Eran las ocho de la mañana y Benny Grossman volvía a casa del trabajo.
Se había encontrado con Matt y David, sus dos hijos adolescentes, justo cuando se marchaban al colegio. Un rápido «hola papá, hasta luego papá» y los chicos desaparecieron. Y ahora Estelle se preparaba para salir a su trabajo en la peluquería de Queens.
– Hostia puta -oyó decir a Benny desde la habitación. Benny llevaba sólo los calzoncillos, una cerveza en una mano y un bocadillo en la otra y estaba de pie frente al televisor. Había pasado la noche trabajando en el departamento de Archivos e Información de la comisaría manejando teléfonos y ordenadores, reclutando la colaboración de un puñado de piratas informáticos muy versados e introduciéndose en ciertas bases de datos privadas para dar con la información que McVey había pedido sobre los asesinatos de 1966.
– ¿Qué pasa? -Preguntó Estelle, que había entrado en la habitación-. ¿A qué viene eso de hostia puta?
– Shhh -la hizo callar Benny. ¡
Estelle se volvió para ver lo que miraba su marido. Era un reportaje de la CNN sobre un descarrilamiento de trenes en las afueras de París.
– Qué horrible -dijo ella mientras observaban a los bomberos que trasladaban en camilla a una mujer ensangrentada, subiendo a duras penas por un terraplén-. Pero ¿por qué armas tanto jaleo tú con eso?
– McVey está en París -dijo sin levantar la mirada del televisor.
– Conque McVey está en París -repitió ella sin inflexión en la voz-. Y lo mismo le sucede a otro millón de personas. A mí sí que me gustaría estar en París.
Benny se volvió bruscamente hacia ella.
– Estelle, vete al trabajo, ¿vale?
– ¿Sabes algo que no sepa yo?
– Cariño, Estelle, vete al trabajo, ¿vale?
Estelle Grossman se quedó mirando fijamente a su marido. Cuando Benny hablaba así, era como un poli advirtiéndole que no era asunto suyo.
– Duerme algo -dijo.
– Ya.
Estelle lo observó un momento, sacudió la cabeza y salió. A veces pensaba que a Benny le importaban demasiado los amigos y la familia. Si se lo pedían, hacía cualquier cosa por ellos por mucho que le costara. Pero cuando se cansaba como ahora, su imaginación le jugaba malas pasadas.
– Comandante Noble, soy Benny Grossman, de la policía de Nueva York.
Benny aún estaba en ropa interior y tenía sus notas desparramadas sobre la mesa de la cocina. Llamaba a Noble porque eran instrucciones de McVey en caso de que no recibiera su llamada, y ahora tenía un sentimiento real, casi psíquico, de que McVey no iba a 11amar, al menos hoy. En diez minutos explicó lo que había destapado.
– Alexander Thompson trabajaba en programación de ordenadores de última generación. Se jubiló de su empleo en Nueva York para retirarse a Sheridan, Wyoming, en 1962. Razones de salud. En Wyoming trabó amistad con un escritor de Hollywood que llevaba a cabo una investigación para una película de ciencia ficción sobre los ordenadores. El escritor se llamaba Harry Simpson y el estudio era American Pictures. A Alexander Thompson le dieron veinticinco mil dólares y le pidieron que diseñara un programa informático. Un ordenador manejaría un brazo articulado que sostendría con suma precisión el bisturí durante una operación. De hecho, se trataba de reemplazar al cirujano. Claro que todo esto era teoría, ciencia ficción, futurismo. Se trataba de construir algo que funcionara de verdad, aunque fuera de forma primitiva. En enero de 1966, Thompson entregó su programa. Tres días más tarde lo encontraron muerto de un disparo en un camino abandonado. Los investigadores descubrieron que no había ningún Harry Simpson en Hollywood ni había un estudio llamado American Pictures. No quedaron huellas del programa informático diseñado por Alexander Thompson.
»David Brady diseñaba instrumentos de precisión para una pequeña empresa de Glendale, California. En 1964, la empresa pasó a manos de Alama Steel Ltd. de Pittsburg, Pensilvania. A David Brady lo contrataron para diseñar un brazo articulado manejado por medios electrónicos con el mismo radio de articulación que la muñeca de un hombre y que fuera capaz de sostener y manejar un bisturí con extrema precisión en el transcurso de una operación quirúrgica. Brady terminó su diseño y lo entregó para que lo revisaran cuarenta y ocho horas antes de que lo encontraran muerto en la piscina de su casa. Se descartó el ahogo por inmersión porque tenía un picahielos clavado en el corazón. Dos semanas más tarde, Alama Steel se declaró en quiebra y la empresa cerró. Los dibujos de Brady no fueron encontrados. Por lo que Benny había podido establecer, Alama Steel jamás había existido. Las nóminas de los salarios estaban emitidas a nombre de una empresa llamada Wentworth Products Ltd. de Ontario, Canadá. Wentworth Products se declaró en quiebra la misma semana que Alama Steel.
