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Yashim se puso rápidamente de pie. El agua le llegaba a las rodillas. Sentía un punzante dolor en su brazo izquierdo.

Una especie de sollozo se escapó de su garganta, como una tos. El dolor le hizo pestañear, pero podía mover los dedos, y no le pareció que se hubiera roto ningún hueso. Avanzó chapoteando a través del agua helada, deslizando sus pies sobre el suelo, y tocó una pared en la oscuridad.

Al igual que el túnel, ésta era resbaladiza. Extendió hacia arriba su brazo bueno y trató de encontrar la parte superior. Al no conseguirlo, empezó a seguir la pared con la mano, buscando una abertura. Contó cuatro esquinas, y no halló ninguna. En una ocasión tropezó contra algo blando y grande, que parecía ir rodando por el suelo bajo la superficie. Lo apartó con el pie y trató de no pensar en ello otra vez.

Aplicó una mano a la pared y apoyó la frente contra ella. Parecía que se encontraba en una pequeña cámara, de unos dos metros de anchura, sin salidas. Había unos sesenta centímetros de agua en el fondo. Había caído a través de una abertura en el canal o tubo de arriba; no podía, pensó, haber más de unos tres metros y medio hasta arriba, o se hubiera hecho mucho más daño.

Fuera cual fuese su altura, seguía estando más allá de su alcance.

Un hilillo de agua se deslizó por sus dedos y su frente.

Se preguntó si, por milagro, el operario vendría por este camino.

Entonces algo le volvió a tocar la pierna. Metió la mano en el agua, y supo inmediatamente que nadie iba a venir jamás a ayudarlo a salir.

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