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Palieski no estaba en casa. Marta dijo que había ido a dar un paseo, e invitó a Yashim a entrar y aguardar.

– Me sentaré aquí -dijo Yashim.

Quería la luz… Necesitaba aire. Había venido andando, esperando librarse de la dolorosa pesadez de sus miembros, abrir sus constreñidos pulmones. De nada servía. Aquella tarde, Amélie lo había invadido, abriendo un espacio en su mente que siempre había mantenido cerrado.

Se sentó en lo alto de las escaleras, apoyando la espalda en la pared, bajo el sol, observando al niño que jugaba en el patio. El pequeño estaba arrodillado junto a la pared delantera y cavando en la tierra con un palo.

El niño no levantó la mirada cuando Yashim se acercó y se puso en cuclillas a su lado.

Volvió a clavar el palo en la tierra, luego lo dejó sobre el suelo y empezó a pulir los lados de la trinchera que había excavado, una corta y poco profunda zanja que descendía suavemente de un extremo al otro.

En el extremo más bajo el niño había excavado un pequeño agujero en el terreno. Dejó el palo a un lado y empezó a suavizar los costados del agujero.

Cuando lo hubo hecho a su satisfacción se echó hacia atrás, sentándose sobre sus talones y supervisó la obra. Yashim le brindó una sonrisa, pero el niño no reaccionó.

El pequeño se levantó y se fue.

Yashim miraba fijamente la figura del suelo, desconcertado.

El pequeño estuvo fuera unos minutos. Volvió transportando una jarra y una bola. La bola estaba hecha de estaño y tenía una gran abolladura. El muchacho colocó la bola en la zanja, con la abolladura en su parte superior. Muy cuidadosamente depositó la jarra sobre su base y empezó a verter agua del recipiente en la zanja. La bola flotó un ratito, luego fue rodando lentamente hasta llegar a descansar sobre su borde dentado.

El niño suspiró. Levantó la mirada hacia Yashim por primera vez, y había lágrimas en sus ojos.

– Es sólo porque la bola tiene una abolladura -dijo Yashim tranquilamente.

El niño miró hacia abajo, pero no hizo ningún esfuerzo por tocar la bola.

– Puedo conseguirte otra, igual que ésta -dijo Yashim.

El niño no se movió.

– ¿Dónde la conseguiste? ¿De tú papá? El pequeño levantó la mirada, y su cabeza pareció encogerse dentro de sus hombros. «No habla -pensó Yashim-, sus palabras son formas carentes de sonido dentro de su cabeza.»

Yashim se levantó y alargó su mano. -Ven conmigo -dijo.

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