Capítulo 65

Una hermosa partida

Al día siguiente, trasladaron mis escasas pertenencias a unas habitaciones que el maer consideraba más adecuadas para alguien que contaba con todo su apoyo. En total había cinco, tres de ellas con ventanas que daban al jardín.

Fue un detalle bonito, pero yo no pude evitar pensar que esas habitaciones aún estaban más lejos de las cocinas, por lo que la comida me llegaría fría como la piedra.

Ni siquiera llevaba una hora instalado allí cuando vino un mensajero con el anillo de plata de Bredon y una tarjeta que rezaba: «En tus espléndidas habitaciones nuevas. ¿A qué hora?».

Le di la vuelta a la tarjeta y escribí en el dorso: «Cuando quieras», y envié al chico con ella.

Coloqué el anillo de plata de Bredon en una bandeja, en mi salón. En el cuenco contiguo ya había dos anillos de plata que relucían entre los de hierro.

Abrí la puerta y vi los ojos castaños de Bredon escudriñándome como los de un búho desde el halo blanco que formaban su pelo y su barba. Me sonrió y me saludó con una inclinación de cabeza, con el bastón bajo un brazo. Le ofrecí un asiento; luego me disculpé educadamente y lo dejé un momento a solas en el salón, tal como marcaba la etiqueta.

Nada más salir por la puerta, oí su risa cantarina en la otra habitación.

– ¡Ja, ja! -exclamó-. ¡Esta sí que es buena!

Cuando regresé, Bredon estaba sentado junto al tablero de tak, con los dos anillos que yo había recibido recientemente de Stapes en la mano.

Esto sí que es una novedad -comentó-. Por lo visto, ayer interpreté mal las cosas cuando un hosco guardia echó a mi mensajero de tu puerta.

– Han sido un par de días moviditos -dije sonriendo.

Bredon metió la barbilla y rió entre dientes; su parecido con un búho se acentuó aún más.

– No hace falta que me lo jures. -Sostenía en alto el anillo de plata-. Esto es revelador. Pero eso… -señaló el anillo blanco con el bastón-, eso es muy diferente.

Me senté enfrente de él.

– Seré sincero contigo -dije-. Ni siquiera estoy seguro de con qué material está hecho, y mucho menos de qué significa.

Bredon arqueó una ceja.

– Normalmente no eres tan franco.

– Es que ya me siento un poco más seguro de mi posición aquí -admití encogiendo los hombros-. Lo suficiente para no mostrarme tan reservado con las personas que se han portado bien conmigo.

Bredon volvió a reír y dejó el anillo de plata sobre el tablero.

– Más seguro -dijo-. Sí, me imagino que sí. -Cogió el anillo blanco-. Sin embargo, no es extraño que no sepas qué significa esto.

– Yo creía que solo había tres tipos de anillos -dije.

– Así es, básicamente -dijo Bredon-. Pero el intercambio de anillos se remonta a tiempos muy antiguos. El pueblo llano ya lo hacía mucho antes de que la nobleza lo convirtiera en un juego. Y si bien Stapes respira el mismo aire enrarecido que nosotros, no cabe duda de que su familia tiene orígenes humildes.

Bredon dejó el anillo blanco sobre el tablero y luego entrelazó las manos.

– Esos anillos se hacían con materiales que el pueblo llano tenía a mano. Un joven enamorado podía regalar a la muchacha a la que cortejaba un anillo hecho con hierba verde. Un anillo de cuero promete un servicio. Etcétera.

– ¿Y un anillo de cuerno?

– Un anillo de cuerno significa enemistad -repuso Bredon-, Enemistad intensa y duradera.

– Ah -dije, un tanto sorprendido-. Ya veo.

Bredon sonrió y levantó el anillo blanco para acercarlo a la luz.

– Pero esto no es cuerno-observó-. Fíjate en la textura. Además, Stapes nunca daría un anillo de cuerno junto con otro de plata. -Meneó la cabeza-. No. Si no me equivoco, esto es un anillo de hueso. -Me lo pasó.

– Maravilloso -dije con desánimo dándole vueltas con los dejos-. Y eso ¿qué significa? ¿Que me clavará un puñal en el hígado y me tirará a un pozo seco?

Bredon esbozó su amplia y cálida sonrisa.

– Un anillo de hueso indica una deuda profunda y duradera.

– Entiendo. -Lo froté con los dedos-. He de admitir que prefiero que me deban un favor.

– No es un simple favor -aclaró Bredon-. Tradicionalmente, un anillo como este está hecho con el hueso de un familiar difunto. -Arqueó una ceja-. Y pese a que dudo que en este caso sea así, lleva implícito un mensaje muy claro.

