22

Venecia y Estambul: el cliente y el proveedor. Durante siglos, las dos ciudades estuvieron unidas en el comercio y la guerra, maniobrando para obtener una posición ventajosa en el Mediterráneo oriental. Estambul tenía muchas caras, pero una de ellas, como en el caso de Venecia, estaba vuelta hacia el mar. Como Venecia también, las vías públicas más importantes eran vías acuáticas; la gente estaba siempre pasando de la ciudad a Uskudar, de Uskudar a Pera, y de Pera nuevamente a la ciudad, a través del Cuerno de Oro. Las famosas góndolas de Venecia no eran más importantes para la vida en la laguna que los esquifes para la gente de Estambul, y aunque la góndola veneciana tenía sus defensores, la mayor parte de la gente hubiera convenido en que el esquife era superior en cuanto a elegancia y velocidad. Incluso después del crepúsculo los esquifes pululaban por los embarcaderos como escarabajos de agua.

– Olvidémonos del bote del barco -dijo Lefèvre con calma-. Es mejor que yo salga desde aquí, sin ser observado. Gálata es toda ojos.

Salieron del apartamento de Yashim después de anochecido, moviéndose silenciosamente a pie a través de las desiertas calles. Lefèvre cargaba con la maleta que aparentemente contenía todas sus posesiones. Las estrechas calles de Fener estaban silenciosas y oscuras, pero Yashim conducía a su compañero a través de ellas simplemente por instinto, haciendo una pausa de vez en cuando para mirar al otro lado de una esquina, o para posar su mano suavemente sobre el hombro del francés. En una ocasión un perrazo gruñó en la oscuridad, pero hasta que llegaron al embarcadero no se encontraron con ningún signo de vida, la ciudad podría haber estado deshabitada.

En el embarcadero, Pera centelleaba más allá de las negras aguas del Cuerno de Oro. Los faroles se balanceaban suavemente en las rodas de los esquifes amarrados al muelle, donde un puñado de barqueros griegos estaba sentado entre maromas, nasas y redes, murmurando y fumando unas pipas que brillaban en la oscuridad. Más abajo, por el Cuerno, algunos barcos flotaban anclados, con faroles en sus proas. El agua rompía oscuramente contra los pilotes donde estaban amarrados los botes.

Un barquero se levantó con felina agilidad y se adelantó.

– ¿El Ca d'Oro? Conozco el barco. Está anclado más allá de la punta. ¿Van los dos?

Yashim explicó que se trataba de un solo pasajero y fijó el precio. Se estrecharon las manos con Lefèvre y observó cómo se instalaba en el fondo del bote, la maleta sobre sus rodillas. Entonces el barquero vació su pipa con unos golpecitos, subió a la popa de la pequeña embarcación y con un rápido y hábil movimiento de muñeca empujó el débil esquife hacia la oscuridad.

Yashim levantó una mano en señal de despedida, seguro de que el francés le distinguiría recortado contra las bajas luces del embarcadero. Pensó en su amigo Palieski. Le encantaría esa historia. Y más aún saber que ninguno de ellos tendría que volver ver a Lefèvre jamás.

Sonrió para sí. La luz del esquife se había fundido en la oscuridad, de manera que bajó la mano, se dio la vuelta e inició el regreso a casa.

Загрузка...