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Yashim deslizaba sus pies por el agua, una mano arrastrándose por la pared del túnel, la otra por delante de su rostro.

Intentaba no pensar. Toda su vida había sentido horror al confinamiento. Incluso de niño luchaba como un león con sus compañeros de juego si éstos trataban de inmovilizarlo. Nunca los seguía, tampoco, al interior de las cuevas que solían explorar cerca de su casa, en la costa del mar Negro. Había desprendimientos de rocas a veces. Leyendas de mineros, atrapados bajo la tierra, solían atormentarlo por la noche. Una vez él mismo había quedado atrapado. Confinado, incapaz de moverse, mirando fijamente con los ojos desorbitados a los hombres y al cuchillo. El horror había impregnado sus entrañas… y su vida sufrió un cambio.

Trataba de no chapotear. Le parecía que el nivel del agua había subido, que estaba ya a la altura de sus tobillos, pero el frío era tan intenso que no podía estar seguro. Lo importante era ir profundizando en el túnel, lejos de la luz de la antorcha.

Si al menos el conducto se curvara en algún momento…

Unos pasos más adelante, su mano tropezó con un borde curvado. Se detuvo y palpó alrededor. Hasta donde podía ver en la oscuridad, el canal se bifurcaba; él se encontraba entre dos aberturas, ambas del mismo tamaño, y por ambas pasaba la corriente. Se agachó y miró hacia atrás.

Durante un instante de aturdimiento, le pareció que estaba mirando una pared sólida, como si el túnel se hubiera cerrado a sus espaldas, y alargó el brazo con una sensación de pánico. El movimiento de su mano le reveló la existencia de un débil resplandor, que parecía colgar en el aire frente a él. Mientras lo observaba, se fue haciendo más brillante, una aureola de débil luz que rodeaba un ascua en la oscuridad.

El operario estaba bajando por el túnel.

Yashim se sintió enfermo. Cerró los ojos apretando los párpados con fuerza y luchó contra el pánico, contra la idea de que lo estaban hundiendo cada vez más profundamente en la tierra.

«Es un laberinto -murmuró para sí-. Sólo un laberinto. En un laberinto, hay que seguir una regla. Dos túneles. Uno lleva a la izquierda.»

Podría bajar por la colina hacia el Fener. El otro, que tendía hacia la derecha, probablemente tomaba una dirección sur. Yashim trató de imaginarse la forma de su ciudad, el ascenso y la caída de sus colinas. Uno, o los dos tubos podían conducir a otro sifón, donde el agua se embalsaba en un nivel inferior al del tanque de que procedía. Más tarde o más temprano, si se producía eso, el tubo empezaría a llenarse de agua, como un depósito curvado, y él tendría que dejar de moverse.

¿Izquierda o derecha?

¿Qué camino tomaría el operario?

Yashim era diestro.

La regla, en un laberinto, era no dejar de torcer en el mismo sentido a cada curva. Arrastrar su mano izquierda sobre la pared y alargar la derecha hacia delante.

Ésa era la manera.

Yashim alargó la mano y palpó en busca de la abertura a su izquierda.

Empezó a bajar. Sintió que el suelo del túnel descendía. Su mano se deslizaba a lo largo de la pared. Ésta ya no era áspera al tacto, sino viscosa y llena de protuberancias. La imaginó incrustada de endurecidos grumos calcáreos, y cubierta de brillantes y goteantes algas.

Avanzó unos metros. Casi pasó por alto la primera vuelta, porque se tambaleaba al avanzar y su mano falló la pared casi por medio metro. Cuando volvió a alargar la mano notó una esquina dura; palpando hacia atrás, descubrió la abertura que había pasado por alto y torció por ella. Pensó con horror en la posibilidad de no encontrar el camino de vuelta.

Ahora apoyaba el hombro contra la pared de su izquierda. Así no corría tanto peligro de no encontrar un giro, y de vez en cuando podía hacer una pausa y descansar.

Se preguntó cuánto más lejos tendría que ir. Con tres vueltas ya, las posibilidades de descubrimiento eran cada vez más remotas.

Decidió dar un último giro y luego esperaría.

Siguió avanzando, dividiendo el peso entre sus piernas y el hombro izquierdo, y ahí fue cuando encontró la vuelta.

Giró por ella.

Algo duro golpeó contra su pie cuando se deslizaba alrededor de la esquina.

Adelantó las manos y cayó al vacío.

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