83

El niño se deslizó a través de las puertas y se dirigió lentamente a su zanja excavada en la tierra.

Una ventana se abrió con un crujido de protesta. El pequeño no levantó la mirada.

Marta asomó su cabeza.

– ¡Shpëtin! ¿Has visto adónde ha ido el effendi?

El niño cogió su palo. Empujó la bola abollada a lo largo de la zanja.

En la ventana, Marta lanzó un suspiro de exasperación y se encogió de hombros. Se volvió hacia el embajador.

– No, señor. No lo sé. Se marcharon juntos, creo, pero no lo sé.

Palieski frunció el ceño.

– No estoy tranquilo con eso, Marta. Si Yashim se fue con el niño, es que debe de haber tenido una razón.

– Sí, señor -dijo Marta asintiendo lentamente.

«Y ésta -pensó Palieski- es la segunda vez que el pequeño vuelve a casa solo.»

– Habla con él, Marta. El crío piensa que soy una especie de ogro. Procura que nos enseñe adónde fueron.

Marta se encogió de hombros en un gesto de duda.

– Ese niño es… un poco extraño, señor.

– Es un niño, ¿no? Los niños son… bueno, niños. -Palieski no sabía qué decir-. Pídeselo por mí. Por favor.

Загрузка...