellas.

Retomé mi entrenamiento casi como si no hubiera pasado nada. Vashet me enseñó a no tropezar con mi capa. Cómo utilizarla para envolver un arma o desarmar a alguien desprevenido. Comentó que era muy fina, fuerte y duradera, pero no me pareció que apreciara nada inusual en ella.

Pasaron los días. Seguí entrenándome con Celean y al final aprendí a proteger mi valiosa virilidad de toda clase de ataques zafios. Poco a poco adquirí suficiente habilidad para que nuestros combates fueran casi igualados, y nos turnábamos en las victorias.

Hasta tuve unas cuantas conversaciones con Penthe durante las comidas, y me alegré de contar con una persona más dispuesta a sonreírme de cuando en cuando.

Pero ya no me encontraba cómodo en Haert. Me había acercado demasiado al desastre. Cuando hablaba con Vashet, me pensaba dos veces cada palabra que decía. Algunas me las pensaba tres veces.

Y si bien parecía que Vashet hubiera vuelto a mostrarse sonriente e irónica, a veces la sorprendía observándome con gesto sombrío y mirada intensa.

A medida que pasaban los días, fue reduciéndose la tensión entre nosotros, tan lentamente como los cardenales de mi cara. Me gusta pensar que al final habría desaparecido por completo, pero no tuvimos tiempo suficiente para comprobarlo.

Llegó como un relámpago en el cielo azul y despejado.

Vashet abrió la puerta a mi llamada, pero en lugar de salir afuera, se quedó en el umbral.

– Mañana harás el examen -anunció.

Al principio no entendí de qué me hablaba. Me había concentrado tanto en la práctica de la espada, en el entrenamiento con Celean, en el idioma y en el Lethani que casi me había olvidado del propósito de todo aquello.

Noté una oleada de emoción en el pecho, seguida de un nudo helado en el estómago.

– ¿Mañana? -pregunté, atontado.

Vashet asintió y sonrió débilmente al ver mi expresión.

Su contenida reacción no contribuyó a tranquilizarme.

– ¿Tan pronto?

– Shehyn cree que es lo mejor. Si esperamos otro mes, podría empezar a nevar, y eso te impediría elegir libremente.

Vacilé un momento y dije:

– No me estás contando toda la verdad, Vashet.

Otra débil sonrisa y un encogimiento de hombros.

– En eso tienes razón, aunque Shehyn cree que no es prudente esperar. Eres adorable, a tu torpe manera de bárbaro. Cuanto más tiempo permanezcas aquí, más gente habrá que sienta simpatía por ti…

Noté que el frío se instalaba en mis entrañas.

– Y si tienen que mutilarme, es mejor que lo hagan antes de que más gente se dé cuenta de que en realidad soy una persona de verdad, y no un bárbaro anónimo -dije con aspereza, aunque no tanta como me habría gustado.

Vashet agachó la cabeza y asintió.

– No debería decírtelo, pero Penthe le puso un ojo morado a Carceret hace un par de días por una discusión sobre ti. Celean también se ha encariñado contigo, y habla con los otros niños. Te observan desde los árboles mientras entrenas. -Hizo una pausa-. Y no son los únicos.

En el tiempo que llevaba en Haert había aprendido lo suficiente para interpretar las pausas de Vashet. De pronto, su circunspección y su silencio cobraban sentido.

– Shehyn debe proteger los intereses de la escuela -expuso-. Debe decidir según lo que es correcto. No puede dejarse influir por el hecho de que unos pocos te tengan simpatía. Al mismo tiempo, si toma una decisión correcta y muchos en la escuela se sienten contrariados, eso tampoco es bueno. -Otro encogimiento de hombros-. Así que…

– ¿Estoy preparado?

Vashet tardó en contestar.

– Esa no es una pregunta fácil -reconoció-. No te invitan a la escuela únicamente por tu habilidad. Es un examen de aptitud, de idoneidad. Si uno de nosotros falla, puede volver a intentarlo. Tempi hizo el examen cuatro veces antes de ser admitido. Tú solo tendrás una oportunidad. -Me miró a los ojos-. Y tanto si estás preparado como si no, ha llegado el momento.

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