Llegó una muchacha trayendo té de menta y baklava en una bandeja.
– Son estas chicas las que me dan un poco de pena -observó la Valide-. Tienen tan pocas cosas que hacer, ahora que todo el mundo se ha ido a Besiktas. Pero saben que yo no puedo seguir para siempre. Cómase esos pastelillos y hábleme de la gran ciudad.
Yashim se lo contó todo, sin ahorrarse ninguno de los detalles que sabía que a la mujer le encantarían. Le habló del espantoso asesinato ocurrido cerca de la Grande Rue, de Goulandris, de su propia aventura en el bote y de los dos hombres que habían llegado a destruir su piso. La muerte y el intento de asesinato le interesaron; pero lo que la fascinó de verdad fueron los detalles del bestial comportamiento de los hombres en su apartamento.
– Quelle sacrilège! -murmuró, totalmente horrorizada-. ¡Pensar que haya hombres capaces de semejantes actos! Eso debe de hacerle sentirse orgulloso.
– ¿Orgulloso, Valide?
– Mais, bien sur. Sólo un gallina no tiene enemigos. Ser odiado… es una señal de carácter. Estar al lado de los amigos, correr riesgos, y… écraser les autres a la merde! -Levantó una delicada ceja-. Yo no llegué a Valide como recompensa por mi politesse, Yashim. Pero en estos tiempos la gente es demasiado tímida y educada. Es bueno oírle hablar a usted, incluso si los detalles no son apropiados para los oídos de una vieja dama. Siga, tome otra pasta. Yo no tengo apetito.
– Espero no habérselo estropeado -dijo Yashim.
La Valide le lanzó una maliciosa mirada.
– En absoluto. Quizás lo ha restaurado usted. ¿Qué está leyendo ahora? Pero, por supuesto, su colección ha sido destruida, y usted ha venido a buscar un libro.
– No, es otra cosa lo que yo quiero, Valide. -Observó que las comisuras de la boca de la mujer se endurecían-. Por el arqueólogo, su compatriota -empezó, dulcificando la historia con una pequeña mentira-, me gustaría consultar al maestro del gremio de los guardianes del agua.
Esa «consulta», pensó, era un buen toque.
– Et alors? -La Valide se encogió de hombros, un poquito-. No estoy muy relacionada actualmente, amigo mío.
Le tocó el turno a Yashim de lanzarle una mirada maliciosa.
– No lo creo así -dijo.
La Valide reprimió el inicio de una sonrisa.
– Enfin, tal vez pueda escribir una nota. El bostanci del sultán podría ayudar, pienso; él trata con los guardianes continuamente. Es un viejo amigo, aunque tiene algún otro título estos días. Comisario de Obras, o alguna tontería de ese tipo.
Ella conocía aquel nuevo título perfectamente bien, pensó Yashim. Está sentada allí, en un palacio medio desierto, y ni una sola cosa que pasaba allí, o en Besiktas, se le escapaba.
La Valide hizo sonar una campanilla de plata.
– Papel para notas, y una pluma -le dijo a la muchacha que respondió a la llamada-. Mientras tanto, Yashim, puede usted leerme un poco de este libro. No lo entiendo, y no me gusta. Pero también me hace reír. De modo que no tema… No me reiré de su acento.
Y con este atisbo de provocación, el debilísimo tintineo de sus espuelas bajo la ironía, le tendió un ejemplar de Rojo y negro.