Capítulo 154

Después de los ladridos de los perros, Osborn recordaba haber visto unos rostros. Un doctor del pueblo y enfermeros suizos. Un equipo de rescate lo llevaba en una camilla hasta arriba en la oscuridad. Vera. El interior de la estación. El rostro de ella, pálido y tenso de miedo. Policías uniformados en el tren que bajaba. Hablaban, pero Osborn no recordaba haberlos oído. A su lado, Connie, sonriendo para darle confianza. Y luego Vera, una vez más, cogiéndole la mano.

Lo venció el calmante, el dolor o el agotamiento, porque se desmayó. Después, algo había sucedido en un hospital de Grindelwald. Una discusión sobre su identidad. Habría jurado que Remmer entraba en la sala y detrás de él McVey con su traje arrugado. Luego McVey había echado mano de una silla y se había sentado junto a la cama a observarlo.

Volvió a ver a Von Holden en la montaña. Lo percibió balanceándose al borde del precipicio, antes de caer.

Por un breve instante, tuvo la impresión de que había alguien más en el filo del abismo, directamente detrás de él. Intentó recordar quién era, hasta que cayó en la cuenta de que había sido Vera. Tenía en la mano un enorme carámbano lleno de sangre. Luego, esa visión se nubló para dejar paso a otra, infinitamente más nítida.

Von Holden estaba aún vivo y caía hacia donde estaba él, protegiendo la caja con sus brazos. No caía a una velocidad normal sino en una cámara lenta distorsionada, dibujando un arco en su caída que lo arrastraría hasta el vacío insondable y oscuro, a miles de metros más abajo. Luego desapareció y sólo quedó la nada, y en ese momento se desató la avalancha.

– ¿Por qué mataron a mi padre? -había preguntado Osborn.

– Für Ubermorgen -había contestado Von Holden. Por la Aurora del Nuevo Día.


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