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Malakian permanecía de pie con ademán inseguro delante de su tienda, un candado en sus manos.

– ¿Goulandris? Increíble. ¿Quién querría matarlo? Era un hombre muy viejo.

– Sabía muy poco sobre libros.

– ¿Muy poco? Eso lo dice usted, effendi. Pero sí, era obstinado. Un viejo y obstinado griego. Es terrible.

Yashim movió negativamente la cabeza. Se acordaba de otro viejo obstinado, su amigo Giorgos, apaleado y dejado por muerto en la calle. Como Goulandris, él también era un comerciante.

– ¿Qué sabe usted sobre la Hetira, Malakian?

Malakian se frotó el borde de una de sus enormes y planas orejas con el índice y el pulgar.

– Pregunte a un griego, effendi. Eso es algo griego. Yo no sabría decirle.

– Pero la palabra significa algo para usted.

Malakian frunció el ceño.

– Ésta es mi tienda, effendi, en el bazar, como siempre. Es barato aquí, sí. En Pera encontrará usted muchas tiendas nuevas… pero Pera es caro.

Yashim movió negativamente la cabeza.

– No comprendo.

– Yo soy un hombre obstinado, como Goulandris. Pero yo no soy griego. De manera que…

– ¿Por qué la Hetira quiere echar a los griegos?

Malakian no dijo nada, pero se encogió de hombros, lentamente.

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