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Yashim posó la mano sobre un rostro humano.

Pegó un brinco, alejándose del cadáver, moviéndose descontroladamente en el agua. Estaba apoyado en una esquina antes de recordar que allí, en la oscuridad, podía perder fácilmente todo sentido de la dirección.

Todo sentido de la proporción.

No hacía falta suponer de quién era el cuerpo que rodaba por el agua. El hombre perdido había sido hallado.

Yashim trató de no pensar en lo que iba a suceder a continuación. Él se iría enfriando y se debilitaría. Al final, acabaría ahogándose en medio metro de agua, compartiendo la tumba líquida del albanés.

Tenía que encontrar una salida.

Con sumo cuidado ahora, buscó a tientas su camino alrededor del pozo, tratando de hallar algo que pudiera ayudarlo a escalar las resbaladizas paredes. El suelo estaba cubierto de baldosas sueltas y ladrillos caídos. El techo, supuso, se estaba derrumbando lentamente. Una vez más rozó el cadáver de Xani. Reprimiendo una oleada de náuseas, le dio la vuelta al cuerpo, palpando en busca de alguna cosa que el hombre hubiera llevado encima… Un cuchillo, un rollo de cuerda. Algo borboteó en la superficie del agua, y Yashim sintió náuseas ante el hedor.

Buscó a tientas en el pecho del hombre, notando la presencia de algo duro, como una cadena. En la cadena había un crucifijo. Tiró con fuerza y el cuerpo sufrió una sacudida hacia arriba; entonces la cadena se rompió y oyó que el cadáver volvía a hundirse en el agua.

Regresó a la pared, confiando en que fuera la correcta, y rascó en ella con la punta de la cruz. No le sirvió de mucho.

Deslizó sus dedos por la pared, buscando una grieta, un saliente, cualquier cosa. La pared era tan suave como mantequilla.

Se desabrochó la capa y escurrió el agua. Sosteniendo un extremo, con la espalda apoyada en la pared, la lanzó por encima de su cabeza. El extremo que sostenía se quedó flácido durante unos segundos, luego la capa cayó sobre su cabeza. El extremo que había lanzado estaba empapado. Durante unos momentos pensó con los ojos cerrados. Luego sacudió la capa dejándola plana sobre la superficie del agua. Empezó a palpar en el suelo en busca de ladrillos, lanzándolos lo mejor que podía calcular hacia el centro de la capa. Al cabo de un minuto recogió la capa por sus bordes y la levantó con esfuerzo. Todo lo que podía hacer era arrastrarla a través del agua.

Dejó el bulto contra la pared y trató de escalar por él. Las piedras se corrieron bajo su peso. Bajó y trató de atar los extremos de la capa para formar un bulto más apretado. Al cabo de tres o cuatro intentos, renunció. No podía conseguir que los húmedos, empapados, medios nudos de la capa se mantuvieran unidos.

Perdió media hora utilizando el crucifijo y la cadena para coser estrechamente la capa. Hizo flotar el cadáver de Xani sobre el fardo de piedras e intentó conseguir un punto de apoyo. El cadáver estaba blando bajo los pies y no se mantenía quieto. No podía llegar a la abertura.

Se sentía muy cansado.

Sacudió la capa para desalojar algunas de las piedras, remetió las puntas y levantó el bulto hasta el nivel de su pecho. Caía agua de la capa, la estrujó un poco, lo que la hizo más liviana.

Reunió sus fuerzas y arrojó la capa arriba contra la pared. Volvió a caer en sus brazos. Lo intentó de nuevo, dando un paso atrás. Cuando la hubo lanzado, alargó los brazos para recogerla si caía. Esta vez oyó un ahogado chapoteo. La capa no volvió a caer.

Yashim encontró piedras en el suelo y empezó a lanzarlas hacia arriba.

El esfuerzo impedía que sintiera frío.

Cuando hubo lanzado una docena de piedras a la oscuridad, se detuvo y escuchó. Se oía un nuevo sonido, de agua borboteando. Avanzó un paso y tocó la pared. No podía sentir nada. Aplicó los labios a la pared y sintió que el agua goteaba.

Era fría como el hielo.

Volvió a lanzar piedras, en la oscuridad.

Era sólo otra manera de morir.

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