»Mary Rizzo York era una físico que trabajaba para Standard Technologies de Perth Amboy, Nueva Jersey, una empresa especializada en investigación sobre bajas temperaturas y subcontratista de T.L.T. International de Manhattan, una empresa que transportaba carne congelada de Australia y Nueva Zelanda a Francia e Inglaterra. En algún momento de 1965, T.L.T. diversificó sus actividades y contrató a Mary York para que elaborara un programa de trabajo para cargar gas natural licuado en cargueros refrigerados. La idea era que el gas se licúa con frío, y como el gas natural no podía cruzar los mares por conductos submarinos, se podía licuar y transportar por barco. Con ese fin, Mary York comenzó sus experimentos con temperaturas frías trabajando con nitrógeno líquido, un gas que se licúa a 196 grados centígrados bajo cero. Luego experimentó con hidrógeno líquido y al final con la licuación del helio, un gas que se licúa a 269 grados bajo cero. A esa temperatura se podía usar el helio líquido para enfriar otros materiales hasta la misma temperatura. Mary York estaba embarazada de seis meses y desapareció una noche que se quedó a trabajar en su laboratorio, el 16 de febrero de 1966. El laboratorio se incendió. Cuatro días más tarde, el mar arrojó el cadáver de Mary York, que presentaba signos de estrangulación, bajo el Muelle del Acero en Atlantic City. Y todas las notas, fórmulas o proyectos en los que trabajaba, se quemaron en el incendio o desaparecieron con ella. Dos meses después, T.L.T. International se declaró en quiebra. El presidente de la empresa se suicidó. -Comandante -dijo Benny-. Hay dos cosas más que McVey quería saber. La empresa Microtab en Waltham, Massachusetts. La quiebra data del mes de mayo del mismo año. Lo segundo que quería saber era…}
Ian Noble había grabado la totalidad de la conversación con Benny Grossman. Cuando terminaron de hablar pidió una transcripción para sus archivos personales y llevó el cásete con una grabadora a la habitación fuertemente custodiada de Lebrun en el hospital de Westminster. Cerró la puerta, se sentó junto a la cama y encendió el aparato. Durante los siguientes quince minutos, Lebrun, con los tubos de oxígeno aún conectados a la nariz, escuchó en silencio. Finalmente, Benny Grossman terminó su relato con aquel típico acento neoyorquino.
– Lo que quería saber era qué pasaba con un tal Erwin Scholl que en 1966 era dueño de una casona en Westhampton Beach en Long Island. Erwin Scholl sigue siendo propietario de la casona. Tiene otra en Palm Beach y una tercera en Palm Springs. Mantiene un perfil bajo pero es un magnate de peso en el mundo de las publicaciones y está tan forrado que tiene su propia colección de obras de arte. Además suele jugar al golf con Bob Hope, Gerald Ford y, de vez en cuando, con el propio presidente. Y eso si no salen juntos a pescar o se van a Camp David, donde Scholl tiene su propio bungalow. Dígale a McVey que este Scholl no es el que busca. Es muy grande. Pero que mucho. Es un intocable. Y eso, que lo sepa McVey, me lo dijo su amigo Fred Hanley, del FBI en Los Ángeles.
Noble apagó la grabadora. A Benny se le notaba preocupado, rayano en una nerviosa inquietud por la suerte de McVey, y Noble no quiso que Lebrun escuchara. Hasta ahora, Lebrun no sabía nada del incidente del tren. Acababa de recibir la dolorosa noticia de la muerte de su hermano y no había por qué hacerlo sufrir más.
– Ian -murmuró Lebrun-. Ya me he enterado de lo del tren. Puede que me hayan disparado pero aún no estoy muerto. He hablado con Cadoux hace unos veinte minutos.
– Conque te las estás dando de poli duro, ¿eh? -sonrió Noble-. Pues bien, aquí va una que no sabías. McVey mató al pistolero que liquidó a Merriman e intentó matar a Osborn y a la chica, Vera Monneray. Me ha enviado las huellas del hombre muerto. Hicimos una búsqueda informática y no encontramos nada. Estaba limpio, sin expediente, nada. Por razones obvias no podía recurrir a los servicios de Interpol para pedir más información. De modo que llamé a Inteligencia Militar, que muy gentilmente me dieron lo siguiente… -Noble sacó una pequeña libreta y pasó las páginas hasta dar con lo que buscaba.
– Nuestro pistolero se llamaba Bernhard Oven. Ultima dirección, desconocida. Sin embargo, lograron dar con un número de teléfono. El 0372-885-7373. Como era de esperar, el número corresponde a una carnicería.
– El 0372 era el código de Berlín Este antes de la reunificación -dijo Lebrun.
– Así es. Y nuestro amigo Bernhard Oven fue, hasta su disolución, un miembro destacado de la Stasi.
– ¿Qué demonios está haciendo la policía secreta de Alemania del Este en París? -preguntó Lebrun en un murmullo, llevándose una mano a los tubos de la garganta-. Sobre todo ahora que no existe.
– Espero y ruego que McVey se encuentre pronto entre nosotros para contárnoslo -dijo Noble, con semblante serio.