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Yashim se dejó caer pesadamente en el viejo sillón del salón de Palieski. El embajador estaba sentado en un taburete, con su violín. De vez en cuando pulsaba una de las cuerdas y jugueteaba con las clavijas.

– No le gusta el calor -explicó-. O lo desprecia, en realidad. Está muy seco.

Pulsó las cuatro cuerdas.

Yashim lanzó un gruñido.

– Lefèvre saldó una cuenta de Xani.

– Muy decente por su parte.

– Imagino que tenía algún otro motivo.

Palieski se acercó su violín y empezó a afinar una clavija.

– Se me ocurrió la idea. Quizás Lefèvre abordó a Xani y le prometió una fortuna por averiguar si las serpientes estaban realmente aquí. Pero Xani llevaba semanas sin aparecer por la casa.

– La fortuna, como tú la llamas, ya fue pagada. Lefèvre no tenía por qué saber que Xani no venía mucho por aquí. Pero ahora Lefèvre está muerto… y Xani ha desaparecido.

– ¿Crees que se asustó?

Yashim ignoró la respuesta.

– ¿Has comprobado que las serpientes aún están aquí?

Palieski levantó la mirada hacia el techo.

– ¿Sabes, Yashim, el único tesoro que poseo francamente? ¿Qué es realmente mío? -Cogió el arco, se inclinó hacia delante en su taburete y dio un golpecito a la puerta del aparador. La puerta se abrió sin producir ningún sonido. Dentro se encontraba una botella. Era chata y de color verde, y tenía un tapón de cera-. Mi padre compró una caja entera el año que yo nací -dijo Palieski vagamente-. Martell. Ésta es la última botella.

Yashim suspiró.

– Las cabezas, Palieski.

– Es gracioso que lo menciones. Las saqué del armario precisamente ayer. Son terriblemente pesadas. Las puse debajo de mi cama.

– Buena idea -dijo Yashim.

– Así lo creí. Por otra parte -añadió animadamente-, parece que he adquirido un ángel de la guarda. Alguien que no quiere que las pierda. Mata a Lefèvre. Mata a un viejo y anticuado librero con el que trataba.

Mata al judío, que relacionaría a Lefèvre con Xani. Xani desaparece. Quizás está muerto también. Y así la pista se enfría. Y yo conservo las cabezas.

Cerró el aparador con la punta de su arco.

Yashim miró al techo.

– Quizás tú eres el asesino, Palieski. Tienes el motivo evidente.

– Motivo sí. -Palieski sonrió y dejó a un lado el violín-. Pero tú, Yashim, tuviste la mejor oportunidad.

– Estamos en peligro, Palieski. Y quizás Marta también.

Su amigo levantó la mirada.

– ¿Marta? Ella ignora lo de las cabezas de las serpientes.

– Eso es lo que tú dices. Pero ellos no saben eso, ¿verdad? Creo que deberías mandarla fuera por algún tiempo.

– Lo haré -dijo Palieski, sin demasiada convicción. Ambos sabían instintivamente que Marta rehusaría-. ¿Y tu madame Lefèvre?

– Mi madame Lefèvre, como tú la llamas, nunca estuvo implicada. De todas maneras -añadió, mirando hacia el violín de Palieski-, se aloja con la viuda Matalya, no conmigo.

Fue a coger el violín para esquivar la mirada del embajador.

– Debería hablar con la gente de Xani, supongo. Quizás ellos sepan dónde está, o adónde es probable que haya ido.

– ¿El gremio de guardianes del agua? -Palieski lo miró con expresión dubitativa-. Son gente muy cerrada, me imagino. El gremio más antiguo de la ciudad, y todo eso. No creo que uno pueda dejarse caer por allí y mantener una charla.

– No pensaba hacerlo. Pero tengo algunos contactos, ¿sabes? -dijo Yashim con rigidez.

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