Yashim removió el café y esperó con calma a que el poso se asentara. Constantinedes se llevó la taza a los labios.
– Todos tenemos que hacer una elección. No queremos problemas, ¿sabe?
– Sí. ¿Está bien Giorgos?
– Quizás. Yo no pregunto.
– Pero tú te quedarás con su puesto.
– Escuche. Esto pasó entre ellos y Giorgos. No nos meta a nosotros. Estoy hablando con usted porque era amigo suyo.
– ¿Quiénes son ellos?
El hombre apartó su café y se puso de pie.
– Un poco de todo, y se acabó. -Se inclinó para coger algo del suelo y Yashim oyó que susurraba-: La Hetira. Yo lo dejaría, effendi.
Regresó a su tenderete, dejando a Yashim en su contemplación de los gruesos y brillantes posos de su taza de café, preguntándose dónde había oído aquel nombre anteriormente.