Osborn se inclinó junto a la pista de trineos y escuchó. Pero sólo oyó el ulular suave del viento, que aumentaba progresivamente de intensidad. Al salir con McVey en Berlín, se había puesto unas Reebok de caña alta. Además, todavía vestía la camisa y el traje que llevaba al llegar. No era mucha ropa, a los casi cuatro mil metros de altura, en la oscuridad y en medio de la nieve barrida por un viento que se volvía más intenso.
En un instante único e insólito, la ira y la desconfianza con Vera habían desaparecido en Osborn. Era lo que ella decía y lo que él había podido ver en sus ojos refiriéndose al asunto, que resultaba un desafío ante sí mismo, quién era y en qué creía.
En ese momento desapareció la duda. Osborn recordaba haber apartado a Vera de la pista de los trineos y haber caído sobre la nieve, al otro lado de las perreras, abrazándola, los dos llorando unidos por la conciencia de lo que había sucedido y de lo que él había estado a punto de provocar. Luego le dijo que se marchara.
Por un momento Vera vaciló. Volverían los dos. Von Holden no los perseguiría hasta el interior, con tanto foco y en medio de toda aquella gente.
– ¿Y si se le ocurre venir? -inquirió Osborn. Y tenía razón. Von Holden era capaz de cualquier cosa-. Hay una rubia, una americana -le explicó a Vera-. Estará esperando el tren para bajar. Se llama Connie. Es buena persona. Coge el tren con ella hasta Kleine Scheidegg y llama a la policía suiza desde allí. Diles que se pongan en contacto con el inspector Remmer, de la Policía Federal alemana en Bad Godesburg.
Osborn la recordaba mirándolo fijamente durante mucho rato. Él no se quedaba sólo con la intención de cubrirla. Había una razón por la que buscaba a Von Holden, la misma por la que lo había hecho con Albert Merriman en París y por lo que había viajado con Mc-Vey a Berlín. Se lo debía a sí mismo y a su padre, y no había retorno posible hasta que hubiera acabado. Vera lo besó entonces y se volvió para irse.
Pero Osborn la atrajo de nuevo hacia él. Volvía a tener vida en la mirada y comenzaba a prepararse para lo que fuera. Le preguntó si sabía qué había en la bolsa que transportaba Von Holden desde Berlín.
– Dijo que eran documentos sobre los conspiradores neonazis. Pero estoy segura de que no es verdad.
Osborn la vio volver entre las sombras hacia la seguridad del edificio principal. Pasaron los segundos y de pronto una franja de luz cortó la noche al abrirse la puerta y entrar Vera, y luego nuevamente la oscuridad al cerrarse la puerta. Osborn pensó de inmediato en el contenido de la bolsa que transportaba Von Holden. Sin duda eran documentos, pero no identidades de neonazis sino textos de criocirugía, tratados y discursos sobre las técnicas, procedimientos de congelación y descongelación, instrucciones de programas informáticos, esbozos de diseño de los instrumentos y podía ser que estuviera incluido el bisturí de su padre. Debía de tratarse de ejemplares únicos y de ahí el celo de Von Holden en protegerlo. Cualquiera que fuera el mal para el que se había inventado el proceso, para el mundo de la medicina se trataba de un trabajo de proporciones fantásticas y, más allá de lo que sucediera, era imperativo conservar las notas.
Entonces Osborn se dio cuenta de que divagaba. Von Holden podría habérsele acercado por detrás. Se volvió rápidamente pero no vio nada. Verificó el mecanismo de la pistola calibre 38 y se aseguró de que no se hubiera congelado con el frío. Se la volvió a colocar bajo el cinturón y miró hacia el edificio principal. Vera ya debía de haber llegado y ahora estaría buscando a Connie.
Osborn avanzó siguiendo el borde de la pista de trineos hasta que divisó la luz del túnel. Estaba seguro que el rastro de huellas había sido un truco para atraerlo hacia la luz. Von Holden se había dirigido hacia el túnel pero no había entrado. Era un espacio demasiado cerrado y corría el riesgo de verse atrapado, sobre todo si alguien entraba por el lado opuesto.
A la derecha de Osborn, el Jungfrau se elevaba casi recto hacia arriba. A su izquierda, el terreno bajaba y luego parecía nivelarse. Soplándose las manos para calentarlas, se dirigió hacia allá. Suponiendo que tuviera razón, era la única dirección que, por lógica, Von Holden habría tomado.
Übermorgen y la maleta que lo contenía en la bolsa. Eran la preocupación esencial de Von Holden. Tal como debía ser para el último superviviente de la jerarquía de la Organización. Para este tipo de emergencias se había creado el Sector 5, «Entscheiden Verfabren», el llamado Procedimiento Final. El hecho de que hubiera resultado más difícil de lo previsto era la razón por la que lo habían escogido y porque había sobrevivido. Pensó optimista que lo peor ya había pasado. Había una alta probabilidad de que los ascensores inferiores no hubiesen sido destruidos por el incendio, porque la entrada de arriba habría funcionado como chimenea y escape para el calor, lo cual habría salvado las instalaciones de abajo.
La idea de llegar al ascensor y el sentimiento de que ejecutaba su tarea como combatiente, le inspiraron ánimos mientras avanzaba por el sendero de piedra recortado en la pared de la montaña. La nieve que caía, el frío y el viento que aumentaban harían tanto daño a Osborn como a él, y puede que más, ya que Osborn no estaba entrenado en alta montaña. Esa ventaja ampliaba sus posibilidades de huida. Tendría la suerte de llegar hasta la toma de aire y entrar cuando la nieve hubiera ya borrado sus huellas.
Sólo quedaban Osborn y él. Y el tiempo.