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Palieski posó su mano sobre el hombro del niño. -Oye -dijo, respirando con dificultad-, ¿vamos muy lejos? ¿Un largo camino?

El muchacho levantó la mirada y asintió.

– En tal caso -dijo el embajador firmemente- tomaremos una silla.

Chasqueó los dedos a una pareja de hombres que estaban en cuclillas junto a una pared.

– Mi trato -dijo, sonriendo-. Señala a estos hombres la correcta dirección, sé un buen chico.

Ya en la orilla cambiaron la silla por un bote. El niño señalaba hacia el Cuerno de Oro.

– ¿Fener? ¿Balat? Desembarcadero de Fener, por favor, barquero.

Quizás Yashim simplemente había salido de casa, pensó. Pero una vez que llegaron a Fener, el niño hizo algunos signos complicados y meneó la cabeza vigorosamente.

– De acuerdo -dijo Palieski-. Caminaremos, veo. No demasiado lejos ahora, ¿eh?

Lamentó haber seguido el consejo del niño mientras subía penosamente las colinas, pero se encontraban en una pobre vecindad que Palieski no conocía, y no habría porteadores por allí.

Finalmente el niño se encaramó a una pared baja y se sentó en ella, golpeando la pared con los talones y mirando atentamente hacia una puerta del otro lado de la calle.

– ¿Entró allí?

Palieski subió por las escaleras. Había un candado en la puerta, de manera que Palieski se dio la vuelta para captar la mirada del niño. Señaló la puerta. El pequeño asintió con la cabeza.

Palieski miró a un lado y otro de la calle. Aparte del niño encaramado a la pared, parecía totalmente vacía.

Stanislaw Palieski, a diferencia del doctor Millingen, no era un hombre que depositara mucha fe en los beneficios de un ejercicio regular. Sus brazos eran delgados; sus piernas, largas. Pero aún era capaz de un repentino y violento esfuerzo físico.

Se echó hacia atrás, se apoyó contra el muro y dobló aquellas largas piernas subiendo las rodillas hasta la altura de su barbilla.

Entonces, con un tremendo estrépito, golpeó con ambos pies la puerta, abriéndola de golpe.

El embajador se volvió hacia el niño, que lo estaba observando con asombro desde el otro lado de la calle, y le hizo un guiño sumamente impropio de un embajador.

Luego penetró en la helada penumbra para buscar a su amigo.

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