Levanté la cabeza; todavía estaba un poco aturdido con todo aquello.

– Y ¿cuál es el mensaje?

– Que un anillo como ese no se regala a la ligera. No forma parte de los juegos a que juega la nobleza, y no es la clase de anillo que deberías exhibir. -Me miró a los ojos-. Yo, en tu lugar, lo guardaría bien.

Me lo metí con cuidado en el bolsillo.

– Me has ayudado mucho -dije-. Me gustaría poder recompensarte…

Bredon levantó una mano, interrumpiéndome a media frase. Entonces, moviéndose con gran solemnidad, apuntó hacia abajo, cerró la mano y golpeó el tablero de tak con los nudillos.

Sonreí y saqué las piedras.

– Me parece que por fin estoy cogiéndole el tranquillo a este juego -comenté una hora más tarde, después de perder por un margen muy estrecho.

Bredon apartó su silla de la mesa con gesto de desagrado.

– No -me contradijo-. Todo lo contrario. Entiendes lo básico, pero todavía no has captado lo más importante.

Empecé a separar las piedras.

– Lo más importante es que por fin estoy a punto de ganarte, después de tanto tiempo.

– No -insistió Bredon-. No se trata de eso. El tak es un juego sutil. Por eso tengo tantos problemas para encontrar contrincantes. Ahora mismo vas dando tumbos como un matón. Es más, yo diría que juegas peor que hace dos días.

– Admítelo -dije-. En esta última partida casi te gano.

Bredon se limitó a fruncir el entrecejo y señalar la mesa con gesto imperioso.

Inicié la partida con determinación, sonriendo y tarareando, convencido de que ese día lo vencería por fin.

Pero estaba muy equivocado. Bredon colocó sus piedras sin piedad, sin vacilar ni un instante entre jugada y jugada. Me destrozó con la misma facilidad con que rasgas una hoja de papel por la mitad.

La partida acabó tan deprisa que me quedé sin aliento.

– Otra vez -dijo Bredon, con un deje de autoridad en la voz que nunca antes le había oído.

Intenté recuperarme, pero la siguiente partida fue aún peor. Me sentía como un cachorro peleando con un lobo. No: era un ratón a merced de un búho. Ni siquiera fingía luchar. Lo único que podía hacer era correr.

Pero no podía correr suficiente. Esa partida terminó antes incluso que la anterior.

– Otra vez -exigió Bredon.

Y volvimos a jugar. Esa vez, yo ni siquiera era un ser vivo. Bredon jugaba con la serenidad y el desapasionamiento de un carnicero con un cuchillo de deshuesar. La partida duró aproximadamente lo mismo que se tarda en destripar y deshuesar un pollo.

Al final, Bredon arrugó la frente y sacudió enérgicamente las manos a ambos lados del tablero, como si acabara de lavárselas y tratase de secárselas.

– De acuerdo -dije recostándome en el respaldo de la silla-. Ya lo capto. Hasta ahora habías jugado sin ánimo de humillarme.

– No -dijo Bredon mirándome con gravedad-. Eso no tiene nada que ver con lo que intento enseñarte.

– Entonces, ¿de qué se trata?

– Intento hacerte entender el juego -dijo-. Todo el juego, no solo lo de mover las piedras por el tablero. No se trata de jugar con todo el rigor que puedas. Se trata de ser atrevido. Peligroso. Elegante.

Golpeó el tablero con dos dedos.

– Cualquiera que esté medianamente despierto puede ver una trampa que le han preparado. Pero entrar en ella con audacia, con un plan para darle la vuelta, eso es maravilloso. -Sonrió, pero no por ello perdió su expresión severa-. Tender una trampa y saber que alguien llegará, cauteloso, con su propio truco preparado, y entonces vencerlo. Eso es doblemente maravilloso.

La expresión de Bredon se suavizó, y su voz se convirtió casi en una súplica.

– El tak refleja el sutil movimiento del mundo. Es un espejo donde se refleja la vida. Nadie gana un baile, muchacho. El sentido del baile es el movimiento que hace el cuerpo. Una partida de tak bien jugada revela el movimiento de una mente. Estas cosas tienen su propia belleza, pero solo pueden verla quienes tienen ojos para ella.

Señaló la escueta y brutal disposición de las piedras entre ambos.

– Mira eso. ¿Por qué iba a querer yo ganar una partida así?

Miré el tablero.

– ¿El objetivo no es ganar? -pregunté.

– El objetivo -dijo Bredon solemnemente- es jugar una hermosa partida. -Levantó ambas manos y encogió los hombros, y entonces en su rostro se distendió una sonrisa beatífica-. ¿Qué interés podría tener yo en ganar una partida que no fuera hermosa?

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