Giorgos estaba sentado en el pequeño patio que había detrás del hospicio, su gran rostro ladeado hacia el sol, los ojos cerrados, con una madeja de lana en torno a las manos.
Abrió los ojos y vio a dos hombres de pie ante él.
– ¡Ja! -mugió Giorgos, levantando la lana de su regazo-. ¡Me encontráis como las viejas!
Sacó sus enormes manos de la madeja y las posó suavemente sobre el banco.
– Duermo como una vieja dama griega -gruñó. Entrecerró los ojos para mirar a sus visitantes-. ¿Para qué traes a este granuja aquí, Yashim? ¿Quieres que tenga pesadillas?
Yashim sonrió.
– Murad Eslek, éste es Giorgos.
Murad Eslek movió negativamente la cabeza.
– Sé quién es Giorgos, effendi. Es un viejo. Vende verduras en esa especie de mercado que hay ahí arriba. Éste no es Giorgos. Vaya, este hombre tiene la mitad de sus años y dos veces su tamaño.
Giorgos cerró los ojos nuevamente y soltó una débil risita.
– Murad me ha estado hablando de los hermanos Constantinedes -dijo Yashim.
La risa de Giorgos terminó bruscamente en un acceso de tos. Se le hincharon los ojos y se golpeó el pecho.
– ¿Por qué te interesas por esos mierdas? -Escupió en los adoquines-. Hasta Murad Eslek lo sabe. Son unos tipos malos, effendi.
Eslek cortó el aire con la mano.
– Tiene razón, Giorgos. Y he oído por ahí que te querían quitar de en medio -añadió-. Un puesto muy rentable, ¿no? Hicieron una oferta.
Giorgos se frotó el pecho.
– Esos cabrones -dijo-. Trabajo en ese mercado desde antes de que ellos nacieran.
– Ya era el puesto de tu padre -señaló Eslek.
– Mi abuelo tenía la granja -dijo Giorgos-. El viejo Constantinedes vivía cerca. Bebía demasiado, le pegaba a su mujer. Así que… mi padre ayudó a sus chicos, llevó a los tres al mercado. Pero eran malos chicos, que engañaban a la gente. Mi padre les dijo: «Os buscaremos un nuevo puesto. Engañáis a demasiadas personas, la gente no viene.»
Giorgos se secó los ojos con sus manazas, y escupió.
– Cuando mi padre murió, ellos dijeron: Giorgos, se ha acabado para ti el mercado. Quédate con la granja, véndenos tus verduras, y nosotros vendemos a la gente. Pero yo pienso que no. Esos chicos engañan a la gente. Si yo dejo el mercado, ¿por qué no iban a engañarme a mí también? ¡Naturalmente!
– ¿Nadie te pidió dinero, entonces?
– ¿Dinero? -Giorgos parecía sorprendido-. Se pide dinero al rico. No a un verdulero.
– Y los hombres que te atacaron. ¿Los reconociste?
– No, effendi. Nunca los vi antes en toda mi vida.
Yashim y Eslek intercambiaron miradas.
– Déjemelo a mí -dijo Eslek-. Y tú no te preocupes. Cuando te sientas bien puedes volver a tu puesto. Los hermanos Constantinedes no volverán a molestarte.