Capítulo 128

La habitación privada de la sexta planta de la Universitáts Klinik Berlin estaba a oscuras. A McVey lo habían internado en la unidad de quemados. A Remmer le hicieron radiografías de la muñeca y se la escayolaron, y a Osborn lo dejaron en paz. Sucio y exhausto, tenía el pelo y las cejas chamuscadas que le daban el aspecto, pensó, de Yul Brynner o de un marine duro. Después de examinarlo, lo acostaron. Quisieron darle un calmante, pero él se negó.

Cuando los policías berlineses salieron en busca de Joanna Marsh, Osborn debería haberse marchado, pero no lo hizo. Tal vez estaba demasiado cansado, o puede que el envenenamiento con cianuro tuviera efectos secundarios desconocidos y que funcionara como una dosis de adrenalina que lo mantuviera alerta. Cualquiera que fuera la razón, Osborn permanecía totalmente despierto.

Desde donde estaba, veía su ropa arrugada colgada junto al traje de McVey en el armario. Más allá, a través de la puerta abierta veía el cuarto de las enfermeras. Había una rubia de guardia y mientras hablaba por teléfono registraba datos en el ordenador. Entró un médico en ronda de noche y Osborn vio que ella levantaba la mirada cuando el médico se puso a estudiar los informes. Se preguntó cuánto tiempo había pasado desde que él había hecho su última ronda. Como si nunca hubiera hecho una. Ahora, en Europa le parecía haber vivido un tiempo sin límite. En rápida sucesión, un médico enamorado se había convertido en perseguidor, luego en víctima y más tarde en fugitivo. Después de nuevo en perseguidor, en connivencia con policías de tres países. Entretanto había disparado y matado a tres pistoleros terroristas, de los cuales uno era mujer. De su vida y su trabajo en California sólo quedaban retazos de recuerdos. Estaba y no estaba formando una imagen especulatoria de su vida. Sí y no a la vez. No había podido enterrar en el recuerdo la muerte de su padre. A pesar de lo vivido, seguía sin hacerlo. Era eso lo que lo mantenía despierto. Había intentado descubrir la respuesta en los cuerpos de Scholl y Salettl. Pero no la había. Todo parecía terminar allí hasta que McVey había recordado las palabras de Salettl. Podía estar diciéndoles que buscaran a Joanna Marsh. La mujer tendría alguna respuesta aunque fuera inocente. Pero era un cabo sin atar, como Scholl después de la muerte de Merriman. Así, el viaje aún no llegaba a su fin. Pero con McVey convaleciente y fuera de juego por quién sabía cuánto tiempo, la pregunta era ¿cómo continuar?


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