– Suela, ¿querrás decirle algo a tu madre? Dile que me llamo Yashim. Soy un lala.
Un guardián. Confió en que la señora Xani comprendería. Los eunucos corrientes de Estambul, los lala, servían en las familias: hacían de carabinas, protectores, mensajeros y mediadores.
La niña asintió como si comprendiera, pero cuando habló en albanés, su madre movió la cabeza con desesperanza.
– Dile que quiero encontrar a vuestro padre.
Los ojos de Suela se ensancharon por un momento. Parecía como si estuviera a punto de llorar, pero lo que hizo fue inclinar la cabeza y murmurar algo en albanés. Su madre levantó sus ojos irritados y miró tristemente a Yashim.
Xani cobraba un salario de cuarenta piastras al mes, mucho más de lo que había ganado como porteador. Había llegado a Estambul hacía catorce años, tras vender su tierra en Albania a su hermano porque no daba suficiente para mantener a una familia. No, no había odio entre ellos; el hermano había apoyado su matrimonio, doce años antes. Ambos padres habían muerto. Aún vivía la madre de ella, y había quedado encantada con el matrimonio.
– ¿De manera que la familia no tenía enemigos en su pueblo? ¿Ninguna enemistad hereditaria?
– Cuando Shpëtin era un bebé, fuimos al pueblo. Fuimos en un barco. Está muy lejos -dijo Suela traduciendo a su madre.
– ¿Dónde os hospedasteis?
– En casa de mi tío. Tengo cuatro primos. Dos chicos y dos chicas. Me gustan mucho las niñas. Jugábamos cada día.
– Y aquí tienes a Shpëtin para jugar.
Suela asintió dubitativamente. Shpëtin tenía seis años; Suela estaba creciendo demasiado para los juegos de niños, quizás. Yashim siguió preguntando.
– ¿Tienes familia en Estambul?
– El tío de mi padre estaba aquí, pero era viejo y se murió. Mi padre se puso… muy triste.
Yashim se recostó en la silla, manteniendo los ojos fijos en el suelo. El instinto le decía que la desaparición de Xani no tenía nada que ver con la familia. Estaba relacionada, de alguna manera, con los acontecimientos de la ciudad, con la deuda.
– Quiero preguntarle a tu madre, ¿ha venido a veros alguien los últimos días? ¿Alguien pidiendo dinero?
Pero nadie había venido.
– Y en su trabajo… ¿es feliz tu padre?
– Mi madre dice que es feliz. Está orgulloso de ser un guardián del agua. Yo creo… creo que trabaja muy duro.
– Estoy seguro. Tu madre… ¿sabe adónde podría haber ido?
Suela lanzó una mirada asustada a su madre.
– No.
– ¿Amigos?
La niña parecía insegura. Repitió la pregunta a su madre, que se limitó a mover negativamente la cabeza y mirar con tristeza nuevamente a Yashim.
– Estambul -susurró.
– Mis padres no tienen amigos en Estambul -explicó Suela.
Yashim tiró de su labio.
– Dices que le gustaba su trabajo, y que trabajaba duro. ¿Trabajaba las mismas horas cada día?
Suela torció la cara, para recordar.
– Al principio, siempre estaba en casa para la cena. Pero se quedaba muy tarde en el trabajo, antes de que… -Sus labios temblaron.
– Entiendo -dijo Yashim rápidamente-. ¿Todas las noches, o sólo de vez en cuando?
– Sólo algunas veces.
Suela se volvió hacia su madre. Las dos hablaron varios minutos. Cuando Suela se volvió hacia Yashim tenía una expresión pensativa.
– Mi madre dice que vino bastante tarde, por tres veces, la semana pasada.
– ¿Sabes por qué?
La señora Xani paseó la mirada por la habitación.
– Mi madre -tradujo Suela finalmente- dice que tenía problemas con el agua.
– Sí -dijo Yashim lentamente-. Sí, creo que ha habido algunas dificultades.
Se puso de pie. Quería añadir: «Vuestra deuda ha sido pagada.» Pero las palabras se atascaron en su garganta, como si llevaran un significado que nadie quería oír.